100 Clásicos de la Literatura. Луиза Мэй Олкотт
no la hacen los hombres, sino Dios.
Bendice también el alma noble en esta edad los tiempos pasados, y bien los puede bendecir; porque, volviendo a ellos la memoria, se acuerda de sus buenas obras, sin las cuales al puerto adonde se dirige no se podría llegar con tanta riqueza ni tanta ganancia. Y hace como el buen mercader que, cuando está ya cerca de su puerto, examina su botín y dice: «Si yo hubiera pasado por tal camino, no tendría tesoro y no tendría con qué gozar en mi ciudad, a la cual me acerco; y por eso bendice el camino que ha hecho.
Y que estas dos cosas convengan a esta edad represéntalo el gran poeta
Lucano en el segundo de su Farsalia, cuando dice que Marzia tomó a Catón y le pidió y rogó que la tomase de nuevo. Por la cual Marzia se entiende el alma noble; y así podemos representar la figura con verdad. Marzia fue virgen, y en esa condición significa la adolescencia; luego fue a Catón, y en esa condición significa la juventud; hizo entonces hijos, por los cuales se representan las virtudes que más arriba se dice convenir a los jóvenes, y se separó de Catón y se casó con Hortensio; con lo cual se significa que se fue la j uventud y vino la senectud. Tuvo hijos de éste también, por los cuales se representan las virtudes que más arriba se dice convenir a la senectud. Murió Hortensio, con lo que se representa el término de la senectud; y Marzia, una vez viuda -por la cual viudez se representa la senilidad-, volvió, desde el principio de su viudez, a Catón; por lo cual se significa que el alma noble, al comienzo de la senilidad, vuelve a Dios. ¿Y qué hombre terrenal ha habido más digno de representar a Dios que Catón? Ninguno ciertamente.
¿Y qué es lo que dice Marzia a Catón? «Mientras hubo en mí sangre, es decir, juventud; mientras hubo en mí la virtud maternal, es decir, la senectud, que es madre de las demás virtudes, como más arriba se ha mostrado». «Yo - dice Marzia- acaté y cumplí todos tus mandatos»; es decir, que el alma mantúvose firme en las buenas obras. Dice: «Y tuve dos maridos»; es decir, he sido fructífera para dos edades. «Ahora -dice Marzia- que mi vientre está cansado, y que estoy vacía en parte, a ti me vuelvo, pues que nada más tengo que dar a otro esposo»; es decir, que el alma noble, conociendo que ya no tiene vientre fructífero, es decir, sintiendo desfallecer sus miembros, vuelve a
Dios. El Cual no ha menester de los miembros corporales. Y dice a Marzia: «Dame las arras de los antiguos lechos, dame siquiera el nombre de matrimonio; lo cual es como decir que nuestra noble alma dícele a Dios: «Dame descanso, Señor mío; dame al menos que yo en esta vida que me resta pueda llamarme tuya». Y dice Marzia: «Dos razones me mueven a decir esto: es la una, que después de mí se diga que he muerto siendo mujer de Catón; la otra es que después de mí se diga que tú no me despediste, sino que de buen animo te casaste conmigo».
Por estas dos razones se muere el alma noble, y quiere partir de esta vida siendo esposa de Dios, y quiere mostrar que su creación fue gracia de Dios.
¡Oh, desventurados y mal nacidos, que preferís partiros de esta vida mejor bajo el título de Hortensios que de Catones! En el nombre del cual es digno terminar lo que es menester argumentar acerca de los signos de nobleza, porque en él la nobleza los muestra todos, para todas las edades.
XXIX
Pues que se ha mostrado el texto y los signos que para cada edad aparecen en el hombre noble, y por los cuales se le puede conocer, y sin los cuales no puede existir, como tampoco el sol sin luz ni el fuego sin calor, grítale a la gente a lo último de lo que de nobleza se ha contado, y dice: «¡Oh, vosotros los que oído me habéis, ved cuántos son los engañados!, es decir, los que, por ser de famosas o antiguas generaciones, o por ser descendientes de padres excelentes, creen ser nobles no habiendo en ellos nobleza. Y aquí surgen dos cuestiones, las cuales es bien resolver al fin de este Tratado. Podría decir meser Manfredi de Vico, que ahora se llama Pretor y Prefecto: «Sea yo como quiera, recuerdo y represento a mis antepasados, que por su nobleza merecieron el oficio de la Prefectura, y merecieron poner mano en la coronación del Imperio, siendo dignos de recibir la rosa del romano pastor; por lo cual debo recibir de la gente honor y reverencia». Y ésta es una de las cuestiones.
