La señorita Pym dispone. Josephine Tey
Se desmayan cada vez que madame Lefevre les dirige una palabra amable. También yo en ocasiones, pero más bien es fruto de la sorpresa en mi caso. Ahorran dinero para regalarle flores a la Gustavson, que solo piensa en su apuesto oficial de la Marina sueca.
—¿Cómo sabe usted eso? —preguntó Lucy, sorprendida.
—¡Ah! Él está en todas partes. En su mesa, en su habitación. Su fotografía, quiero decir. Y al fin y al cabo la señorita es del continente. Ella no es presa de las rabietas.
—Los alemanes sí —precisó Lucy—. Son famosos por ello.
—Desde luego son un pueblo poco equilibrado —respondió Desterro desdeñando a la raza teutona—. Los suecos son muy diferentes.
—De cualquier modo, ella sabrá apreciar esas pequeñas ofrendas florales.
—Por supuesto no las arroja por la ventana a la primera de cambio. Pero es obvio que ella siente preferencia por las que no le hacen regalos.
—¡Ah! De modo que también hay estudiantes que no se dejan llevar por las emociones, ¿verdad?
—Por supuesto, unas pocas. Las escocesas, por ejemplo. Tenemos dos. —Por su tono de voz podría estar hablando igualmente sobre razas de conejos—. Demasiado ocupadas con sus propias disputas como para que les sobre energía para algo más.
—¡Disputas! Pensaba que los escoceses eran un pueblo muy unido.
—No si se han criado bajo el influjo de vientos distintos.
—¿Vientos?
—Tiene que ver con el clima. Es algo muy habitual en Brasil. Un viento estilo aaah —Abrió sus encarnados labios soltando el aliento de un modo insinuante— moldeará a lo largo de su vida a un tipo de persona. Pero el viento que hace sssh —Esta vez expulsó el aire entre sus dientes, de un modo casi sensual— influirá en las personas de un modo completamente diferente. En Brasil es a causa de la altitud. En Escocia, la diferencia consiste en si procedes de la costa este o de la costa oeste. Lo descubrí durante las vacaciones de Pascua y por fin comprendí lo que les pasaba a las escocesas. Campbell procede de un viento estilo aaah y por eso es perezosa y dice constantemente mentiras, irradia encanto y es bastante artificial. Stewart, sin embargo, es más del tipo sssh, de ahí que sea honesta, trabajadora y tan extraordinariamente sensata.
La señorita Pym se rio.
—¡De modo que según su teoría la costa oeste de Escocia debería estar poblada por poco menos que santos!
—Por supuesto, también habrá motivos personales en sus disputas, imagino. Algo seguramente relacionado con el abuso de hospitalidad.
—¿Quiere decir que quizá durante unas vacaciones juntas una de ellas se aprovechó de la otra?
Visiones de algún enredo amoroso, cucharas de plata subrepticiamente robadas y quemaduras de cigarrillos en los muebles de la familia salpicaron entonces la excesivamente vívida imaginación de Lucy.
—No, no. Se trata de algo ocurrido hace más de doscientos años. En las colinas cubiertas por la nieve tuvo lugar una masacre.
Desterro le hacía plena justicia al significado de la palabra justicia.
En ese momento, la señorita Pym rompió definitivamente a reír. ¡Pensar que los Campbell aún se afligían con el recuerdo de la batalla de Glencoe! ¡Desde luego eran una raza de lo más intransigente, esos celtas!
Permaneció un instante tratando de asimilar en silencio lo que acababa de escuchar hasta que de nuevo el excéntrico bollito se dirigió a ella, diciendo:
—¿Entonces ha venido usted a estudiarnos como a conejillos de indias, señorita Pym?
Lucy le explicó que ella y la señorita Hodge eran viejas amigas y que su visita era estrictamente por placer.
—En cualquier caso —continuó dulcemente—, dudo de que un espécimen como la estudiante media de educación física pueda ser psicológicamente interesante.
—¿No? ¿Por qué?
