América ocupada. Rodolfo F. Acuña

América ocupada - Rodolfo F. Acuña


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la muerte de Custer serviría más tarde para justificar la matanza de “los pieles rojas”. Más importante aún fue el odio generado por la guerra. Se presentó al mexicano como a un enemigo cruel, traicionero y tiránico en quien no se podía confiar. Estas estereotipadas imágenes perduraron hasta mucho después de la guerra y pueden percibirse en las actitudes angloamericanas hacia el chicano. La guerra de Texas dejó un legado de odio y determinó la situación de pueblo conquistado, en que quedaron los mexicanos que permanecieron en territorio texano.

      LA GUERRA ENTRE MÉXICO Y ESTADOS UNIDOS

      La guerra contra México es representativa del fervor expansionista de Estados Unidos en el siglo XIX. Parecía inexorable que la nación trasladara sus fronteras hacia el oeste, a menudo mediante guerras que ella misma provocaba. A mediados de la década de 1840, México se convirtió en el blanco. Los angloamericanos no podían renunciar a expandirse hacia un territorio en apariencia tan rico como las tierras baldías controladas por México al suroeste de Estados Unidos. A pesar de que para entonces ni su extensión ni su poderío eran abrumadores, ya resultaba peligroso compartir una frontera con Estados Unidos; era una nación arrogante en sus relaciones exteriores, en parte debido a que sus ciudadanos se consideraban cultural y racialmente superiores. México, por el contrario, era considerado una nación cuyo futuro sería superior a la de Estados Unidos. Sin embargo, México estaba plagado de problemas financieros y de conflictos étnicos internos; además, padecía un gobierno débil. La anarquía reinante en la nación actuó en detrimento de un desarrollo cohesivo.33 La guerra de Texas, que Harriet Martineau ha llamado “el robo más sofisticado de los tiempos modernos”, fue solo el preludio. Carl Degler ha resumido lo que verdaderamente aconteció:

      [La guerra] no culminó en una victoria indiscutible para los texanos, puesto que México se negaba a reconocer la independencia de la recién proclamada República de Texas, a pesar de que el gobierno mexicano no tenía poder alguno para ejercer su autoridad sobre sus antiguos súbditos. Sin embargo, esa situación no impidió a los texanos negociar su anexión a Estados Unidos. En 1845, al aproximarse la consumación de esa anexión, México ofreció su reconocimiento total a la República de Texas a condición de que la fusión no se llevara a cabo. La historia ha demostrado que México tenía razón en temer que la anexión era meramente el preludio a sucesivas usurpaciones de su territorio. Ni Estados Unidos ni los texanos, sin embargo, permitieron que la preocupación mexicana impidiera la anexión. El ingreso de Texas a la Unión Norteamericana preparó el camino para la guerra entre Estados Unidos y México.34

      En 1844, el arrastre de la doctrina del “Destino manifiesto” predominó en el caso de Texas sobre cualquier consideración legal relativa a los derechos de México en el suroeste de Estados Unidos. James K. Polk, partidario enérgico de la anexión de Texas y del expansionismo en general, obtuvo la presidencia de Estados Unidos; aunque ganó por pocos votos, se interpretó su elección como un mandato de expansión nacional. El presidente Tyler decidió actuar y pidió al Congreso que aprobara la anexión de Texas mediante una resolución conjunta; la medida fue aprobada pocos días antes de la instauración de Polk, quien respaldó el paso. En diciembre de 1845, Texas se convirtió en un estado de Norteamérica. México rompió inmediatamente las relaciones diplomáticas y Polk envió al general Zachary Taylor a Texas para defender la frontera. Sin embargo, la localización de la frontera era dudosa. Texas sostenía que era el río Grande, pero México, basándose en los precedentes históricos, la ubicaba 150 millas más al norte, en el río Nueces. Con el propósito de provocar a México, Taylor cruzó el Nueces con sus tropas y se instaló en el territorio en disputa, pero se abstuvo durante un tiempo de proseguir hasta el río Grande. Mientras tanto, en noviembre de 1845, Polk envió a John Slidell a México en una misión secreta para negociar sobre el territorio en disputa. La presencia de soldados angloamericanos entre el Nueces y el río Grande hacía que las negociaciones parecieran absurdas, y los mexicanos rehusaron entrevistarse con el embajador de Polk. Además, Slidell insistía en que se le recibiera en los términos deseados por Estados Unidos, es decir, como embajador permanente, y no con el carácter de emisario ad hoc que le conferían los mexicanos.35 Slidell regresó de México en marzo de 1846, convencido de que había que “castigar” a los mexicanos para que negociaran. El 28 de ese mismo mes el general Taylor se encontraba en la ribera del río Grande, al mando de un ejército de 4000 hombres.

