Desde Austriahungría hacia Europa. Alfonso Lombana Sánchez
Monarchie reiches Anschauungsmaterial dafür, woran ein derartiges Projekt scheitern kann, wenn zur Ausschaltung von Gegensätzen und Konflikten nur rechtstaatlich und ökonomisch argumentiert wird, ohne Gegensätze, Konflikte und Identitäten auch politisch und kulturell umfassend zu diskutieren» (Brix, 2006, p. 86).
«En lo concerniente a modelos europeos de integración, así como a proyectos históricos para Mitteleuropa, la Monarquía de los Habsburgo arroja un rico material de observación acerca de aquello por lo que un proyecto así puede fracasar, en caso de que solamente se arguyan cuestiones estatales y económicas para neutralizar los contrastes y conflictos, sin discutir también política y culturalmente los contrastes, los conflictos y las identidades».
Gracias a los estudios de la memoria cultural se ha podido empezar a rescatar el Imperio austrohúngaro con unas características teóricas de gran relevancia. También el profesor Csáky ve en este tipo de análisis una notable contribución para poder entender mejor el presente y para poder manejar mejor sus problemas, así como para actuar responsablemente una vez conocido el pasado (Csáky, 2010, p. 367).
Junto al redescubrimiento del Imperio austrohúngaro se ha ganado también para el estudio de Europa el espacio centroeuropeo, abogando como ya hizo algún autor anteriormente por el papel modélico de la propia Centroeuropa (Schlögel, 2002). La agrupación del este de Europa en un concepto aglutinador no es novedosa, ya que frecuentemente se vieron enlazados entre sí en la discusión «Mitteleuropa, Ostmitteleuropa, Zwischeneuropa» (Hadler, 1996) o, más recientemente, Centroeuropa. Este último parece ser la más ventajosa de todas estas definiciones (Neubauer, 2003), ya que no es un concepto político ni geográfico (Csáky, 2009, p. 24). La discusión a favor y en contra de estos términos ha sido intensa (Plaschka, et al., 1995; Plaschka, et al., 1997). Ejemplos sorprendentes de la amplitud del concepto que subyace a Mitteleuropa y de la poca concreción con la que frecuentemente se manejan los tenemos todavía en el manual de Lehmann (2009), donde se adscriben a Centroeuropa países como Finlandia o Suecia [!]. Esta incierta delimitación, que se extiende a una dilatación de Centroeuropa hasta prácticamente toda Europa, ha empezado sin embargo a contarse entre las excepciones. Hay pues un relativo consenso a la hora de delimitar Centroeuropa en el espacio comprendido al norte con Polonia, el sur con los Balcanes, al oeste con Viena y hacia el este con Rusia: en definitiva, la Europa heredera del Imperio austrohúngaro. No en vano, las propuestas de unidad para la región se remontan hasta el propio Imperio austrohúngaro, cuyos «descendientes» –Óskar Jászi (1918), Joseph (Jószef) Szternényi (1917) o Julius Andrássy (1916)– pueden considerarse los promotores de esta unidad.
Aunque con intenciones diferentes por su orientación económica, también debemos considerar en este discurso el sueño de una Mitteleuropa alemana (Naumann, 1916), que es la aplicación al espacio centroeuropeo de las teorías de Friedrich List (1982 [1841]). El discurso de la unión de Centroeuropa vivió sin embargo un momento culminante en torno a 1989. De las contribuciones previas a la caída del Muro son canónicas dentro del discurso centroeuropeo las voces de Kundera (1983), Konrád (1985; 1986), Busek y Wilfinger (1986), Burmeister et. al. (1988) y Schöpflin & Wood (1989), ya que en todas ellas se refleja el doloroso precedente del aislamiento de Europa occidental, pero se arroja un sentimiento de optimismo para la región. Y en ellas, Centroeuropa es una unión de potencial y oportunidades para Europa. Sin embargo, todas ellas están revestidas de un cierto dolor y melancolía (Ash, 1990). Por ello, puede decirse que el estudio de la región ha experimentado una importante cesura tras los acontecimientos de 1989, ya que se ha materializado un renacimiento del concepto (Judt, 1990; Beller, 1992) en una revisión menos dolorosa y más real:
«Mitteleuropa ist keine Utopie, keine Idee, keine Erfindung, sondern eine Tatsache, die jeder, der sich dafür interessiert, auffinden, entdecken kann» (Schlögel, 2002, p. 64).
«Mitteleuropa no es una utopía, ni una idea, ni un invento, sino una realidad que cada cual que se interese por ella podrá encontrar y descubrir».
