King Nº 7 El Dios de nuestra vida. Herbert King

King Nº 7 El Dios de nuestra vida - Herbert King


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La audacia de la fe es audacia de la interpretación. Esa fe es decisión, “salto”, expresión de la voluntad. Pero no es algo unilateralmente irracional. Es suprarracional, se implanta en la totalidad irracional-racional del ser humano, y surge de esa totalidad. Aquí hay que utilizar las categorías de libertad, de lo existencial y de lo histórico-concreto.

      Detrás de las interpretaciones del creyente está Dios que alivia al hombre, que puede integrar a su “plan” incluso interpretaciones erróneas, y escribir así derecho por renglones torcidos. Lamentablemente esto no siempre es fácilmente reconocible.

      El encuentro del hombre con Dios en la eternidad consistirá, no por último, en repasar los caminos de Dios en nuestra historia y comprender su sentido.

      7. Aprender a percibir la voz de Dios y diferenciarla de otras voces. Esto significa

      “Aprender a diferenciar espíritu humano de espíritu divino; palabra humana de palabra divina.”14 La tradición y también el P. Kentenich mencionan al diablo como tercer factor.

      Comunicación directa de Dios. En la experiencia de Dios, Dios me habla por último directamente. Que Dios me hable muy directamente es algo que acontece en el campo de la piedad personal. Al hecho de que Dios se haya hecho presente, que Dios me tenga en cuenta, respondo con gratitud, súplica, alabanza, alegría.

      Comunicación indirecta de Dios. En relación con la vida (pastoral) cotidiana, no pensaré enseguida que Dios me haya hablado directamente en cosas concretas que hay que discernir. Más bien me detendré el mayor tiempo posible en el análisis de las causas segundas. Dios no es una causa mundana entre otras que me exima de la reflexión personal. Esto es algo que justamente acentúa la espiritualidad de Schoenstatt.

      Y esto significa también ser fiel a mis propias opiniones, convicciones y decisiones, sin forzar demasiado a Dios. Vale decir, hablar en mi propio nombre y no en nombre de Dios. Para mis adentros puedo confiar ciertamente en que Dios así lo quiere y fundarme en esa fe. Pero tengo que esperar la confirmación de que realmente es así. Hasta que eso ocurra, estaré pendiente, atento. El 18 de octubre de 1914 José Kentenich estaba convencido de que Dios le había hablado. Pero dice “es como si Dios dijese”. Y actuó en consonancia con esa fe. Pero no habló de ello porque primero quiso obtener la correspondiente seguridad. Al cabo de cinco años le resultó claro que había sido así. Habló entonces de “resultante creadora”, concepto que el P. Kentenich siempre formulaba como ley particular, junto con la ley de la puerta abierta. No todas las decisiones son de tal envergadura. Y por eso eventualmente necesitan de menos confirmaciones. Pero la apertura radical a una confirmación posterior de lo que en un primer momento se hubo aceptado hipotéticamente, permite mayor margen de juego que en el caso de introducir la palabra “Dios” con excesiva rapidez. Porque entonces todo se hace demasiado absoluto. El peligro de confundir la opinión personal con la de Dios es demasiado grande. Aquí hay que tener muy presente el concepto de “sobriedad, austeridad” que el P. Kentenich adjunta al de “fe práctica en la Divina Providencia”.

      Discernimiento. ¿Cuándo está Dios directamente en juego? ¿Cuáles son los criterios de discernimiento? Para el hombre realmente religioso Dios está detrás de todo. Pero… ¿cuándo acontece esto de modo directo y no sólo indirecto?

      Por último se trata siempre de lo que tiene lugar en el fuero íntimo del ser humano. Más allá de la importancia que revistan los acontecimientos y hechos exteriores, en definitiva compete a la libertad y necesidad del hombre interpretarlos adecuadamente. Y en este punto cobra vigencia un elemento decididamente subjetivo. Porque por último la pregunta que se plantea es la siguiente: ¿Cómo diferencio en mi alma lo que es moción de Dios de lo que proviene de mí mismo? Puntos de vista tradicionales mencionaban al diablo como tercera fuerza. Vale decir, eventualmente en mi alma pueda hacerse perceptible la influencia de un espíritu maligno que puede presentarse incluso bajo el ropaje de lo bueno.

