Amor. Francisco Javier Castro Miramontes
para comprender el arte de ser y vivir como personas. Porque el amor es esencia divina que se vierte en el recipiente de nuestra frágil vida. Y así lo vivió y expresó un hombre de Dios que desplegó su antena parabólica espiritual para captar la onda divina en su propia historia personal y en la búsqueda de caminos de encuentro y diálogo entre diversas tradiciones religiosas:
Decir que estoy hecho a imagen de Dios es decir que el amor es la razón de mi existencia; pues Dios es amor. El amor es mi verdadera identidad. La abnegación es mi verdadero yo. El amor es mi verdadero carácter. Amor es mi nombre.
Si, pues, hago, pienso o digo algo, conozco o deseo algo que no sea puramente por el amor de Dios, no puede darme sosiego ni descanso, satisfacción ni gozo.
Para hallar el amor debo entrar en el santuario donde está escondido: que es la esencia de Dios (Tomas Merton, monje cisterciense).
Por eso, este es un libro sobre el amor, entendido como una fuerza que cimienta la vida humana, como una actitud, como una forma de ser y de estar, como un compromiso cotidiano con la vida, como más, mucho más, que un mero sentimiento sensiblero que, como viene, se va.
Por eso, este es un libro que tiene como protagonista a la vida misma, contemplada con el prisma del amor que nos humaniza (nos diviniza). Y por eso mismo este ejercicio de meditación a viva voz (con palabra escrita) comienza con una referencia agradecida a quien cambió el curso de los tiempos a fuerza de compromiso solidario, a ritmo de amor, y quien, según la tradición multisecular, trajo hasta el finis terrae occidental la esencia de una buena (buenísima) noticia: «Nadie tiene amor más grande sino quien da la vida por sus amigos».
Aquí tienes retazos de vida, a la luz del amor que da sentido a la existencia, y que quiero compartir contigo.
TRAZANDO JUNTOS
LA SENDA DEL AMOR
«El amor es una reserva de energía sagrada; es como la sangre de la evolución espiritual».
PIERRE THEILHARD DE CHARDIN
Paz y bien:
Desde hoy quiero compartir contigo, en el camino de la vida, mi ser, la vida misma tal y como la percibo, tal y como la sueño, pero sobre todo, tal y como me viene dada en este ir paso a paso tratando de teñirla del color verde de la esperanza, esa misma esperanza que se sustenta y palpita en nuestros mejores y más bellos ideales, en la mirada de amistad de quien vive en y desde el amor. Te propongo que compartamos esta misma esperanza desgranada en palabras, como una forma más de construir la amistad que tanto necesita el mundo y que se sostiene sobre un compromiso de amor.
Al tiempo de escribirte escucho los sones de una música muy especial, evocadora de algo muy profundo. La música es sin duda alguna la expresión viva del arte que subyace en nuestro corazón; y es que siempre hay un algo de musicalidad, y también de poesía, en cada vida, en cada persona. Escucho y comparto contigo el Cántico espiritual de san Juan de la Cruz interpretado por un cantautor berciano de hondas raíces gallegas: Amancio Prada. Los versos que brotan del eco del alma ansiosa por encontrar el reposo en la paz, unidos a los abrazos de la musicalidad, evocan un lenguaje universal que no solo percibe el oído, ya que, en cierto modo, el universo es una sinfonía y nosotros notas que componemos el pentagrama de la creación.
Recuerdo que hace años asistí a un concierto de Amancio Prada cuya segunda parte estaba dedicada a este santo nacido en Fontiveros (Ávila), pero ciudadano del mundo, el «medio fraile» de santa Teresa de Jesús (así le llamaba ella merced a su poca estatura). En aquel entonces el cantautor demandó al auditorio que guardásemos silencio, que no interrumpiésemos siquiera con un aplauso las composiciones poéticas del santo carmelita, puesto que estábamos hablando ya de algo mucho más profundo que el hecho mismo de la sonoridad de la voz y los instrumentos musicales, más allá de la estética, más allá del espacio material. Y el corazón, que es sabio aunque no haya estudiado en ninguna universidad (porque en realidad la verdadera escuela es la vida misma), supo entender el mensaje, y disfrutar del «bálsamo divino».
