Sugar, daddy. E. M Valverde
raro que tuviese amigos.
Me comí más cerezas para mitigar la ansiedad y el nudo que se me formaron en el estómago, atrayendo la mirada de los dos hombres con el movimiento.
Levanté la mirada lentamente cuando se formó un silencio sepulcral importante. Me encontré a los dos sonriéndome, el desconocido de forma amistosa y Takashi de forma sombría.
—Soy Yoshida Hiroto, de Nespresso –la cara nueva me tendió la mano, y unos hoyuelos suaves enmarcaron una sonrisa ya de por sí perfecta. Me levanté apresurada y empujé la cereza a una de mis mejillas, no importándome la posibilidad de parecer una ardilla. Él al menos sí me decía su nombre.
—So Areum, encantada –le sonreí de forma profesional, pero se me escapó un poco de coquetería cuando sacudimos las manos. Era muy guapo, y no me importaría para nada hacer una colaboración Samsung × Nespresso, aunque las empresas fuesen incompatibles.
Noté como a Hiroto se le fueron los ojos al táper que sostenía, y le ofrecí una cereza.
—¿Quiere? –le tendí el recipiente, e hizo una reverencia con la cabeza antes de coger una.
Takashi nos miraba desde el marco de la puerta, con una sonrisa meramente de cortesía, ya que debajo de esta, se moría de anticipación por que entrara a su maldito despacho.
Escupí el hueso de la pequeña fruta en una planta cuando ninguno miró, e inevitablemente Hiroto se fue. Takashi salió al pasillo para sostenerme la puerta con petulancia, su alta figura casualmente estirada.
—Las damas primero.
Me crucé de brazos permaneciendo estática, mirándole con soberbia. No me importaba entrar primero, ¿...pero darle la razón? Eso sí que no.
—¿Buscando problemas, Areum? –apretó los dedos en la madera, su lengua jugando nerviosamente en su comisura antes inspeccionar mi cuerpo cubierto–. Veo que no llevas el uniforme... –que dejara la frase en el aire me puso nerviosa, y tras unos segundos más, su mirada cambió, como si le hubiera desafiado–. Entra, no te lo vuelvo a repetir –mantuve mi posición, pero se cansó y me arrastró al despacho del brazo.
—¡Que no me toques! –me zafé de él, mirando con rabia cómo el brazo que había frotado con la esponja la noche pasada, ahora volvía a estar contaminado.
—Acabas de llegar, no me vaciles y siéntate –cerró de un portazo–. No me quieres enfadar, te lo advierto –echó la llave y se la llevó consigo a algún cajón perdido de su escritorio. Me hizo un gesto con los dedos para que me acercase a él, como si fuera un puto perro al que ordenar.
Busqué en mi mochila los papeles que había traído, y los dejé sobre la superficie de madera pulida con cuidado.
—Es el software del sistema de navegación –murmuré automática la información sobre el GPS, y Takashi reventó en una sonrisa.
—Lo leeré después –hizo la pila de papel a un lado, infravalorando mi trabajo durante la medianoche, ya que apenas había dormido por eso.
—No, lo vas a leer ahora –todavía no había tomado asiento, por lo que estaba más alta que él. Vi cómo le molestó que le diese una orden, pero yo era igual de dictatorial que él cuando me enfadaban.
Alzó una ceja, escéptico antes de ponerse en pie y hacerme sentir menos, su cuerpo estático frente a mí.
—He dicho que te sientes –dijo calmado e inclinado sobre el escritorio–. Tengo fotos comprometidas de ti, ¿de verdad piensas que te conviene desobedecer?
¡Agh, menudo estúpido!
Apreté los puños antes de sentarme en la silla, pero Takashi no pareció estar de acuerdo con eso tampoco.
—Ahí no. Acércate –dijo sin moverse un milímetro, sus ojos nunca dejando de recordarme la potestad que tenía sobre mí. Giró su silla, se sentó y palmeó su regazo como ofrenda–. Aquí, nena.
