Kamikaze girls. Novala Takemoto
empezado a impregnar de Shimotsuma? ¡Aaah, qué mal! ¡Que alguien me ayude, por favor!— Junto al quiosco hay un restaurante de fideos soba donde pueden comer de pie tres personas como mucho. Es un restaurante de soba para comer de pie muy bueno y siempre está a reventar, y por eso el quiosco de al lado no vende nada. Como usted es inteligente ya se habrá dado cuenta, ¿verdad? Exacto. La viejecita del quiosco también es la propietaria del restaurante de soba de al lado. Si la línea Jōsō no saliera hacia la estación de Toride, no habría manera de llegar a Tokio. Desde Shimotsuma hasta Toride se tarda una hora en tren. Después de llegar a la estación de Toride, hay que hacer transbordo y tomar un tren de la línea Jōban hacia la estación de Ueno. De Toride a Ueno se tardan cuarenta minutos tomando el tren rápido. Teniendo en cuenta el tiempo del transbordo y tal, para ir en tren de Shimotsuma a Ueno necesitas contar aproximadamente con unas dos horas y media.
El inútil de mi padre me decía que Ibaraki y Tokio estaban al lado y que podría ir como si nada a Tokio de excursión siempre que me apeteciera. Y yo bien contenta que estaba, emocionadísima con la idea de mudarme: «¡Goodbye, Kansai! ¡Goodbye, Amagasaki! ¡Nada me ata ya a este tugurio!». Y me imaginaba a mí misma pavoneándome por las calles de Omotesandō. Pero la historia era bien distinta, ¿verdad? Viejo de mierda.
Aunque las prefecturas de Tokio e Ibaraki estén al lado en el mapa, desde Shimotsuma, que es donde me ha tocado vivir, necesito como mínimo dos horas y media para llegar a Tokio. ¿Acaso no se tardaría lo mismo yendo de Osaka a Tokio en el tren bala, eh? Para los gastos de transporte entre Shimotsuma y Tokio se necesita diez veces menos dinero que para viajar en el tren bala de Osaka a Tokio, pero ese no es el problema. El verdadero problema es que mientras la vieja del quiosco y el restaurante está cociendo el soba no puedo comprarme unos chicles Cool Mint (vaya, o tal vez no lo sea).
2. N. del T.: En el original, se establece un juego de palabras entre «tanbo» (arrozal) y «tango». He optado por «arrozal» y «musical» como equivalencia temática y fonética.
III
Gracias a esta mudanza, mi brillante adolescencia se tornó en un futuro negro. Todo por culpa del inútil de mi padre. Como soy una persona de espíritu rococó, me encantaría llamar a mi padre daddy o «papá». De verdad que me encantaría, pero referirme a él de ese modo hace que me sienta mal. Daddy, ni de coña; y llamarle «papá» sería un fraude, así que se queda como «el inútil de mi padre». Menudo personaje… Ni «padre» se le puede llamar. Tal vez podría usar el dialecto de Kansai y llamarle pa, lo que le iría como un guante, pero a mí me dejaría en evidencia. Así que, por grimosa que sea la decisión, lo dejaré en «el inútil de mi padre», les ruego que me disculpen.
El inútil de mi padre ha sido un inútil desde el día en que nací. Él es el prototipo de persona inútil. Nació en Amagasaki, así que naturalmente lo criaron como a un yanki; abandonó el instituto y, con el paso de los años, fue encadenando trabajos de albañil o en las obras públicas, que le duraban muy poco porque es vago por naturaleza. Desde por la mañana se pasaba el día sin hacer nada, bebiendo alcohol barato, gastando el poco dinero que pudiera conseguir en el pachinko o yendo a las carreras de lanchas motoras. Decía que no había nada que estuviera hecho para él y detestaba empaparse de sudor poco a poco mientras trabajaba. Pero el día que cumplió veinte años se dio cuenta de que para ser persona no podía seguir viviendo así, y decidió que ya era adulto y que tenía que esforzarse y buscar trabajo en serio. Así que fue a llamar a la puerta de la oficina de un grupo mafioso de Amagasaki, con la determinación de convertirse en yakuza. Tomarse en serio lo de querer trabajar y luego ir a que lo reclutaran como yakuza es, sin duda, algo propio de un padre inútil como el mío. Pero, durante un tiempo, parece que le fue bien como chinpira de un subalterno en algunos negocios turbios, consiguiendo entradas para un negocio de reventa o recogiendo la recaudación de los bares de copas. Y es en esta época cuando el inútil de mi padre conoció en su cutre snack-bar favorito a mi madre y se casaron. Como suele ocurrir, y no me gusta contarlo aunque llevara a mi nacimiento, fue una boda de penalti.
