Sociología filosófica. Daniel Enrique Chernilo Steiner
epistemológicos y normativos para el proyecto de una sociología filosófica, pero no buscan ni socavar la sociología científica ni hacer de la sociología una suerte de superación dialéctica de la filosofía.
Es posible argumentar que la intervención de mayor importancia en esta delimitación temprana de la sociología filosófica proviene de la obra de Karl Löwith, sobre todo de su texto Max Weber y Karl Marx (2003). Publicado por primera vez en 1932, el libro plantea que ambos autores lograron reunir con éxito los dos géneros intelectuales en los que él estaba interesado: la filosofía, antigua y venerable, y la radical y novedosa ciencia social. En términos empíricos, Weber y Marx estaban interesados por igual en el capitalismo y ofrecieron interpretaciones radicalmente distintas de su emergencia y funcionamiento. Pero hay otra dimensión en sus escritos, la que para Löwith resulta más significativa y en la que sus elementos comunes se hacen visibles: el corazón «de sus investigaciones es uno y el mismo […] qué hace ‘humano’ al hombre dentro del mundo capitalista» (Löwith 2003, 42-43). De seguro, esta indagación filosófica no era el objetivo explícito de ninguno de los dos autores, pero ahí se encuentra sin duda «su motivo original» (Löwith 2003, 43). Weber y Marx ofrecen un nuevo tipo de trabajo intelectual que está, simultáneamente, informado empíricamente y orientado normativamente, y esto es justamente lo que los hace «sociólogos filosóficos» (Löwith 2003, 48). Es justamente mediante la combinación de enfoques científicos y filosóficos que ellos abordaron preguntas intelectuales fundamentales: la interrelación de factores materiales e ideales en la vida humana, la condición inmanente y trascendental del tiempo histórico, las relaciones entre la acción social y el destino humano, la desconexión entre las preocupaciones existenciales que todos compartimos como seres humanos y nuestros contextos sociohistóricos particulares. De este modo, la sociología se vuelve un programa en el cual su desafío científico fundamental, comprender el capitalismo moderno, solo es posible sobre la base de una búsqueda filosófica de un principio de humanidad que es fundamentalmente normativo7.
II.
El interés de Löwith en este vínculo entre teorías generales de la sociedad moderna e ideas filosóficas de la humanidad y naturaleza humana no es del todo excepcional8. De hecho, uno de los primeros motivos de la sociología fue la crítica del «pensamiento metafísico» anterior, y las referencias a lo humano en singular eran precisamente el tipo de carga metafísica que la sociología estaba destinada a dejar atrás. En esas discusiones tempranas, las ideas de humanidad y de naturaleza humana parecían socavar el argumento fuerte de la sociología sobre la autonomía de las relaciones sociales como un campo legítimo de investigación autónomo y estrictamente científico (Chernilo 2013; Manent 1998). No existe una solución definitiva a estos desafíos porque, a la vez que un principio de humanidad universalista es condición de posibilidad de las explicaciones sociológicas –sólo los seres humanos son capaces de crear y recrear la sociedad en todas las épocas y lugares y todos los seres humanos tienen este potencial–, el estatus de esta humanidad compartida continúa siendo problemático tanto filosófica como normativamente9.
Los ensayos de Ralf Dahrendorf en Homo Sociologicus y La Sociología y la Naturaleza Humana, publicados por primera vez en 1957 y 1962, respectivamente, marcan un punto de inflexión en esta reconstrucción (Dahrendorf 1973). El término sociología filosófica no tiene figuración central en sus textos, pero los trabajos se enfocan explícitamente en el problema de la naturaleza humana en la sociología. Para Dahrendorf, el homo sociologicus es la contribución clave de la sociología americana para el establecimiento de una disciplina verdaderamente científica –similar, de hecho, a lo que el homo oeconomicus ya había logrado en la economía–. El comportamiento de roles, estable y predecible, es la representación de la sociología de aquel aspecto específico de la vida humana que constituye su particular objeto de estudio: «El homo sociologicus se encuentra en el punto donde el individuo y la sociedad se intersectan […] Para el sociólogo, el individuo es sus roles sociales» (Dahrendorf 1973, 6–7, mis cursivas). Plantea que al conceptualizar explícitamente el homo sociologicus, la sociología se aleja de las reflexiones metafísicas y separa totalmente sus preocupaciones descriptivas y normativas: la intención explícita del homo sociologicus es no dar cuenta de ideas definitivas o sustantivas de naturaleza humana.