Es curioso, casi paradójico, constatar que el canto profundamente espiritual (humano y divino) de Juan de la Cruz brotó por primera vez en la historia en una ciudad «almada», en el Toledo de piedras trigales que el sol suele bañar de esplendor dorado, puesto que fue durante su forzoso cautiverio en la ciudad ceñida por el Tajo cuando, en medio de las dificultades y del sufrimiento, escribió en algunos pergaminos esta bella composición hoy musicada.
La vida, la vida misma, tan profundamente bella y tan salvaje, tan fascinante y desconcertante a un tiempo. Y el ser humano frustrado y opresor que siempre trata de salirse con la suya. Afortunadamente en Toledo, en aquel cautiverio que fue una auténtica «noche oscura del alma», venció el amor, y el odio o resentimiento se vio sorprendido y abatido por el verbo amable del poeta. Sí, necesitamos muchos poetas que adornen lo inefable con palabras que nos ayuden a recuperar la senda perdida del amor.
En cierto modo estoy hoy también emulando a Juan de la Cruz al querer elevar un canto: el de mi corazón, para hacer que la soledad existencial a la que a veces nos vemos abocados se transforme en «soledad sonora», en palabras del santo carmelita abulense. Por eso te propongo aquí que caminemos juntos un tiempo, transitando por la senda del amor, siempre inédita, porque cada experiencia de vida es siempre única e irrepetible, pero se puede compartir como gesto de amor (porque el amor siempre necesita compartirse para espantar la sombra del egoísmo), y también como necesidad vital de sentirnos acompañados, de notar cómo alguien camina a nuestro lado, cómo una mano amiga se tiende en los momentos cruciales de la vida en los que nos sentimos desbordados.
El amor de la amistad es un gran regalo, porque nos ofrece la posibilidad de crecer interiormente, humanizándonos cada vez más. Me gusta la expresión clásica de que amigo/a «es quien me conoce y sin embargo me quiere». A mí me gusta emplear más la palabra «amor» que «querer», porque considero que el amor es el cimiento del mundo, la verdadera razón para vivir, lo único que de verdad justifica la vida misma, porque, ¿qué sería la vida sin amor? Querer es algo volitivo, se quiere algo porque se necesita, porque es útil, porque nos gusta, porque en un momento dado nos ayuda o sirve para algo. El amor es mucho más bello y profundo, y por ello mucho más exigente.
«El amor es el cimiento del mundo».
Pero no quiero que este camino de amistad compartida sea solo para nosotros mismos, para ti y para mí, por muy hermoso que sea compartir entre dos. La amistad es expansiva y, como el fuego, no se extingue dándose, sino que dándose se multiplica y produce así un efecto benefactor ampliado. La amistad es amor sin ataduras, sin otro afán que hacer el bien. El amigo/la amiga está siempre ahí, aun en la distancia, pero sobre todo resplandece la luz de su presencia en los momentos de dificultad.
Con todo, hoy tengo el corazón un tanto encogido con la escucha de las noticias sobre el mundo que nos rodea (que somos), ante imágenes de enfrentamientos, de catástrofes, de violencia. ¡Qué sensación de impotencia! ¡Qué gran misterio el del sufrimiento en medio del ciclo de la vida-muerte!
Concluyo este mensaje inicial como lo comencé: con el ánimo de sembrar esperanzas en el camino de la vida, compartiéndolas contigo. No tengas miedo a la vida, con todo y pese a todo, porque al igual que el místico siempre encontraremos la posibilidad de liberar de su esclavitud (miedos, prejuicios, complejos) el amor que brota en nuestro interior como manantial de aguas limpias que fluye y da vida, o como senda de amor que se recorre en ejercicio de amistad.
EL ARTE DE AMAR
«El amor y la bondad no solo hacen que los demás se sientan queridos y cuidados, sino que también nos ayudan a afianzar nuestra paz y felicidad».
DALAI LAMA
Paz y bien:
El eco de la amistad nunca es un canto en el vacío, ni es un mero reflejo de nuestra voz lanzada al aire, sino mutualidad de vida y esperanza, mirada de corazón trazada sobre un horizonte en el que se hace