Al encontrarse de golpe con una esposa y un bebé, al inútil de mi padre le cayó encima la responsabilidad de acarrear las labores de padre de familia y, aunque seguía haciendo trabajos de chinpira, pensó que necesitaría algo más razonable que le aportara más ingresos para dar comodidad a la familia. Y ese fue el origen de nuestros problemas. El inútil de mi padre comenzó a escamotear pequeñas cantidades del dinero de la recaudación de los bares de copas que tenía que entregar a la organización. Pronto descubrieron estos robos y, después de darle una buena paliza al inútil de mi padre, le forzaron a asumir la amputación de un dedo. Así que, llegado el momento, tuvo que asumir que le amputarían el meñique y, en el instante en que la punta del cuchillo le rozó el dedito, el inútil de mi padre se puso a llorar: «¡Si… Si me cortáis el meñique, no po… podré volver a tocar el piano!». Y al final conservó intactos los diez dedos, aunque el inútil de mi padre no ha tocado el piano en su vida. No tengo ni idea de por qué salieron semejantes chorradas de su boca. Tal vez los mafiosos estaban tan atónitos al ver al inútil de mi padre repitiendo: «¡El pi… piano! ¡El pi… piano!» mientras lloraba y sollozaba como un loco y se meaba encima de puro terror que les dio lástima. El ritual del corte del dedo se interrumpió de inmediato de manera excepcional, el inútil de mi padre pudo conservar su meñique y, como único castigo, se lo expulsó de la organización.
Lo habían despedido incluso de la yakuza, así que al poco tiempo retomó su inútil vida de siempre y cayó más bajo si cabe. Otra vez bebía por las mañanas, robaba dinero del monedero de mi madre para ir a apostar y, cuando perdía, volvía y empezaba de nuevo. Pese a todo, había una persona digna de admiración que se preocupaba por un padre tan inútil como el mío. Se trataba de un aniki que se había hecho cargo de él en la organización. Este aniki no podía mirar para otro lado ante la tremendamente inútil vida del inútil de mi padre, así que medió para encontrarle un trabajo. Este consistía en vender falsificaciones de ropa de marca. No sé muy bien los detalles, pero parece que el inútil de mi padre trabajaba subcontratado para su antigua organización. La organización le daba las órdenes, el inútil de mi padre iba a tal o cual lugar o fábrica a encargar estas falsificaciones «a estos precios y en estas cantidades, y que estén listos para este día». Cuando el pedido de falsificaciones estaba listo, el inútil de mi padre iba a recogerlo y pagaba de su propio bolsillo a la fábrica. Después, los productos se ponían a la venta a través de diversas rutas de distribución. El inútil de mi padre tenía que pagar un porcentaje determinado a la organización en concepto de cuota, tanto si las falsificaciones se vendían como si no. Por ejemplo, si la organización le pide que se fabriquen un total de cien bolsos falsificados, él los paga de su propio bolsillo a la fábrica, y si al intentar venderlos solo consigue colocar cincuenta, la organización no lo considera beneficio, sino falta de capacidad de venta por parte del inútil de mi padre, que estará obligado a pagar la cuota correspondiente a las cien unidades que le encargaron. Es un negocio ruinoso, se mire como se mire. Pero el inútil de mi padre no tenía elección posible. Primero pidió un préstamo y cuando tuvo algo de capital se instaló en el negocio de la venta de falsificaciones. La mayoría de las que le pedían eran de Versace.
Las falsificaciones, al igual que todo lo demás, están sujetas a la ley de marcas, así que la infringen. De todos modos, podemos mencionar principalmente dos sistemas de falsificación. Los periódicos y noticieros han puesto el foco en las falsificaciones que se conocen como «supercopias». Son falsificaciones muy difíciles de diferenciar del original incluso para un especialista; se hacen en Taiwán y Corea del Sur con unos materiales y un grado de detalle similares a los del original. El otro sistema consiste en hacer la marca o el logotipo de alguna maison, o algo lo más parecido posible al original, y ponerlo en copias de los productos de dicha maison e incluso en otros que esta no produce, pero que se podría pensar que, por diseño, encajan en ella. Es una forma especialmente barata de elaborar falsificaciones. El inútil de mi padre recurría a este último sistema, como no podría ser de otro modo. Las falsificaciones del primer sistema buscan por todos los medios parecerse al original, intentando venderse como si fueran el producto real. Para ello reproducen con fidelidad cosas como las etiquetas, las cajas o las instrucciones