Por el contrario, al concentrarse solo en el comportamiento que resulta empíricamente observable, la sociología renueva su vocación científica en términos de «poderosas teorías explicativas de la acción social». A su vez, esto le permite a la sociología dejar atrás el proyecto utópico de «describir con precisión y de modo realista la naturaleza del hombre» (Dahrendorf 1973, 76). Pero aquello que se gana en precisión científica y poder predictivo, Dahrendorf cree que la sociología lo pierde en términos de su capacidad de observación normativa. La descripción de la sociedad moderna de su tiempo debía incluir la exploración de problemas tales como el conformismo, la adaptación pasiva a la producción de masas y el riesgo del totalitarismo, todos los cuales apuntan al problema normativo de la alienación, de manera que el homo sociologicus simplemente no puede comprender: «la sociología ha pagado la exactitud de sus proposiciones con la humanidad de sus intenciones y se ha convertido en una ciencia totalmente inhumana, amoral» (Dahrendorf 1973, 59). La dificultad que Dahrendorf reconoce, pero que en última instancia no es capaz de resolver, es que el homo sociologicus nos permite explorar el conformismo como un aspecto clave de la vida social solo si, simultáneamente, impedimos a la sociología explorar la habilidad de esos mismos seres humanos para resistir y superar el conformismo: el éxito explicativo se paga al precio de la impotencia normativa.
En vez de derrotismo o pesimismo, la consecuencia que me gustaría extraer de esto es que no todas las concepciones de humanidad o de naturaleza humana son igualmente adecuadas para el propósito de un programa sociológico fuerte. De hecho, observamos al menos tres modos generales en que las concepciones de lo humano han operado en la sociología durante su historia. Las llamo el modo sustantivo, el teleológico y el contrafactual.
Modo sustantivo. Un primer grupo de ideas de naturaleza humana que se encuentra en la sociología se deriva de forma más bien directa de la filosofía. Estas son concepciones que primero se desarrollaron en la filosofía occidental y luego permearon en las ciencias sociales modernas de forma más o menos explícita (Trigg 1999). No puedo analizar aquí en detalle combinaciones precisas entre ideas de la naturaleza humana y conceptulizaciones de las relaciones sociales, pero algunas conexiones son fácilmente rastreables y son ilustrativas de mi argumento:
En el marxismo, la idea de reproducción material de la vida humana, así como los cambios respecto de cómo el trabajo humano se actualiza históricamente, conducen a la emergencia de distintos modos de producción y a cambios en las condiciones de explotación del hombre por el hombre.
En el psicoanálisis, los impulsos sexuales que conforman nuestras estructuras profundas de personalidad dan cuenta del establecimiento de tabús morales y regulaciones institucionales que constituyen los cimientos del orden social.
En el utilitarismo, se toma como base nuestra disposición orgánica a buscar placer y evitar el displacer, lo que conlleva cálculos de maximización para el establecimiento de todo tipo de instituciones sociales.
En las teorías del poder, nuestra subjetividad es el resultado de disputas y formas de dominación a un grado tal que todas las formas de interacción social son axiomáticamente definidas como conflictivas.
En las teorías del lenguaje, la comunicación humana es el atributo fundamental de nuestra especie, de modo que las instituciones sociales deben ser comprendidas y han de ser evaluadas sobre la base de cómo ellas impiden o promueven formas más libres de comunicación humana.
Todas estas concepciones de naturaleza humana ofrecen un cierto tipo de orientación universalista: los seres humanos están igualmente dotados de ese atributo clave a través del cual la vida social se crea y recrea. Sin embargo, más problemática resulta su conflación entre lo social y lo humano: el poder, el trabajo o el lenguaje se vuelven tanto la dimensión clave