100 Clásicos de la Literatura. Луиза Мэй Олкотт

100 Clásicos de la Literatura - Луиза Мэй Олкотт


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los cuales son principalmente enemigos de los buenos pensamientos.

      Y aquí se ha de saber que hay ciertos vicios en el hombre para los cuales está predispuesto por naturaleza, del mismo modo que algunos están predispuestos a la ira por su complexión colérica; y estos vicios tales son innatos, es decir, connaturales. Otros son vicios consuetudinarios, en los cuales no tiene culpa la complexión, sino la costumbre; como lo es la intemperancia, y principalmente la del vino. Y estos vicios se huyen y reúnen por la buena costumbre, y hácese el hombre por ella virtuoso, sin costarle trabajo su moderación, como dice el filósofo en el segundo de la Ética. Verdaderamente hay esta diferencia entre las pasiones connaturales y las consuetudinarias, que las consuetudinarias desaparecen por entero con la buena costumbre; porque su principio, es decir, la mala costumbre, con su contrario se destruye; mas las connaturales, el principio de las cuales está en la naturaleza del apasionado, aunque se aligeran mucho con la buena costumbre, no desaparecen del todo, en cuanto al primer movimiento. Mas desaparecen del todo en cuanto a la duración, porque la costumbre es parangonable a la naturaleza, en la cual está el origen de aquélla. Y por eso es más de alabar el hombre que de mal natural se corrige y se gobierna contra el ímpetu de la naturaleza, que aquel de buen natural que se mantiene con buen gobierno, o, apartado de él, vuelve al camino recto; del mismo modo que es más de alabar el guiar un mal caballo que otro dócil. Digo, pues, que estos resplandores que de su beldad llueven, como se ha dicho, destruyen los vicios innatos, es decir, connaturales, para dar a entender que su belleza tiene poder bastante para renovar el natural de quienes la miran, lo cual es cosa milagrosa. Y esto confirma lo que se ha dicho más arriba en el otro capítulo, cuando digo que ello ayuda nuestra fe.

      Por último, cuando digo: Por eso toda dama que vea su belleza, deduzco, so color de amonestar a otras, el fin para que fue hecha beldad tanta. Y digo que toda dama que vea censurar la propia belleza se mire en este ejemplo de perfección, donde se entiende que no sólo ha sido creada para mejorar el bien, sino para hacer de la cosa mala una cosa buena.

      Y añade por fin: Ésta fue pensada por Aquel que creó el Universo, es, a saber: Dios; para dar a entender que, por divino propósito, la naturaleza produjo tal efecto. Y así termina toda la segunda parte principal de esta canción.

      IX

      El orden del presente Tratado requiere -pues que, según era mi intención, se han argumentado las dos partes de esta canción primeramente - que se proceda a la tercera, en la cual me propongo purgar la canción de un reproche que podía haberle sido contrario. Y es éste, que yo, antes de llegar a su composición, pareciéndome que esta dama habíaseme mostrado un tanto orgullosa y altiva, hice una baladita, en la cual llamé a esta dama orgullosa y despiadada, lo cual parece contrario a lo que más arriba se dice. Y por eso me dirijo a la canción, y so color de enseñarle cómo es menester que se disculpe, la disculpo; y a esta figura de hablar a las cosas inanimadas, llaman los retóricos Prosopopeya, y úsanla muy a menudo los poetas.

      Canción parece que hablas al contrario, etcétera. Para dar a entender más fácilmente el sentido de la cual, es menester dividirle en tres partículas: porque primeramente se propone para qué es necesaria la disculpa; luego se sigue con la disculpa, cuando digo: Sabes que el cielo; por último hablo a la canción como a persona enseñada, aquello que hay que hacer, cuando digo: Excúsate así, si lo has menester.

      Digo, por lo tanto, primeramente: ¡Oh, canción, que hablas de esta dama con tanta alabanza y pareces mostrarte contraria a una hermana tuya! Por semejanza digo hermana; porque del mismo modo que se llama hermana a la mujer engendrada por un mismo engendrador, así el hombre puede decir hermana a la obra hecha por un mismo autor; porque nuestra obra, en cierto modo, es generación. Y digo por qué parece contraria a aquélla, al decir a ésta la muestras humilde y a aquélla soberbia, es decir, orgullosa y desdeñosa, que viene a ser lo mismo.

      Propuesta esta acusación, procedo a la disculpa por vía de ejemplo, en el cual alguna vez la verdad está en desacuerdo con la apariencia y otras se puede tratar con otro respecto. Digo: Sabes que el cielo siempre es luciente y claro, esto es, que siempre ostenta claridad, pero que por alguna causa es lícito decir alguna vez que tenebroso.

