100 Clásicos de la Literatura. Луиза Мэй Олкотт

100 Clásicos de la Literatura - Луиза Мэй Олкотт


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acto, no parece cierto decir que sean imperfectas. Mas, sin embargo, se ha de saber que, cuando se las considera en sí mismas, son cosas perfectas y no son riquezas, pero oro y margaritas; mas en cuanto están ordenadas a la posesión del hombre, son riquezas, y por este modo están llenas de imperfecciones; porque no hay inconveniente en que una cosa sea, en diversos aspectos, perfecta e imperfecta.

      Digo que su imperfección puédese advertir primeramente en la indiscreción de su advenimiento, en el cual no resplandece ninguna justicia distributiva y sí la más completa iniquidad; la cual iniquidad es precisamente efecto de imperfección, porque si se consideran los modos por los cuales vienen aquéllas, puédense todos recopilar en tres maneras; porque, o proceden de la pura suerte, como cuando, sin intención o esperanza, vienen por cualquier impensado hallazgo, o proceden de la mente ayudada de la razón, como por testamento o mutua sucesión, o proceden de la razón, ayudada de la suerte, como cuando vienen por provecho lícito o inclinado; lícito, digo, cuando son merecidas por arte, mercancía o servicio; ilícito, cuando proceden del hurto o la rapiña. Y en cada uno de estos tres modos se ve la iniquidad que digo, porque se le ofrecen más veces a los malos que a los buenos las escondidas riquezas que se encuentran o se consiguen, y esto es tan manifiesto, que no ha menester ser probado. A la verdad, yo vi el lugar en la ladera de un monte en Toscana, llamado Falterona, donde el villano más villano de la comarca, según se hallaba cavando, encontró finísima plata, esperada tal vez mil años. Y al ver estas iniquidades, dijo Aristóteles que «cuanto más subyuga el hombre al intelecto, tanto menos subyuga a la fortuna». Y digo que muchas más veces les tocan las herencias legadas o correspondidas a los malvados que a los buenos, y de esto no quiero presentar testimonio alguno; mas vuelva cada cual los ojos en derredor suyo y verá lo que yo callo para no abominar de nadie. Así pluguiera a Dios que se hubiese cumplido lo que el Provenzal pidió que «quien no es heredero de la bondad perdiese la herencia del haber». Y digo que más veces a los malos que a los buenos tócales precisamente el provecho, porque los ilícitos nunca tocan a los buenos porque lo rehúsan; y ¿qué bien hombre utiliza nada por fraude o por fuerza? Imposible sería, porque sólo con aceptar la ilícita empresa, ya no sería bueno. Y los lícitos rara vez tocan a los buenos, porque como quiera que se necesita mucha solicitud, y la solicitud del bueno se propone cosas más grandes, raras veces el bueno es en éstas suficientemente solícito. Por lo cual es manifiesto que de todos modos vienen inicuamente las riquezas, Y por eso Nuestro Señor inicuas las llamó cuando dijo: «Haceos amigos con el dinero de la iniquidad», invitando y confortando a los hombres a la liberalidad en los beneficios, que son engendradores de amigos. ¡Y cuán buen cambio hace quien de estas cosas imperfectísimas da para tener y adquirir cosas perfectas, como son los corazones de los hombres de pro! Este cambio puede hacerse todos los días. Ciertamente que esta mercancía es más nueva que las otras, pues que creyendo comprar un hombre con el beneficio, compra miles y miles. ¿Y quién no está aún agradecido de corazón a Alejandro por su reales beneficios? ¿Quién no tiene aún al buen Rey de Castilla, o a Saladino, o al buen marqués de Monferrato, o al buen conde de Tolosa, o a Beltrán del Bornio, o a Galeazo de Montefeltro, cuando se hace mención de sus misiones? Ciertamente que sólo los que tal harían de grado; más aún, aquellos que antes morirán que hacer tal, tiénenle amor a su memoria.

