Averroes intempestivo. Rodrigo Karmy Bolton (coautor)
atormentado por dudas sobre la ciencia eterna ‒dice Averroes‒ e insista en librarse haciendo referencia a aquella humana, transforma el razonamiento de evidente (šāhid) a oscuro (ġāʾib), porque comprende dos existentes en sumo grado diferentes: no dos existentes que participan de una única especie o género, pero que son del todo disímiles.41
Precisamente, lo neutro barthesiano es escandaloso porque en su develamiento nos acercamos a Dios, al medio puro en que es posible la experiencia, a aquello que la teología ha querido dejar en la extraña pero soberana divinidad. Las dos formas de la existencia, difieren esencialmente, pero no se entiende una sin la otra. Por eso en la tradición árabe era posible el conocimiento del cosmos a través del propio microcosmos de la existencia singular42 y el del mundo, en cuanto el ser como tal (ʾanniyya) ‒dirá Averroes‒ “es un atributo mental (maʿnā ḏihnī) que implica la conformidad de aquello que es externo al alma con aquello que le es interno.”43 Es en la neutralización de la dicotomía entre mundo y singularidad individuada, mas no en su confusión, donde radica la posibilidad de encontrar al ser.
El poeta Angelus Silesius dijo “pierde toda forma y te parecerás a Dios”44 de la misma manera en que Averroes plantea que “el hombre, como dice Temistio, se asemeja a Dios en esto, que es en cierto modo todos los entes, y los conoce en cierto modo; pues los entes no son otra cosa sino su ciencia, y la causa de los entes no es otra cosa sino su ciencia ¡Cuán admirable es este orden, y cuán extraño este modo de ser!”45 Dioses son, para Averroes, aquellos que han aprendido a vivir ‒habitar‒ en lo común por medio de la imaginación. Y allí se vuelven felices porque reconocen el exceso que son y se encuentran con la posibilidad de hacer uso de las cosas del mundo. Una doctrina que en el siglo XII espantó a la Iglesia porque en el averroísmo, como dice Gagliardi:
El hombre no es más un peregrino, el viator del valle de las lágrimas, en camino hacia la patria verdadera asegurada por la muerte. El ser viviente no necesita someterse a la muerte para encontrar la felicidad. El hombre se sustrae al juicio de Dios, a la mediación de Cristo y al poder de la iglesia volviendo la tierra habitable.46
Conocer es un necesario salir de lo que Barthes afirmaba como paradigma o relación dogmática entre binarios, para entrar en el campo de la potencia y el flujo. No hay ningún cielo posible de ser conquistado, como ocurre en Aquino, si seguimos todas las reglas comandadas por la ley de la persona, sino la posibilidad misma de ser Dios en lo común, en lo que hay.
El mismo dispositivo que nos encierra en un sí mismo gobernante nos convierte también en culpables que adeudan infinitamente con la sonrisa de quien es libre. Este es un asunto insoslayable para la comprensión de los fines a los que sirve el proceso de subjetivación y la configuración legal del concepto de persona. Porque la subjetivación personificada, a diferencia de la individuación simondiana, lleva a cabo un doble proceso que, por una parte afirma la coincidencia entre el ser biológico y el intelecto, mientras por otra, afirma una objetivación del cuerpo como contrapuesto a la razón, estableciendo una clara jerarquía que sustenta el control o planificación del deseo y la sensibilidad a partir de una racionalidad que los comprende como cosa. Sigue operando en el propio ser biológico la fractura tomista entre cuerpo y alma, pero de forma secularizada, es decir, con una racionalidad que ya no encuentra un más allá en el que realizarse, sino sólo el despliegue infinito de un tiempo vacío y homogéneo del progreso. La libertad, en este sentido, se afirma en la propia sujeción del cuerpo, en su fragmentación, haciendo que una de sus partes, la sensible, sea convertida en fuerza de trabajo, mientras la parte intelectiva se orienta hacia la realización del proyecto divino basado en la culpa y, por tanto, en el débito. Solo en tanto se corta el flujo entre lo sensible y lo inteligible ‒es decir, el lugar que ocupa precisamente la imaginación‒ el viviente humano queda expuesto a una partición fundamental que hace funcionar la máquina capitalista. Como bien dice Stimilli, “asegurando a cada individuo el máximo de autocontrol como expresión de libertad, la técnica gubernamental liberal resulta una forma de dominio sin constricción que garantiza fuerza y eficacia absoluta.”47
Lo neutro, lo impersonal, la tercera persona, la individuación, aparecen en el pensamiento contemporáneo como una forma de averroísmo. ¿Adjetivar entonces lo neutro? He ahí el fascismo de mi lenguaje. Solo repetiré, al modo deleuziano, que el averroísmo es una relación entre pensamientos, no un pensamiento. Una ecceidad, que tan pronto como buscamos hacerla doctrina filosófica, se desvanece para anidarse en la poesía. Una imagen incapturable y molesta. Un flujo impersonalizable, ni siquiera en Averroes.
La situación del mundo contemporáneo, nos indica, por medio del averroísmo, una doble posibilidad. Primero, la de pensar lo neutro. Barthes va ganando, en este sentido, la carrera que inició antes Blanchot. Segundo, la de una filosofía neutral. Qué nombre más impreciso, por cierto. Suena a sin compromiso, sin casarse con nada ni nadie. Y ahí está la confusión, porque necesitamos una filosofía capaz de comprometerse a fondo con el mundo, que sea capaz de desactivar los binarismos del poder, pero sí que no haga tal cosa como casarse, pues aquello le haría ingresar en el campo de los opuestos. Una filosofía incómoda, escandalosa, se opone siempre al dogma, porque ha encontrado la felicidad del uso de lo común, de lo inapropiable. Esto, aunque le cueste dejar de asumir al hombre como un animal racional y comenzar a hablar de su relación con la razón, con los posibles modos de existir y habitar lo que, siguiendo a Alejandro de Afrodisia, Averroes llamó el intelecto material. Aprender a ser felices opositores al poder, parece una posibilidad más digna de la filosofía que la teológica apuesta por la autonomía de la persona.
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