Kamikaze girls. Novala Takemoto

Kamikaze girls - Novala Takemoto


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el inútil de mi padre se familiarizó con el trabajo, se hizo unas placas donde ponía «Office Ryūgasaki (S.A.)» y las colocó en la puerta del apartamento y en el buzón (como no teníamos dinero, las letras iban escritas a mano, mira si es triste). Puso «S.A.», aunque no fuera una sociedad anónima, simplemente porque creía que quedaba bien. El inútil de mi padre no tenía ni idea de la diferencia entre una sociedad anónima y una sociedad limitada. El inútil de mi padre tenía la casa llena de falsificaciones que seguían metidas en sus cajas de cartón desde el día que se las entregaban. Al inútil de mi padre el trabajo le iba bien. Parece que el riesgo de no poder devolver los productos no vendidos y de tener que hacer frente a las pérdidas con su dinero se convirtió en una fuerza motora que le hizo tomarse el trabajo un poco en serio. Conseguía dar salida a los productos gracias a puestos orientados a extranjeros y tiendas que sabían que lo que vendían eran falsificaciones; pero parece que, a pesar de todo, era difícil que las vendieran todas. En esos casos, el inútil de mi padre cogía todo lo que no se había podido vender y se iba a la estación de Amagasaki, donde montaba un puesto ilegal para turistas.

      «¡Versace! ¡Jerséis de la famosísima marca por solo dos mil yenes! ¡Esta cartera por cinco mil yenes! ¿Qué le parece, señorita? ¡Versace! ¡Si lo compra en la tienda oficial le cobrarán diez veces más! Me lo traen por canales de distribución alternativos, de ahí este precio. ¡Auténtico, importado de Francia!» El idiota de mi padre vendía sus propias falsificaciones de Versace completamente convencido de que era una maison francesa, sin saber que es italiana. A pesar de esta forma tan cutre de vender, como era barato la gente compraba. En cualquier ciudad menos en Amagasaki, si te pones a gritar cosas como: «¡Versace, importado de Francia!» la gente se va a reír en tu cara; pero en Amagasaki se acepta. Los habitantes de Amagasaki saben que Versace es importado, hasta ahí llegan, pero no les importa lo más mínimo si es una maison inglesa, francesa o italiana. Los de Amagasaki son muy abiertos. Aunque en el reverso del jersey hubiera bordado un inmenso logo de Versace, al fijarse con atención se podía leer «G. V. Eresace» en la etiqueta. Por si acaso, el inútil de mi padre tenía preparada una excusa muy pobre: «O sea, no es un producto de Versace, aunque se le parece mucho. Es de G. V. Eresace (¿cómo se leería? ¿ge-uve-eresache?». Por mucho que intentara utilizar semejante excusa, se trataba de un producto claramente ilegal, y aunque la policía no se movilizaba por cada pequeño caso de venta ilegal, si lo hicieran terminaría obviamente arrestado.

      Mi madre desapareció súbitamente de casa cuando el inútil de mi padre estaba desesperado por vender la mercancía que le sobraba. Recuerdo la primavera en que comencé la escuela primaria. Poco antes había llegado con el correo una notificación de divorcio con el sello y firma de mi madre. Cuando el inútil de mi padre comenzó a decir: «¿Qué demonios es esto? ¿Una broma de mal gusto?», mi madre llamó por teléfono. El inútil de mi padre se puso a vociferar de manera muy amenazante por el auricular. Después de colgar, se volvió hacia mí y me dijo: «Tu madre se ha largado con otro hombre. Me ha soltado que no siente nada por mí y me ha pedido el divorcio. Resulta que tenía relaciones con ese hombre a mis espaldas desde hace unos siete años. Y ahora que ya estás en el colegio, parece que ha decidido divorciarse. Se supone que al otro le va bien en lo económico, es más rico que yo, tiene un buen trabajo, es un tipo con futuro y le da confianza. Y eso que el trabajo empezaba a ir como la seda… ¿Qué habrá salido mal? Dice que no soy capaz de darte una educación, así que quiere hacerse cargo de ti con su nuevo marido. La muy miserable quiere quitármelo todo». El inútil de mi padre, que antes me había parecido el dios Niō de la ira, me contaba ahora la conversación con un rostro y una voz penosos: «No puedo entender algo así, tan de repente. Pero ella lo tenía bien planeado desde hace mucho, así que seguro que no volverá. Y tú ¿qué vas a hacer? ¿Te irás a casa de tu madre? Se supone que el otro es médico. ¡Toma ya! Con un trabajo tan bueno, normal que tenga más dinero que yo».

