Para mi biografía. Héctor Adolfo Vargas Ruiz
para asumir el control directo de mi pequeña herencia consistente en dos pequeñas fincas. Aquella actitud me sirvió para neutralizar de ahí en adelante la dictadura de mi padrastro.
Pero un tiempo después volvió a picarme la fiebre de la aventura y volví a Bogotá en busca de mejores oportunidades y, en llegando, me coloqué en el almacén de abarrotes llamado “El Centavo Menos” ubicado en el costado sur de la calle trece con carrera quince, cuyo dueño era un argentino casado con catalana, de cuya unión había una hija única y, por lo mismo, muy consentida. Sucede que en una ocasión la niña rompió un jarrón de fina porcelana y, por supuesto, ante el temor del castigo, me rogó que no fuera a denunciarla; pero el problema no tardó en formarse:
-“Che, -me gritó el argentino- ¿Quién rompió el jarrón?” -“No me di cuenta, Don Alberto”. –le contesté.-“Entonces, sino se dio cuenta, tengo que descontárselo de su sueldo, porque aquí no hay nadie a quién más culpar.”
Una calumnia más no la tolero, dije en mi interior y me decidí a renunciar, pero no sin antes revelar el secreto, a manera de desahogo, provocando así una reacción demasiado violenta en el padre, pues castigó muy severamente a la niña hasta obligarla a confesar su falta. Nada de esto impidió que yo persistiera en mi decisión, no obstante haber recibido una buena gratificación por el buen comportamiento durante el tiempo en que serví y como desagravio por mi prejuzgamiento. Poco tiempo después, Don Alberto se fue de Colombia y, por mi rebeldía, me perdí de irme con él, pues así me lo había prometido varias veces.
Mis Remolachas Bambuco
Estrofa 1
Ya el sol asoma por Monserrate
y la sabana en luz se baña
y por la cuesta cantando un indio
baja al mercado del parque España.
Estrofa 2
Lleva en su pecho mil ilusiones,
porque a vender lleva sus remolachas
y comprar quiere vestido nuevo
pa’ hacerles fieros a las muchachas.
Ya el sol declina allá a lo lejos
y en manto negro se torna el cielo
y cuesta arriba regresa el indio
cansado y triste sin traje nuevo.
Lleva en su pecho gran desconsuelo,
aunque vender pudo sus remolachas,
porque el dinero no le alcanzó
pa´ hacerles fieros a las muchachas.
(Fómeque 1956)
Mis Remolachas
Pasaba un día cualquiera muy cerca del edificio Liévano (Alcaldía de Bogotá) y la curiosidad me llevó a preguntar por la larga cola que se formaba. Un señor me contestó que se trataba de un enganche para ir a trabajar en las diferentes obras de la ciudad, próximas a iniciarse con motivo del Cuarto Centenario de la Fundación de Bogotá. Luego me incorporé a la fila y poco rato después quedé incluido en la planilla de obreros con destino a la carretera circunvalar. Los pagos eran puntuales en las primeras semanas, pero en las siguientes no llegaban sino disculpas pidiendo paciencia, mientras el Gobierno giraba los dineros, hasta que se supo que el contratista había desaparecido, llevándose todo el dinero adeudado, así que volví a quedar sin trabajo y sin recursos.
Bien sabido es que vivir en “La Perseverancia” es vivir en el centro de la ciudad; luego bajar de la carrera quinta, donde yo me alojaba, al parque de San Martín o de Bavaria no demandaba sino un par de minutos. De pronto, en una fecha que se me escapa de la memoria, el radio a alto volumen anunciaba la gran revista militar que para ese día estaba programada con la asistencia del Presidente López y su sucesor Eduardo Santos. Por supuesto, el entusiasmo fue un contagio general, y, en el acto, me encaminé hacia la carrera séptima con la esperanza de poder transportarme al sitio anunciado; pero el trasporte era imposible y por ese “imposible” me salvé de figurar entre el sinnúmero de muertos que dejó ese aviador loco que quiso hacer una proeza, no se sabe si por coger al vuelo una bandera o por matar a las dos figuras del Gobierno y la política.
Amanecer Boyacense Bambuco
Estrofa 1
Dime, niña de alpargatas,
linda cara de lucero,
la de blusa descotada,
tú, la del rosario al cuello
con ese Cristo de plata
que bendice tus dos senos.
Estrofa 2
¿Qué andas haciendo solita
tan temprano en el potrero
sin hacer caso al rocío
que hace perlas en tu pelo?
si para ver tu hermosura
se ha despejado hasta el cielo.
Dame pues la gracia, niña,
de ser yo tu compañero
y, si a ordeñar te han mandado,
te ayudaré con esmero,
pues, mientras la vaca ordeñas,
yo cuidaré del ternero.
Dime, campesina hermosa,
que llevas rosario al cuello
con ese Cristo de plata
que bendice tus dos senos,
¿por qué no me das la gracia
de ser yo tu compañero?
Amanecer Boyacense
Nuevamente de regreso a mi terruño, otro interés no menos importante me llevaba: era el amor secreto que le profesaba a una hermosa niña a quien yo no era capaz de declararle mi pasión, porque su belleza me paralizaba todos los sentidos y opté por seguir el consejo de algunos amigos que me dijeron:
-Si no es capaz de declararle el amor a esa china, regálese para el cuartel que allá le hacen perder el miedo.-
El consejo cuajó, porque, cumpliendo mis dieciséis, llegó el oficial de reclutamiento y, al ver que mi estatura era aceptable, no reparó en la edad y así me enroló entre los conscriptos del Batallón Sucre de Chiquinquirá y a la Guardia de Honor fui a pagar mi servicio como integrante de la Banda de Guerra para hacerle honores al Presidente Santos y a Doña Lorencita.
Un año después fui desacuartelado y regresé nuevamente a mi pueblo a declarármele a mi “hermosísima Dulcinea”, con tan mala suerte que ella ya se había casado. En silencio yo la seguí amando mientras ella vivió y la seguiré amando hasta más allá de mi muerte.
No Te Culpo
He querido olvidarte como tú lo has hecho,
he querido borrarte de mi mente;
olvidar tus recuerdos es mi anhelo
y dejar para siempre de quererte.
He querido olvidarte y sólo ansío
que otra sea la imagen de mis sueños,
porque nunca cumpliste tus