      Criterios. Paso a mencionar brevemente algunos criterios importantes a la hora de juzgar si las “voces del alma” (tal el término empleado por el P. Kentenich) son correctas, verdaderas, si son queridas por Dios. En este sentido suele hablarse de “discernimiento de los espíritus”, por el cual se investiga de qué espíritu procede una u otra moción del alma.

      Fidelidad a sí mismo, autenticidad, consonancia consigo mismo. Una voz, una moción del alma es correcta, es querida por Dios, cuando al escuchar con atención al alma experimento que dicha voz es coherente, se adecua a mí, está a mi altura, es “mía”, sencillamente estoy seguro de que es correcto que sea así; y si al pensar en la posibilidad de no acatar esa voz siento que acabaría avergonzándome o reprochándome algo.

      Continuidad con la vida que se está llevando hasta el momento. Otro criterio es la fidelidad a las decisiones y realizaciones llevadas a cabo hasta ese momento. Si estoy casado, el hecho de enamorarme de otra persona no avala la posibilidad de contraer un nuevo matrimonio.

      Escuchar el centro y hondura personales. Siempre es importante discernir entre mi yo superficial y sus diferentes planos y profundidades. En tales casos el P. Kentenich habla de las “finas ramificaciones del alma”. Éstas son los ideales personales escritos en el alma.

      Reflexionar. Es importante que reflexione y no me deje lisa y llanamente arrastrar por la espontaneidad. La reflexión genera un cierto “enfriamiento”, apaciguamiento y relativización. Al reflexionar comparo situaciones internas concretas con otras ya vividas y de las que he cosechado experiencias.

      Hablar con otra persona. Particularmente provechoso es la conversación con otra persona. Desahogarse, exponer a otro las propias mociones interiores significa ponerlas delante de mí y contemplarlas con mayor objetividad. En realidad la tarea del interlocutor estriba sólo en escuchar. Descubriré entonces, por mí mismo y con la seguridad necesaria, qué es lo que hay que hacer.

      Crisis. Tentación. A veces basta con tener presente categorías como crisis y “tentación”. Vale decir, que algo puede ser sencillamente una especie de prueba, un mal momento que hay que sobrellevar sin extraer consecuencias de él.

      Criterio de realidad. Naturalmente un importante punto de vista es la realidad en la que vivo. Una tal realidad es, por ejemplo, la vocación o trabajo que se tiene. O simplemente mis obligaciones. Realidades son también los superiores, la familia, los hijos, el cónyuge, la madre enferma… Cuando se trataba de averiguar lo que Dios quería, para el P. Kentenich la máxima fue siempre: “Dios habla a través de las circunstancias”. Eventualmente el alma tendrá que volver a adaptarse a sus propias circunstancias. Porque no siempre le agrada la realidad que vive. De ahí que no se debe dar curso a esas voces de “liberación” que se escuchen en el alma. Aun cuando la realidad suscite una dolorosa resistencia en nosotros, esa realidad lleva en sí algo que aquieta, libera, algo que ordena al alma.

      Reserva ética. Todo lo que dice el alma tiene que pasar, por decirlo así, por el tamiz de la ética que nos obliga a todos en general. La ética me dice lo que rige para todas las personas, y por lo tanto rige para mí también. En un determinado momento se lo puede olvidar. Entonces es bueno que desde afuera se le diga al alma “lo que es objetivamente correcto”. Aun cuando la adaptación al mandato ético resulte doloroso, el hombre ha de contar con que finalmente eso hace bien al alma, es congruente con ella. Las exigencias de la ley están ya “inscritas en nuestros corazones”.15

      Examinarse ante Dios. Si reflexiono sobre una moción concreta del alma desde el punto de vista de que yo quiero cumplir la voluntad de Dios, entonces entra a tallar una instancia que examina al alma en cuanto a su pureza, generosidad y espíritu de sacrificio, exhortándola a dar lo mejor de sí, o en todo caso a no ser mezquina.

      Escuchar la conciencia. La conciencia me dice lo que la ética exige y me advierte cuando no lo acato. Y me dice especialmente si tengo que pasar por encima de la aplicación normal de la ética haciéndome cargo de una aplicación personalísima, o cómo decidirme adecuadamente en un conflicto en torno de normas. Puede plantearse algo ine-ludible, inexorable, y la doctrina tradicional ha considerado siempre que en tales situaciones está operante la voz de Dios.

      Mociones de la gracia. Los maestros de espiritualidad del pasado señalan que en el alma existen mociones


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