—¿Demasiado normales, demasiado amables? Demasiado parecidas entre sí. —A Desterro pareció divertirle el comentario. Era la primera expresión espontánea que dejaba traslucir hasta el momento. Y pilló por sorpresa a Lucy, que sintió que sutilmente le hacían notar que quizá también ella pecara de ingenua—. ¿No está de acuerdo conmigo?
—Intento pensar en alguna chica, alguna de las mayores, que sea normal. No es tan fácil.
—¡Ah, vamos!
—Ya ha visto el tipo de vida que llevan aquí. Cómo trabajan. Es difícil, si no imposible, pasar por esos años de trabajo y entrenamiento constantes y seguir siendo una chica normal al llegar al último curso.
—¿Quiere decir que alguien como la señorita Nash no le parece normal?
—¡Ah, Beau! Es una criatura fuerte y voluntariosa y quizá por eso sufre menos que las demás. ¿Pero opina usted que su amistad con Innes es algo normal? Es bonito, por supuesto —se apresuró a añadir Desterro—, irreprochable. Pero no es en absoluto normal, esa relación a lo David y Jonatán.7 Se las ve felices, de eso no hay duda, pero —Desterro hizo un gesto con el brazo mientras trataba de encontrar la palabra adecuada— hay algo que no encaja. Y con las Discípulas ocurre lo mismo, con la diferencia de que son cuatro.
—¿Las Discípulas?
—Mathews, Waymark, Lucas y Littlejohn. Siempre nos referimos a ellas de ese modo. Y, puede creerme, mi querida señorita Pym, las cuatro piensan como una sola. Tienen sus cuatro habitaciones en el tejado —Y dirigió su mirada hacia las cuatro claraboyas situadas en el tejado del ala más próxima del edificio—, y si por casualidad necesitas pedirles algo prestado, no te darán ni un alfiler.
—Bueno, ¿y qué me dice de la señorita Dakers? ¿Qué hay de raro en ella?
—Se ha quedado estancada en la infancia —respondió la Desterro con sequedad.
—¡Nada de eso! —exclamó Lucy, decidida a hacer valer su punto de vista—. Solo es un ser humano feliz, simple y sin complicaciones, que se limita a disfrutar de sí mismo y del mundo. ¡Es perfectamente normal!
Bollito de Nuez sonrió de repente y su sonrisa era franca y espontánea.
—¡De acuerdo, señorita Pym, puedo ceder respecto a Dakers! Pero le recuerdo que este es su último curso aquí. Y en esa coyuntura todo resulta terriblemente exagerado y al menos un poquito enloquecedor. No, es cierto, se lo prometo. Si una estudiante es miedosa por naturaleza, durante el último curso lo será un millar de veces más. Si es ambiciosa, entonces la ambición se convertirá en su pasión. Y así sucesivamente. —Se incorporó entonces ligeramente para exponer su sentencia—. Estas chicas no llevan una vida normal. No puede usted esperar que sean normales.
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7 Alusión a la historia bíblica de velados tintes homo-eróticos.
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«No puede esperar que las chicas sean normales» se repetía la señorita Pym para sus adentros, sentada en el mismo lugar el domingo por la tarde mientras observaba aquel alegre tumulto de jovencitas, de aspecto feliz y perfectamente normal, distraídas ahora sobre la hierba. Las contemplaba con auténtico deleite. Quizá ninguna fuera especial o notable, pero al menos ninguna de ellas destacaba tampoco por algo negativo o mezquino. Tampoco había evidencia alguna en el grupo de enfermedad ni tan siquiera de agotamiento, todas ellas parecían henchidas de energía bajo la luz del sol. Allí estaban las supervivientes de aquel curso agotador —ese era un hecho que la misma Henrietta admitía— y, visto de ese modo, la señorita Pym parecía estar dispuesta a aceptar que igual todos aquellos rigores podían justificarse si su consecuencia era semejante excelencia en el comportamiento de las chicas.
Le divirtió comprobar