100 Clásicos de la Literatura. Луиза Мэй Олкотт
suma. Y dice: «Allí lo veréis como dijo», es decir, es decir, allí gozaréis de su dulzura, es decir, de la felicidad, como se os ha prometido aquí; esto es, como está establecido que podéis tenerla. Y así se demuestra que nuestra bienaventuranza, que es la felicidad de que se habla, podremos primero hablarla imperfectamente en la vida activa, esto es, en el ejercicio de las virtudes morales, y luego casi perfecta en el ejercicio de las intelectuales. Obras ambas que son vía expedita y derecha que conduce a la suma bienaventuranza, la cual aquí no se puede lograr, como se demuestra por lo que se ha dicho.
XXIII
Pues que se ha demostrado suficientemente y muestra la definición de nobleza, y en todas sus partes, como ha sido posible se ha declarado, de tal modo, que ora puede verse ya qué es el hombre noble, procedamos a la parte del texto que comienza: El alma de estas bondades adornada; en la cual se muestran las señales por que se puede conocer al hombre a quien se llama noble.
Y divídese esta parte en dos: en la primera se afirma que esta nobleza luce y resplandece manifiestamente durante la vida del noble; en la segunda se muestra específicamente en sus esplendores; y comienza esta segunda parte:
Obediente, suave y pudorosa.
Acerca de la primera parte, se ha de saber que esta divina semilla de que antes se ha hablado, de seguida germina en nuestra alma, creciendo y diversificándose por cada potencia del alma, según las exigencias de éstas. Germina, pues, en la vegetativa, en la sensitiva y en la racional, y se originan por la virtud de éstas otras muchas, enderezándolas a su perfección y sosteniéndose en ellas hasta que, con la parte de nuestra alma que nunca muere, vuelve al cielo, al altísimo y glorioso Sembrador. Y dice esto en cuanto a la primera que se ha dicho.
Luego cuando dice: Obediente, suave y pudorosa, etc., muestra aquello por que podemos conocer al hombre noble mediante señales aparentes, que son obra divina de esta bondad. Y se divide esta parte en cuatro, conforme a las cuatro edades en que obra diversamente, como son: Adolescencia, juventud, senectud y senilidad; y comienza la segunda parte: Es en la juventud templada y fuerte; la tercera comienza: Es en su senectud; la cuarta comienza: Luego, en la cuarta parte de la vida.
Y éste es el sentido general de esta parte. Acerca de la cual se ha de saber que todo efecto, cuando es efecto, recibe semejanza de su causa, en cuanto le es posible conservarla. Por lo cual, como quiera que nuestra vida, como se ha dicho, y aun la de todo ser viviente aquí abajo, ha sido causada por el cielo, y el cielo por todos estos efectos, no por completo círculo, mas sólo por parte de él, se les descubre, y así es menester que su movimiento sea arriba, y como un arco casi todas las vidas retiene -y digo que las retiene tanto a las de los hombres como de los demás seres vivientes-, ascendiendo y girando, han de ser casi semejantes a imagen de arco. Volviendo, pues, a la nuestra de que ahora se habla, digo que procede subiendo y descendiendo a semejanza de este arco.
Y se ha de saber que este arco de arriba sería igual si la materia de nuestra complexión seminal no impidiese la regla de la naturaleza humana. Mas como el húmedo radical lo es menos o más, y de mejor cualidad, y tiene más duración en un efecto que en otro -el cual es sujeto y alimento del calor, que es nuestra vida-, acaece que el arco de la vida de un hombre es de mayor o menor tensión que el del otro. Alguna muerte hay violenta, o apresurada por enfermedad accidental; mas sólo la que el vulgo llama natural es el término del cual dice el salmista: «Pusiste un límite que no se puede pasar. Y como Aristóteles, maestro de nuestra vida, percibió este arco de que ahora se habla, opinó que nuestra vida no era otra cosa que un subir y bajar; por lo cual dice, donde trata de la juventud y la vejez, que la juventud no es sino aumento de aquélla. Difícil es saber cuál es el punto más elevado de tal arco, por la desigualdad que antes se ha dicho; mas creo que en los más, entre los treinta y los cuarenta años. Y me parece que en los perfectamente conformados está en los treinta y cinco años. Y muéveme a creerlo el pensar que, óptimamente conformado, fue Nuestro Salvador Cristo, el cual quiso morir a los treinta y tres años de su vida; porque no era digno de la divinidad el ir decreciendo. Y no es de creer que no quisiera vivir en nuestra vida hasta la cima, pues que había vivido en el bajo estado de la infancia. Y así lo manifiesta la hora del día de su muerte, que quiso asemejar a su vida, por lo que dice Lucas que murió como a la hora sexta, que vale tanto como decir el colmo del día. Por donde se comprende que el colmo de la vida de Cristo era su año treinta y cinco.
