Sugar, daddy. E. M Valverde
pude mover el cuerpo incluso cuando caminó hacia su escritorio antípodo, mi cuerpo seguía temblando y frío, tal vez así se sentía una degradación.
—Nos vemos mañana para establecer una serie de normas de convivencia –oí el tintineo de llaves cuando abrió la puerta, él impasible como siempre–. ¿Areum?
—¿Sí?
—Si vienes con tu uniforme escolar... –me dedicó una mirada que a sus ojos fue jovial, pero a los míos solo era mofa–, te prometo que estaré de buen humor la próxima vez.
Apagó las luces para darme privacidad, y me dejé caer al suelo cuando por fin escuché la puerta cerrarse, y sollocé miserable en un despacho oscuro entre los miles de rascacielos de Tokio.
En vez de ayudarme a prosperar, ya deduje que esta colaboración acabaría conmigo.
5. [un café bien cargado]
Areum
Sabía que si me quedaba “enferma” en casa iba a rememorar la tarde anterior, y al menos en el instituto estaba con Kohaku y me distraía.
Y aunque tampoco le quería mentir a mi mejor amigo, no pude explicarle lo que me pasaba por la cabeza.
—¡¿Quieres que te parta las piernas, pedazo de gilipollas?! –¿Kohaku estaba gritándole a alguien?, pensé, ¿con lo bueno que es él?–. Ari, ¿te encuentras bien?
Su voz de preocupación reverberó a mis espaldas, y estaba tan anímica, que me daba igual que una pelota de fútbol me hubiese hecho caer al cemento del patio. Notaba la picazón de la rodilla ensangrentada, pero tampoco me molestaba.
Tenía ganas de llorar pero lo contuve, y aunque Kohaku se pensase que era por la rodilla, era por otra cosa, por otro alguien.
—Areum, levántate –me cogió de la cintura con cuidado, y me mordí el labio casi hasta el punto de sangrar cuando el viento sopló directo en mi herida–. Vamos a la enfermería.
Me hizo pasar un brazo por sus hombros para poder caminar, y me tensé cuando tiró sin querer del pañuelo de seda que todavía no me había quitado del cuello.
—Cuidado Kohie –le advertí, ciñendo el pañuelo–, tengo frío.
...
—¿Eso que oigo son suspiros somnolientos? –una voz grave acarició el tímpano de mi oído con sigilo, y me tranquilicé cuando recordé que estaba con Kohaku..
—¿Y tú has puesto voz grave a propósito? –inquirí, inspeccionando los quehaceres en el patio del instituto; todos los alumnos almorzando, y algunos curiosos mirándonos.
Ignoré las miradas y me centré en la pequeña zona de jardín donde Kohaku y yo estábamos, él recostado en el árbol y yo en su pecho. Era un gesto ambiguo entre amigos y propio de pareja, pero lo cierto era que me importaba una mierda.
—Relaja la mirada, fiera –Kohaku me cubrió los ojos juguetonamente bajo sus plácidas manos, y me movió la cabeza en un suave círculo, para que destensara–. Podemos hundirles las acciones en bolsa, no hay necesidad de fulminar con la mirada.
—Últimamente estoy un poco paranoica –bajé sus manos–. Desde que mi madre llamó el viernes que estábamos de fiesta... –dejé caer los párpados, acordándome de las fotos que Takashi había hecho.
—¿Qué?
—Siento que nos observan.
¿Y si Takashi también podía acceder al instituto?
—Ari, de verdad necesitas relajarte. Compaginar la empresa con el colegio es jodido, y no me extraña que te esté dando un chungo cerebral por el cansancio –su cara apareció por el lateral de la mía, dándome un apretón con sus brazos–. ¿Quieres que te dé un masaje antes de volver a clase.
Asentí y me puse recta, a pesar de que eso significase dejar el seguro pecho de Kohaku. No lo llamaría exactamente hogar, pero desde luego era un lugar seguro.