      XII

      Como se ha dicho, la imperfección de las riquezas no sólo se ve en su indiscreto advenimiento, mas también en su peligroso acrecimiento, y por eso, en lo que se puede ver de su defecto, sólo de ello hace mención el texto, al decir aunque guardadas, no solamente no dan tranquilidad, sino que dan más sed, y le hacen más insuficiente y falto. Y en este punto se ha de saber que las cosas defectuosas pueden tener sus defectos de modo que a primera vista no aparezcan; mas, so pretexto de perfección, se esconde la imperfección, y pueden tener aquéllos de tal manera al descubierto, que claramente se vea la imperfección a primera vista. Y aquellas cosas que de primeras no muestran sus defectos son más peligrosas, por lo que muchas veces no puede uno guardarse de ellas, como vemos en el traidor, que a la vista se muestra amigo, de modo que hace que se tenga fe en él, y so pretexto de amistad encierra el defecto de la enemistad. Y de este modo las riquezas son peligrosamente imperfectas en su acrecimiento, porque posponiendo lo que prometen, traen lo contrario. Prometen siempre estas falsas traidoras, reunidas en cierto número, hacer al que las reúne pago de todo deseo, y con esta promesa conducen la humana voluntad al vicio de la avaricia. Y por esto las llama Boecio peligrosas en el de Consolación, al decir: «¡Ay, quién fue el primero que, descubriendo los pesos de oro y las piedras que querían esconderse, excavó preciosos peligros!» Prometen las falsas traidoras, si bien se mira, satisfacer toda sed y toda falta y aportar saciedad y bastanza. Y hacen esto al principio a todos los hombres, afirmando su promesa con cierto acrecimiento de su cantidad, y luego que están reunidas, en lugar de saciedad y refrigerio, dan sed al pecho, febril e intolerable, y en lugar de saciedad, aportan nuevo límite, es decir, deseo de mayor cantidad, y con él, grande temor y cuidado de lo adquirido. De modo que, verdaderamente, no tranquilizan, sino que dan más cuidados, los cuales sin ellas no se tenían. Y por eso dice Tulio en el Tratado de la Paradoja, abominando las riquezas: «Yo en ningún tiempo dije que entre las cosas buenas y deseables estuvieran sus dineros ni sus magníficas mansiones, sus señoríos ni sus alegrías, de las cuales están muy agobiados, puesto que veía a los hombres que cuanto más abundaban en riquezas más deseaban. Porque nunca se sacia la sed del deseo ni se atormentan sólo por el deseo de aumentar las cosas que tienen, sino que también les da tormento el temor de perderlas». Y todas estas palabras son de Tulio, y en el libro que he dicho escritas están. Y para mayor testimonio de esta imperfección, he aquí a Boecio, que dice en el de Consolación: «No cesará de llorar el género humano, por más que la diosa de las riquezas le dé tantas cuantas arenas devuelve el mar turbado por el viento, o cuántas son las estrellas que en el cielo relucen!» Y como más testimonios se han menester para probar tal, dejamos a un lado cuanto claman contra ellas Salomón y su padre, y asimismo Séneca, principalmente escribiendo a Lucilo, Horacio, Juvenal, y en fin, cuanto todos los poetas y cuanto la Divina Escritura clama contra estas falsas meretrices, llenas de defectos; y póngase atención para tener fe de ojos, solamente a la vida de quienes van tras ellas, cuán seguros viven cuando las han reunido, cómo se satisfacen y descansan. ¿Y qué otra cosa pone en peligro y mata la ciudad, los campos y los individuos cuanto amontonar más después del algo? El cual amontonamiento menos deseos descubre, al logro de los cuales nadie puede llegar sin injuria. ¿Y qué otra cosa se proponen medicinar una y otra razón, quiero decir, la canónica y la civil, sino el deseo que, aumentando riquezas, aumenta a su vez? Cierto que asaz lo manifiestan una y otra razón si se leen sus comienzos, es decir, los de sus escritos. ¡Oh, cuán manifiesto es, más que cosa alguna, que, al aumentar aquéllas, son imperfectas, ya porque de ellas no puede originarse sino imperfección, una vez guardadas. Y esto es lo que el texto dice.

      A la verdad, en este punto surge una duda, merecedora de que no sigamos adelante, sin plantearla y responder a ella. Podría decir algún calumniador de la verdad que, si por aumentar el deseo con la adquisición, las riquezas son imperfectas y viles por lo tanto, por la misma razón será imperfecta y vil la ciencia, pues que en su adquisición aumenta el deseo de ella, que así dice

      Séneca: «Aun con un pie en el sepulcro, quisiera aprender». Mas no es verdad que la ciencia sea vil por imperfección; así, pues, por la destrucción del consiguiente, el que el deseo aumente no es causa de vileza para la ciencia. Su perfección es manifiesta para el filósofo en el sexto de la Ética, cuando dice que «la ciencia es la perfecta razón de algunas cosas». A esta cuestión hemos de responder brevemente; mas primero hemos de ver si en la adquisición de la ciencia se aumenta el deseo como en la cuestión se supone; y si es por la razón por lo que digo que no solamente en la adquisición de la ciencia y de las riquezas, sino en toda adquisición, se dilata el deseo humano, aunque de diferente modo; y la razón es que el sumo deseo de toda cosa y el que primero da la Naturaleza es el volver a su principio. Y como Dios es principio de nuestras almas y factor de las que se le asemejan, según está escrito: «Hagamos al hombre a imagen y semejanza nuestra», esa alma desea principalmente volver a él. E igual que el peregrino que va por un camino por el que nunca fue, cree que toda casa que ve a lo lejos es la hospedería, y hallando que no es tal, endereza su pensamiento a otra, y así de casa en casa, hasta que la hospedería llega, así nuestra alma apenas entra en el


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