      Donde se ha de saber que propiamente visibles son el color y la luz, como quiere Aristóteles en el segundo del Alma y en el libro Del sentido y lo sensible.

      Hay otras cosas visibles; pero no propiamente, porque las siente otro sentido; así que se puede decir que no son propiamente visibles ni propiamente tangibles, como son la figura, el tamaño, el número, el movimiento y el estar quieto, que se llaman sentidos comunes, cosas que percibimos con varios sentidos. Pero el color y la luz son propiamente visibles, porque sólo con la vista los percibimos, es decir, no con otro sentido. Estas cosas visibles, tanto las propias como las comunes, en cuanto son visibles, pasan dentro del ojo -no digo las cosas, sino sus formas- por el medio diáfano, no realmente, sino intencionadamente, del mismo modo, casi que por un vidrio transparente. Y en el agua que hay en la pupila del ojo termina el curso que a través de él realiza la forma visible, porque ese agua termina como en un espejo, como el vidrio terminado con plomo; de modo que no puede pasar más adelante, sino que allí, a modo de una bola repercutida, se detiene. De modo que la forma que no en el medio no parece transparente, una vez terminada, es lúcida; y por eso en el vidrio azogado se refleja la imagen, y no en otro. Por esta pupila, el espíritu visual, que por ella continúa ante la parte del cerebro donde está la virtud sensible como en el origen de una fuente, súbitamente, sin tiempo, la refleja, y de este modo vemos. Por lo cual, a fin de que la visión sea veraz, es decir, tal como es la forma visible en sí, es menester que el medio por el cual llega la forma al ojo no tenga color alguno, y lo mismo en el agua de la pupila; de otra manera se mancharía la forma visible con el color del medio y el de la pupila. Y por eso, quienes quieren hacer que las cosas tengan en el espejo un color interponen ese color entro el vidrio y el plomo, de modo que el vidrio queda tomado de él. En verdad, Platón y otros filósofos dijeron que nuestra vista no dependía de que lo visible entrase en el ojo, sino porque la virtud visual salía fuera al encuentro de lo visible. Y esta opinión es reputada falsa por el filósofo en Del sentido y lo sensible.

      Visto este modo de la vista, puede verse fácilmente que aunque la estrella siempre sea clara y reluciente de una manera, y no reciba transformación alguna sino de movimiento local, como está probado en el de Cielo y Mundo, por muchas causas puede parecer no clara y no reluciente; porque puede parecer tal por el medio que se transforma continuamente. Transfórmase este medio de mucha luz en poca, según la presencia o ausencia del- sol; y por la presencia, el medio, que es diáfano, está tan lleno de luz, que vence a la estrella; y por eso ya no parece reluciente. Transfórmase también este medio de sutil en grueso, de seco en húmedo, por los vapores de la tierra que ascienden continuamente. El cual medio, así transformado, transforma la imagen de la estrella, que a través de él se convierte, por la densidad en oscuridad, y por lo húmedo y lo seco en color.

      Pero puede parecer así también por el órgano visual, es decir, el ojo, el cual, por enfermedad o cansancio, se transforma en alguna coloración y en alguna debilidad, como sucede frecuentes veces, que por estar la túnica de la pupila muy sanguinolenta, por alguna corrupción de enfermedad, las cosas parecen casi todas rubicundas; y por eso la estrella aparece coloreada. Y por estar debilitada la vista, encuentra en él alguna disgregación de espíritu, de modo que las cosas no aparecen unidas sino disgregadas, casi de la misma manera que nuestra letra sobre el papel húmedo. Por eso muchos, cuando quieren leer, alejan lo escrito de sus ojos para que su imagen entre más sutil y levemente; y con ello queda la letra adecuada a la vista. Y así, también puede la estrella aparecer turbada; y yo lo experimenté el mismo año en que nació esta canción, que por haber cansado la vista mucho con el deseo de leer, tanto debilité los espíritus visuales, que las estrellas parecíanme todas ensombrecidas en su albura. Y con largo reposo en lugares oscuros y fríos y con refrescar el cuerpo del ojo con agua clara, recobré la virtud disgregada, que volví al primer estado perfecto de la vista. Y así aparecen muchas causas, por las razones apuntadas, por las cuales puede parecer la estrella como no es.

      X

      Partiendo de esta ligera digresión, que ha sido necesaria para ver la verdad, vuelvo al propósito, y digo que, del mismo modo que nuestros


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