—Te tienes que estar muriendo de calor con esto –no entendí sus palabras hasta que noté un tirón en la bufanda, sus dedos ya maniobrando para deshacer el nudo.
—¡No! –me aferré a la bufanda y me levanté automáticamente del césped, como si tuviese un resorte en el trasero. Kohaku se levantó, esperando en silencio una respuesta por mi anormal comportamiento–. Es que de verdad tengo frío –mentí seria.
—Estamos a 29 Cº –la sospecha nubló sus ojos. No tenía razones para desconfiar de mí ya que nunca le había mentido; hasta esta semana complicada.
—¡Creo que estoy comenzando a resfriarme! ¡No te preocupes!
Si hacía sospechar a Kohaku de lo de Takashi, algo me decía que saldría muy mal. Aunque no supe hasta qué punto escalaría aquello...
...
—Joji, ¿a dónde estamos yendo? –pregunté confundida, tras dejar atrás el edificio Samsung.
El joven chófer no desvió la mirada de la carretera ni un solo segundo, y la luz nocturna engullía el coche en el que íbamos.
—Al edificio Hyundai, Señorita So –su pendiente se movió con el suave giro del volante, mis ojos desamparados al oír sus palabras. ¿Al edificio del Señor Takashi...? ¿Pero por qué?–. Su madre no me ha dado más instrucciones excepto llevarla hasta allí, debería hablarlo con ella cuando llegue.
Y eso fue lo que hice.
Detesté cada hilo de la alfombra roja que me recibió a las puertas del edificio, las letras rojas estratosféricas del logotipo, la iluminación moderna del infierno de Dante. Rojo, rojo, rojo.
Parecía que aquel hombre tenía una pasión por ese visceral color. Una pesadilla con sonrisa bonita de mirada seductora y engañosa.
Para mi mala suerte, mi madre estaba tomando un café con el señor Takashi padre antes de comenzar a trabajar, por lo que me senté en la mesa más apartada de la cafetería.
—Areum, Kaito ya debe de estar arriba –se me hizo raro escuchar su nombre y más de la boca de mi madre, ¿era yo la única tonta que solo le llamaba por su apellido?–. No le hagas esperar –se paseó brevemente por mi mesa, mirándome desde arriba.
—Pero mamá, ¿por qué estamos en la sede de Hyundai? Hoy la reunión estaba organizada en nuestro edificio –me sentí como una niña pequeña cuando mi madre alzó una ceja, con cierto aire de superioridad. A veces mi propia progenitora se sentía como un completo desconocido.
—He tomado la decisión de perpetuar las reuniones aquí, es menos jaleo de transporte y horarios. Además, es mucho más viable transportar el material de Samsung que los coches de Hyundai, nuestros técnicos harán las pruebas aquí.
Eso significaba que me quedaba aquí por seis meses, cinco días a la semana en ese infernal despacho vertiginoso, cuatrocientas ochenta horas con Takashi... ¿Qué podría salir mal? (Nótese el sarcasmo).
El ascensor me dejó en el veinteavo piso, y subí el pequeño tramo de escaleras hasta dar con la puerta al inframundo del piso veintiuno. Me armé de valor y toqué con los nudillos la madera de cerezo, y su severa voz me gritó desde dentro que esperase.
Eran las 21:45, y como siempre, se le daba genial atrasar las cosas un cuarto de hora. ¡Mejor, así le veía la cara menos y antes me iba a casa! Si por mí fuera, me quedaba sentada afuera una hora y media más.
Le mandé un simple mensaje a Kohaku preguntándole qué tal iba, ya que estaría acabando de trabajar en Apple. Creo que más que preocupación por él, fue más bien una forma de evadirme de mi situación actual.
Recordé el táper que me había dado con cerezas, para los días en los que no nos daba tiempo a merendar juntos.Y hoy era un día de esos.
Justo cuando me acerqué la cereza a los labios,