La otra es, lo que podría decir cualquiera de los San Nazzaro de Pavía o de los Piscicelli de Nápoles: si la nobleza es lo que se ha dicho, es decir, semilla divina, graciosamente puesta en el alma humana, y las progenies o estirpes no tienen alma, como es manifiesto, ninguna progenie o estirpe se podría llamar noble; y esto es contra la opinión de aquellos que dicen ser nuestras progenies nobilísimas en sus ciudades.
A la primera cuestión responde Juvenal en la octava sátira, cuando comienza exclamando: «¿De qué sirven estos honores que de los antiguos quedan, si aquel que de ellos quiere vestirse vive mal, y el que de los antiguos habla, mostrando las grandes y admirables obras, en míseras y viles obras se emplea? Si bien -dice el poeta satírico- ¿quién dirá que es noble por su generación al que de tal generación no es digno? Esto no es otra cosa que al enano llamar gigante». Luego después dícele al tal: «Entre tú y la estatua hecha en memoria de tu antepasado no hay más diferencia sino que su cabeza es de mármol y la tuya vive». Y en esto -con reverencia lo digo- no estoy de acuerdo con el poeta, porque la estatua, de mármol, de madera o de metal, erigida en memoria de algún hombre de mérito, se diferencia mucho en efecto del descendiente malvado. Porque la estatua afirma siempre la buena opinión en aquellos que han oído la fama de aquel de quien es la estatua, y la engendra en los demás; el hijo o nieto hace todo lo contrario; porque debilita la opinión de los que han oído hablar bien de sus antepasados; porque dice alguno de sus pensamientos: «No puede ser verdad cuanto se dice de los antepasados de éste, pues que de su simiente se ve planta semejante». Por lo cual nunca honor, sino deshonra, debe recibir el que a los buenos presta mal testimonio. De aquí que, a mi juicio, del mismo modo que quien infama a un hombre de valía merece que las gentes le huyan y no le escuchen, así el hombre vil, descendiente de buenos antepasados, merece ser por todos despreciado, y el hombre bueno debe cerrar los ojos para no ver el vituperio, vituperante de la bondad, que sólo en la memoria ha quedado. Y baste esto ahora en cuanto a la primera cuestión promovida.
A la segunda pregunta se puede responder que una progenie por sí sola no tiene alma, y bien es verdad que noble se le dice y lo es en cierto modo. Pues se ha de saber que el todo se compone de sus partes, y hay todo que constituye una simple esencia con sus partes; del mismo modo que en un hombre hay una esencia del todo y de cada parte suya; y lo que se dice de la parte, puede del mismo modo decirse del todo.
Hay otro todo que no tiene esencia común con las partes, como un montón de grano; pero la suya es una esencia secundaria que resulta de muchos granos que tiene en sí verdadera y primera esencia. Y en este todo se dicen las cualidades de las partes tan secundarias como su ser; por lo cual se dice un montón blanco, porque los granos de que el montón se compone son blancos.
A la verdad, esta blancura está primero en los granos, y secundariamente puede llamársele blanco. Y por tal modo se puede decir noble una estirpe o progenie. Pues se ha de saber que, del mismo modo que para la composición de un montón blanco es menester que predominen los granos blancos, del mismo modo para hacer una progenie noble es menester que en ella los hombres nobles predominen; de modo que tal bondad obscurezca y cele lo contrario que está dentro. Y del mismo modo que de un montón blanco de grano se podría quitar grano a grano el trigo, y grano a grano restituir meliga roja, y todo el montón por último cambiaría de color, así podríanse morir uno a uno los buenos de la progenie noble y nacer en ella los malvados, tanto que cambiaría el nombre y se habría de llamar no noble sino vil. Y baste esto para responder a la segunda cuestión.
XXX
Como más arriba se demuestra en el tercer capítulo de este Tratado, esta canción tiene tres partes principalmente. Por lo que, argumentadas dos, la primera de las cuales comienza en el capítulo susodicho y la segunda en el decimosexto -de modo que la primera en trece y la segunda en catorce se ha expuesto, sin el proemio del Tratado de la canción, que comprende dos capítulos-, en este trigésimo y último capítulo hemos de argumentar brevemente la tercera parte principal, la cual, a modo de tornada de esta canción, se hizo para su ornamento, y comienza: Irás, oh mi canción, contra el que yerra.
Y aquí se ha de saber principalmente que todo buen fabricante,