No, ¡ni de coña me sentaba sobre él voluntariamente! Aquello sería rendirme por completo.
—No has perdido la oportunidad de zorrearle a mi amigo Hiroto cuando has podido, ¿eh, cielo? –entrecerró los ojos con malicia y me rodeó la muñeca, y tiró hasta sentarme encima de él de mala gana.
—Es un hombre atractivo con el que no tengo relación laboral, le puedo zorrear si me da la puta gana –le giré la cara, visiblemente abochornada por dónde me había sentado–. Suéltame...
—Al único al que le vas a zorrear es a mí, nena –comentó sereno, como si diera por hecho que le iba a obedecer–. Estoy harto de que me faltes al respeto, está claro que lo de ayer no fue suficiente para ti –me mareé cuando rodeó mi muslo y lo apretó con una extraña posesividad, pero también agradecí llevar pantalón–. Esa bufanda es casi tan espantosa como tu traje, ¿y el pañuelo Gucci que te di? –asomó hasta rozar mi mejilla con la suya, y me regañé por lo cálido que se sintió.
—Lo he quemado –balbuceé rápido–, no acepto cosas de gente de mierda –respondí, con una sonrisa nerviosa.
En realidad no lo había quemado, pero él no tenía por qué enterarse de eso.
Tensó la mandíbula pero me dio igual, porque realmente llegó un punto en el que no entendí por qué había pasado tanto miedo ayer. Sí, era un manipulador de mierda, un acosador y un sádico, pero como él había muchos así sueltos por el mundo.
—¿Te hago un regalo y lo quemas? Eres una maldita desagradecida –no supe qué exactamente, pero me hizo sentir como un estorbo. Me dio un escalofrío cuando quitó la bufanda y la piel amoratada quedó descubierta por primera vez en el día.
Pellizcó la piel con el solo propósito de ver mi cara de dolor, y noté algo duro contra mi espalda baja. Me rodeó el cuello, y dejó una escalofriante lamida lineal y fría.
—No –aparté su cara de forma brusca, y respondió cerrando más la mano alrededor de mi garganta, esta vez tan fuerte que sentí que había agotado su paciencia–, tan fuerte no.
—Pasemos a las formalidades, ¿te parece?
—¿Ya estás desvariando otra vez? –bufé/lloré–, ¿qué estás diciendo ahora?
—Las normas, Areum. Las normas para que no acabe perdiendo los papeles y te castigue tan jodidamente fuerte que acabes llorando.
¿Dónde me había metido?
6. [formalidades rechazadas]
Areum
—Antes de que vuelvas a abrir esa boca necesitada de mordaza, te enseñaré algo más –cubrió mi boca para que no le interrumpiera, y ahí me quedé patidifusa. Abrió un cajón y sacó la misma carpeta azul del otro día, haciéndome desfallecer cuando vi más fotos mías con Kohaku–. ¡Mira lo que tengo! –exclamó con exagerado júbilo, como si quisiera hacerme llorar.
Me incliné a verlas. Estas fotos no eran vandalizando calles, sino simplemente de esa misma mañana en el patio del instituto, cuando estaba acostada de forma cariñosa sobre mi amigo.
Ya era suficientemente aterrador no tener claro lo que estaba pasando con Kohaku, y que Takashi tuviera cámaras sobre mí...no me permitía nada de libertad y/o privacidad. Si el muy desgraciado compartía esto con la prensa...
¿Habría ido a mi instituto solo para tomar más fotos? ¿Cuántas más tendría y llegará a tener?
—¿C-cómo has...–
—Solo por si acaso te olvidabas del poder que tengo, reservado solo para ti –acarició mis brazos en dirección norte, intentando reconfortarme en vano.
Llegué a la conclusión de que si quería proteger a Kohaku y mantener las fotos ocultas, debería cooperar con Takashi.
—¿De qué normas hablabas antes? –dejé la mirada