Para mi biografía. Héctor Adolfo Vargas Ruiz
de casas moviéndose, así describió su primer encuentro con algo desconocido para él: un tren; Olí la caja de mierda que recibió disfrazada de regalo siendo un niño vendedor de tintos en la fría Bogotá de los años 30, he escuchado los versos cantados por los promeseros que pasaban por su pueblo vía Chiquinquirá, he degustado la gastronomía boyacense que exalta en sus composiciones y he sentido las manos ásperas y los fuertes músculos de nuestros campesinos, así como la suavidad de otras pieles gracias a sus innumerables alusiones a la sensualidad femenina.
En este libro se leen muchas de sus vivencias hechas canción y también se muestra su legado que perdura tras su inevitable deceso físico, legado que expande mi pecho al saberme orgullosa heredera: al oír a mi abuelo en las voces que cantan sus canciones y sentirlo vivo en las manos que las interpretan, o sonreír en su presencia al esperar el cambio de luz del semáforo en las intersecciones cercanas a la plazoleta de las nieves en Tunja, en programas de radio u homenajes varios desde los más sencillos a los más solemnes, como el que espero atestiguar cuando se abra la “Cápsula del tiempo” en 2052, de estas y muchas maneras reconozco que su legado no es sólo mío, sino que es nuestro: de mi familia, de mis pueblos y paisanos: Boyacenses y Colombianos todos.
La vida y obra de mi abuelo son en conjunto una invitación a sentir la dicha de ser quiénes y de dónde somos y a conocer y ser embajadores de nuestra: “Historia, raza y paisaje, cultura, clima y riqueza” teniendo la certeza que “No hay en el mundo otra tierra que encierre tanta grandeza” “con sus vivos, con sus muertos y los que están por nacer”.
Naira Esperanza Vargas Galindo
PRÓLOGO Y PREFACIO
Hiende el espacio con su voz sonora,
El tiple rasga con pausado ritmo,
Canta el bambuco que, cual patrio himno,
Tiene en sus notas lo que más se adora:
Olor de campo, atardecer, aurora,
Recuerdos idos del placer divino.
Vuelca su canto en alegre ambiente
Al compás de música olvidada,
Recuerda a todos nuestra edad pasada,
Gustando el néctar del amor ardiente
Ante la reja de la novia amada:
Serenatas, amigos y aguardiente.
(Tunja, agosto de 1978)
Hay un hombre como artista consagrado
En el canto, en la música, en el trago;
Con su tiple, que maneja como un mago,
Toca y canta con amor de colombiano.
Otras veces, bien mareado y sin centavo,
Revélase atrayente y sugestivo.
Vive siempre cabizbajo y pensativo
Al sentir los efectos del guayabo.
Recibe mil aplausos cuando arranca
Girones de la Patria con su canto,
Aplausos que se tornan en quebranto
Si la fiesta se termina en una “tranca”.
Pedro A. Rosas
(Aquitania, Boyacá)
Sutamarchán
Vengo de Leyva con gran anhelo,
donde turistas vienen y van:
quiero embriagarme bajo este cielo
que te cobija, Sutamarchán.
Vengo a postrarme feliz y en calma
a tu santuario santo y divino;
traigo canciones dentro del alma
para las fiestas del torbellino.
Cuna bendita de un trovador
que, de Colombia, palmas merece
y ha enriquecido nuestro folclor
con su famoso “Soy Boyacense”.
En mis guayabos los lunes sigo
tras tu cuchuco entre risa y risa
y cuando calmo, cantando digo:
¡Que viva Suta y su longaniza!
Luis Salazar Ojeda
(Cocuy, Boyacá: 1907)
Prefacio
No sé si será fortuna
la de nacer y crecer,
porque vivir pa’ sufrir
¿qué fortuna puede ser?
De cuatro, quedé sin padre,
porque un tifo lo mató;
sin madre, quedé a los cinco,
porque ella me abandonó.
Una abuela octogenaria
de maternal corazón
fue, de mi trágica infancia,
mi guía y mi protección.
Mis juguetes siempre fueron
pica, pala y azadón
y por manjares, guarapo,
maíz tostado o mojicón.
De monaguillo serví,
alternando con la escuela:
mi única preparación
que pudo lograr mi abuela.
Luego, a servirle a la Patria,
a lista fue la llamada:
media vida y un fusil
sin servirme para nada.
Luego, el hambre me empujó
dizque a hacer versos sin rima,
sin métrica y sin mensaje
para ganarme la vida.
Héctor José Vargas Sánchez
INTRODUCCIÓN
Sentado frente a un destartalado escritorio, tan viejo como mi partida de nacimiento, muchas veces cavilé, pensando en la proximidad de mi muerte, para tomar la decisión de escribir sobre mi biografía y algo más, ya que, estando a las puertas del siglo veintiuno, es conveniente que las nuevas generaciones del pequeño mundo que me rodea, lean y se enteren de lo que fue una vida de frustraciones, incomprensión y orfandad.
1. MI SITIO
Nací el cuatro de julio de 1921 en un paraje cerca de Tinjacá. Eran los primeros días de un caluroso mes, momentos en que nuestro decadente Gobierno celebraba un nuevo aniversario de la Independencia de Estados Unidos, el mismo que veinte años antes, con los yankees, había cercenado a Colombia y dado el zarpazo a la provincia de Panamá, mientras el Gobierno recibía a cambio su “plato de lentejas”. Estábamos pasando los umbrales de los primeros cinco lustros del siglo veinte con un inventario de hechos intrascendentes, unos, y trágicos e infortunados, los demás; no bien terminada la guerra que se llamó “De Los Mil Días”, el Presidente de turno le estaba dando los últimos plumazos a las reglas que enseñaban a memorizar “Con zeta se escribe azada, vergüenza, pezón, ...” y algo más, cuando al cabo de unos años debió suceder lo inevitable: Al liberalismo le cobraban, con el asesinato del caudillo Rafael Uribe Uribe, el atrevimiento y osadía de medir sus fuerzas con el partido de Dios.
Por aquellos tiempos, la comarca se debatía en una alarmante pobreza, primero, por los efectos de lo que llamaron la Primera Guerra Mundial, acontecimiento que, originado