A la verdad, este arco, no sólo le dividen por la mitad las escrituras; mas, según los cuatro combinadores de las cualidades contrarias que entran en nuestra composición -a las cuales parece ser propia, a cada una, digo, una parte de nuestra vida-, en cuatro partes se divide y llámanse cuatro edades. La primera es adolescencia, que se asemeja al calor y a la humedad; la segunda, juventud, que se asemeja al calor y a la sequedad; la tercera, senectud, que se asemeja al frío y a la sequedad; la cuarta, senilidad, que se asemeja al frío y a la humedad, según escribe Alberto en el cuarto de la Meteora.
Y hácense estas partes igualmente con el año, en primavera, estío, otoño e invierno. Y en el día, hasta la tercia. Y luego, hasta la nona, dejando en medio a la sexta, por la razón que se comprende, y luego hasta el véspero, y del véspero en adelante. Y por eso los gentiles decían que el carro del sol tenía cuatro caballos: al primero llamaban Eoo; al segundo, Piroi; al tercero, Eton; al cuarto, Flegon, según escribe Ovidio en el segundo de Metamorfoseos, acerca de las partes del día. Y se ha de saber brevemente que, como se ha dicho más arriba en el sexto capítulo del tercer Tratado, la Iglesia, en la distinción de las horas del día temporales, que son cada día grandes o pequeñas, según la cantidad del sol, y como la hora sexta, es decir, el mediodía, es la más noble de todo el día y la más virtuosa, dispone sus oficios en cada parte, es decir, de antes y de después, como puede. Y por eso el oficio de la primera parte del día, es decir, la tercia, se dice al fin de ésta, y el de la tercera parte y el de la cuarta se dicen al principio. Y por eso se dice media tercia, antes de tocar a aquélla; y media nona, luego de haber tocado para ésta; así también media víspera. Y así, sepan todos que la nona exacta siempre debe sonar al comienzo de la séptima hora del día; y basta esto a la presente digresión.
XXIV
Volviendo a nuestro discurso, digo que la vida humana se divide en cuatro edades: La primera, se llama adolescencia, es decir, acrecimiento de vida; la segunda se llama juventud, es decir, edad que puede aprovechar; esto es, dar perfección; y así se entiende perfecta, porque nadie puede dar sino lo que tiene; la tercera se llama senectud; la cuarta se llama senilidad, como más arriba se ha dicho.
De la primera nadie duda; mas todos los sabios están de acuerdo en que dura hasta los veinticinco años; y como hasta ese tiempo nuestra alma se propone el crecimiento y embellecimiento del cuerpo, de donde se siguen muchas y grandes transformaciones en la persona, no puede discernir perfectamente la parte racional. Por lo cual quiere la razón que antes de esa edad no pueda el hombre hacer ciertas cosas sin curador de perfecta edad.
El tiempo de la segunda, la cual es verdaderamente colmo de nuestra vida, es considerado diversamente por muchos. Mas dejando lo que de ello escriben los filósofos y los médicos, y volviendo a la propia razón, digo que en los más - que es en quienes se puede y debe formar juicio- esa edad es de veinte años. Y la razón que tal me da es la de que si el colmo de nuestro arco está en los treinta y cinco, tanto cuanto de subida tiene esta vida ha de tener de descenso; y esa subida y bajada es como el sostén del arco, en el cual se advierte poca flexión. Tenemos, pues, que la juventud se cumple a los cuarenta y cinco años.
Y como la adolescencia tiene veinticinco años de subida a la juventud; y así se termina la senectud a los setenta años.
Mas como la adolescencia no comienza al principio de la vida, tomándola del modo que se ha dicho, sino casi ocho años después, y como nuestra naturaleza se afana por subir, y al descender refrena -porque el calor natural ha venido a menos y puede poco, y el húmedo ha engrosado, no en cantidad, sino en calidad, de modo que es menos vaporoso y consumible-, acaece que, después de la senectud, queda de nuestra vida una cantidad de diez años, sobre poco más o menos.
Y este tiempo se llama senilidad. Como tenemos en Platón, del cual se puede decir que era perfectamente constituido, por su perfección y por la