      Encolerizado por la negativa mexicana a recibir a Slidell en sus condiciones y por la reafirmación de los derechos de México sobre Texas formulada por el general Mariano Paredes, Polk había decidido ir a la guerra. Cuando las fuerzas mexicanas cruzaron el río Grande y atacaron al contingente del general Taylor –paso que sin duda Polk esperaba– el presidente de Estados Unidos halló una excusa para lanzarse al ataque. De inmediato preparó su mensaje de estado de guerra y el 13 de mayo de 1846, el Congreso declaró la guerra a México y autorizó el reclutamiento y abastecimiento de 50 000 soldados. Según Polk, “México ha derramado sangre norteamericana en suelo norteamericano”. En otras palabras, las acciones estadounidenses estaban justificadas; el país había sido provocado a guerrear”.36

      Años más tarde, Ulises S. Grant dijo que creía que Polk deseaba que se provocara una guerra y dio pasos para conseguirlo, y que la anexión de Texas fue, de hecho, una agresión. Añadió: “Yo detestaba la guerra contra México… pero no tuve el valor moral necesario para renunciar… Consideraba que mi obligación suprema era hacia mi bandera”.37 Representante en el Congreso, Abraham Lincoln se opuso a la Guerra, demandado que Polk enseñara adonde atacaron las tropas mexicanas a las fuerzas norteamericanas.38

      Nunca hubo dudas sobre cuál sería el resultado de la guerra. El ejército mexicano, mal equipado y mal dirigido, tenía pocas probabilidades de triunfar frente al empuje de los angloamericanos expansionistas. Aun antes de que se declarara la guerra, los angloamericanos, y particularmente Polk, estaban seguros de que la ganarían. El plan de guerrear de Polk consistía en tres etapas: 1] se sacaría a los mexicanos de Texas; 2] los angloamericanos ocuparían California y Nuevo México; y 3] fuerzas de Estados Unidos marcharían sobre la ciudad de México para obligar al gobierno derrotado a aceptar la paz dictada por Polk. Y, fundamentalmente, la campaña siguió ese itinerario. Al final, a un costo relativamente bajo de hombres y dinero, la guerra le produjo a Estados Unidos inmensas ganancias territoriales: toda la costa del Pacífico, desde San Diego hasta el paralelo 49, y toda el área comprendida entre la costa y la División Continental.

      LA RAZÓN FUNDAMENTAL DE LA CONQUISTA

      Glenn W. Price, autor de Origins of the War With México: The Polk-Stockton Intrigue, dice: “Los norteamericanos han tenido mayor dificultad que otros pueblos para enfrentar racionalmente sus guerras. Nos concebimos únicos, y a nuestra sociedad planificada y creada especialmente para evitar los errores de todas las demás naciones”.39 Muchos historiadores angloamericanos todavía pretenden pasar por alto la guerra entre Estados Unidos y México declarándola simplemente “una mala Guerra” del tiempo en que predominaba en Estados Unidos la doctrina del “Destino manifiesto”. Esto es tan peligroso como si los historiadores alemanes descartaran la Segunda Guerra Mundial, diciendo que sucedió durante el predominio de la doctrina del Lebensraum en Alemania. De hecho, la discusión en torno a la doctrina del “Destino manifiesto” ha apartado a los historiadores del problema principal, a saber, la agresión norteamericana planificada.

      Los historiadores sostienen que la doctrina del “Destino manifiesto” encuentra sus raíces en la ideología puritana que todavía ejerce influencia en el pensamiento angloamericano. Esta doctrina se basaba en el concepto de la predestinación, que formaba parte del calvinismo. Dios destinaba a los hombres o al cielo o al infierno. En gran medida, la doctrina de la predestinación se fundamentaba en la del “pueblo escogido” del Antiguo Testamento. Los puritanos se consideraban el pueblo escogido del Nuevo Mundo. Esta creencia suscitó en los angloamericanos el convencimiento de que Dios los había hecho custodios de la democracia y que su misión era difundir los principios de esta. A medida que la joven nación se expandía hacia el oeste, que superaba su etapa infantil, a pesar de la guerra de 1812, y obtenía éxitos comerciales e industriales, se acrecentaba la consciencia de su predestinación. La doctrina Monroe de la década de 1820, advirtió al mundo que América no sería víctima de más


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