Es este discurso el que percibimos en las obras en lengua española especialmente tras los acontecimientos de 1989, cuando surgieron diferentes trabajos sobre las ansias de libertad centroeuropeas (Eguiagaray Bohigas, 1991), la cuestión de los Balcanes (Veiga, 1995) o las situaciones de países diversos como Hungría (González Enriquez, 1993), siempre desde el reto de controlar la nueva diversidad postyugoslava (Villanueva, 1994). Guillermo A. Pérez Sánchez ha contribuido con varios estudios a la investigación de la Europa del Este, entre los que hay que citar un sugerente artículo sobre la historia de este espacio (Pérez Sánchez, 2004). Las posturas recientes en Europa guardan cierta unidad en los discursos de la memoria postcomunista (Corvea-Hoisie, et al., 2004) y en lo que puede llamarse un intento de definición de identidad cultural (Havelka, 2007). Estas, sin embargo, evitan paulatinamente connotaciones nacionales, ya que han empezado a considerar la diversidad como el gran potencial de la región (Höhne, 2008). A ello han contribuido las visiones del espacio como territorio policéntrico (Jaworski, 1999) o como un espacio comunicativo (Csáky, 2010, p. 345 y sigs.). Así, la cohesión centroeuropea ha empezado a convertirse en un modelo irrenunciable para una mejor comprensión de Europa (Horel, 2009). Cabe aquí citar también alguna contribución en lengua española a este asunto (Martínez de Sas, 1999), así como una sugerente recopilación de artículos con motivo de las Ampliaciones del Este (Presa González, 2004).
Una Europa centroeuropea se ha perseguido también con la defensa de la literatura centroeuropea (Binal, 1972; Konstantinovics, 2003) o buscando algunos de sus mitos cohesionadores (Behring, et al., 1999). En la Europa heredera del Imperio austrohúngaro, además, la lengua alemana sigue presentándose como un vehículo aglutinador de gran relevancia. Una puerta para ello parecen haber sido sendas ampliaciones (Bürger-Koftis, 2008), gracias a las cuales se ha abierto una nueva etapa de la historia de la literatura alemana en el este de Europa (Szendi, 2002). Aunque el concepto se había barajado con anterioridad (Schwob, 1992), tan solo a partir de los últimos acontecimientos parece convertirse en realidad la entonces tan utópica hipótesis.
1.2.2. Fundamentación temática
«Austriahungría»
En las páginas dedicadas en la bibliografía a recopilar el estado de la cuestión sobre el Imperio austrohúngaro se realzó la imponente tradición académica precedente. En la aproximación bibliográfica se hizo hincapié en aquellos puntos más atractivos y aún no lo suficientemente tratados a los que pretende dar respuesta este estudio. Además de querer reforzar la presencia de la lengua española en el material bibliográfico existente, con este trabajo se persigue englobar la cultura austrohúngara en un concepto aglutinador, «Austriahungría», que no solo sirva para referirse a la comprensión cultural del Imperio, sino que agrupe ya desde su origen un único concepto de pluralidad. Aunque el objeto de estudio sea únicamente la lengua alemana, con la propuesta de Austriahungría se quiere exponer un complejo entramado de la diversidad bajo un único marco común. Para ello, se opta también aquí por un concepto nuevo y neutral llamado a designar una nueva visión del entramado austrohúngaro. Precisamente esta búsqueda de unidad para el Imperio austrohúngaro es la motivación para definir el Imperio como conjunto, ya que «es de extrema necesidad una exactitud terminológica y conceptual del objeto de análisis que elimine connotaciones subjetivas y consiga la renovación prevista de la investigación del periodo, hasta ahora fragmentaria» (Lombana Sánchez, 2012, p. 219).
Históricamente, el Imperio austrohúngaro es un complejo estatal de gran utilidad, ya que sirve para delimitar un espacio difícil de equilibrar (Király, 2010, p. 52). Por ello, la opción de Austriahungría como contexto cultural se fundamenta en sus fronteras y trascendencia histórica, aunque no las estudia ni valora políticamente. Esta coincidencia se debe en cierta medida al Compromiso austrohúngaro (en alemán, Ausgleich, en húngaro, Kiegyezés), que fue el acuerdo firmado en 1867 por el cual se puede considerar la constitución oficial del Imperio austrohúngaro como un Estado plural. Este tratado no era perfecto, y el juicio político ha valorado sus vacíos legales y errores (Berger, 1967). Sin embargo, de entre sus párrafos cabe citar por encima de todo el § 19, que sirve como punto de partida de un modelo nacional para salvaguardar la pluralidad:
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