      ¿Por qué no abandoné al inútil de mi padre en ese momento y me fui a vivir con mi madre? Incluso siendo una niña, sabía que el inútil de mi padre no se había convertido en inútil porque hubiera ocurrido alguna circunstancia especial. En este mundo algunos reciben el gen de la inutilidad, y no les queda más remedio que vivir y morir como personas inútiles. Era evidente. Estaba claro que si me quedaba cerca como su familia, seguramente me pasaría algo, así que lo mejor habría sido alejarme de él. La infelicidad es contagiosa. Cuando me preguntan si de niña sentía algo parecido al cariño o la cercanía hacia el inútil de mi padre como padre, lo paso muy mal. A ver, aunque pueda parecer una insensible, no creo sentir ningún tipo de añoranza familiar hacia este padre tan inútil. Así soy yo. «Me quedo contigo, papá». Indudablemente, no me salió por compasión. Desde que tengo uso de razón, hay una parte de mí muy fría, no sé por qué. Nunca me dejé llevar por las emociones y rara vez me veían derramar una lágrima. Si me enseñan imágenes de bandadas de pájaros cayendo muertos por culpa de la contaminación del aire, yo pienso: «¿Y qué?»; si veo que un compañero de clase está llorando porque se burlan de él por ser hijo de madre soltera, pues me molesta que se metan con alguien por semejante tontería, pero siento que el llorica también podría ser más valiente. Me he dado cuenta de que en ocasiones soy bastante inhumana, pero como esa es mi naturaleza, sería inútil intentar cambiarla. No tengo corazón.

      Unos días después, mi madre fue al colegio a verme.

      —Quiero que vengas para que tu mamá y tu nuevo papá podamos criarte juntos. Es por tu futuro, pero tu padre sigue en sus trece y se niega a entregarte. Si vives con ese personaje está claro como el agua que sufrirás y serás infeliz. —Yo era plenamente consciente de eso—. Aprecio de veras que seas tan buena y no quieras dejar solo a tu padre. Pero con ese hombre no se puede hacer nada. Cualquier cosa que haga se queda a medias, la suerte le abandonó desde el principio. Ese tipo de gente existe. Tu nuevo papá es una persona adorable, seguro que a ti también te lo parecerá. Ni se pone violento cuando bebe ni apuesta. Tiene un gran corazón y es amable con todo el mundo, sean como sean. Me sigue resultando un misterio por qué una persona como él se enamoró de mí, una mujer casada, con estudios de primaria y que trabajaba de señora de compañía. Y eso que tiene que haber montones de chicas con un historial mejor para él. Soy feliz, pero incluso ahora hay momentos en que dudo de si me estará engañando. Me da miedo que nos divorciemos. ¿Y si nada más divorciarnos me dice que todo era una broma para asegurarse de que yo iba en serio? Tal vez me abandone…

      Por lo que me contaba mientras avanzaba en su historia, parece ser que este médico era concretamente el ginecólogo que se encargó de mi madre cuando me dio a luz. Durante el embarazo intentaron contener una inevitable atracción sentimental entre doctor y paciente, pero, un día, la atracción explotó. En el momento de dar a luz, tras llevar a mi madre a la sala de partos y subirla a la camilla, ella y su ginecólogo se quedaron solos durante un momento. Con la cara deformada por el dolor de las contracciones, la voz se alzaba desde los labios de mi madre: «¡Doctor…! ¡Doctor…!», y el doctor le cubrió la boca con sus labios. Mientras aguantaba el sufrimiento, mi madre rodeó los hombros del doctor con sus brazos para pedirle un beso más apasionado. Después de esto, los dos siguieron recorriendo, no sin complicaciones, la senda del adulterio.

      —Ha tenido el detalle de esperar a que comenzaras el colegio para que nos casemos. Lo ha hecho pensando también en tus sentimientos. Quería casarse conmigo enseguida, pero tenía que cumplir mi obligación como madre y seguir viviendo con mi marido hasta que entraras en el colegio.

      Como ginecólogo, este doctor me vio nacer de las partes íntimas de la mujer que amaba, un bebé que no era suyo y que parecía un mono horrible. Vamos, que presenció un espectáculo en cierto modo grotesco. Y aun así su amor no se apagó. Como ser humano, ese hombre estaba a otro nivel completamente distinto al inútil de mi padre. Sabía claramente que elegir esa nueva familia me resultaría beneficioso. Pero quería intentar vivir con el inútil de mi padre. Y es que, a pesar de que de ese modo me vería arrastrada a un montón de problemas, también habría un montón de risas. Parecía divertido.

      —Espero que seas muy feliz con tu nuevo marido el doctor. Me alegra que él quiera que vivamos juntos, pero creo que no te sería favorable que, además de la experiencia del divorcio, tuvieras que llevarte una hija a tu nuevo matrimonio. Si mi padre se pone pesado y no quiere firmar el divorcio,


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