Los mayas. Raúl Pérez López-Portillo
de hoyo con ramas que se queman,
Tierra impasible al temblor de la tierra.
Es como tierra.
Rafael Alberti, México, El Indio
Parte I Mesoamérica
En el principio está el hombre americano
Y aquella parte
Está siempre de un sol bravo encendida,
Sin que fuego jamás de ella aparte
Virgilio, Geórgicas
La naturaleza
Cuerno de la abundancia. México. La combinación de estos dos elementos produce sentimientos encontrados. El cuerno de la abundancia es, en otras épocas, sinónimo de riqueza y exaltación: la república ofrece lo que, hasta ahora, no puede dar: la felicidad de sus ciudadanos. Es una fórmula optimista e incondicional de amor por México. Un deseo, más que una constatación. Pero el país modifica el concepto, ni tan rico ni tan pobre, pero…
Los parámetros del país los describió hace más de quinientos años el conquistador español, Hernán Cortés, con otra figura. Muy simple: arruga un papel frente a su rey. Eso es México, le explicó. El monarca Carlos V, a su vez, se hace una idea del territorio conquistado, sus nuevos dominios. Y sobre todo, probablemente, de la dificultad de la empresa. Los conquistadores tienen tarea a la hora de escribir sus memorias, con no poca nostalgia y mucha alegría por contarlo, empezando por el capitán extremeño, con sus Cartas de Relación. Afloran los recuerdos ante el paisaje: sus caballos sufren para sacar las patas de las ciénagas donde se atascan, los hombres bajan o suben pronunciadas pendientes, cruzan ríos cortos y caudalosos, aparecen ante sus sorprendidos ojos, bellas lagunas, volcanes humeantes, creen ver mezquitas cuando son pirámides, sus barcos navegan por aguas transparentes nunca vistas y se bañan en suaves aguas templadas o padecen el agobio de los mosquitos y un sol tropical agobiante, tras intensos aguaceros.
Cortés y sus hombres no son los primeros en desenvolverse por aquella tierra inhóspita a la que llama Nueva España; los pobladores que le preceden primero en México, antes del “encuentro” con el hombre europeo, entienden pronto que es un territorio geográficamente complicado y contradictorio. El clima es distinto, según la latitud y la altitud; en unos puntos llueve poco y en otros, mucho, tal vez demasiado; los ríos son cortos y caudalosos, hay pocos que sean navegables y su viaje hacia el mar resulta a veces poco grato. En algunas regiones los ríos sólo serpentean bajo tierra, ocultos a la vista del hombre. Largas son las jornadas para ir de un sitio a otro. Los vientos son exagerados en épocas de lluvias y huracanados, inclusive. Acechan los vendavales llamados “nortes” y del sudeste, los ciclones. En unas zonas el calor es insoportable, tórrido, y en otros suave y templado o frío; en las tierras pantanosas, el rey es el mosquito y el agua, su hábitat. La tierra se mueve en ocasiones y siembra el pánico; los volcanes lanzan fuego por la boca y las lenguas de lodo ardiente acaban con todo a su paso.
México tiene historia común con otra parte de América, el istmo centroamericano, con igual o parecidas condiciones climatológicas y geográficas. Entonces el espacio geográfico aumenta y se incrementan las contradicciones. México y Centroamérica, juntos: desde el desierto mexicano por el norte, hasta la actual Costa Rica, en la vertiente del Océano Pacífico, conforman un todo y una civilización, con sus diferentes matices. A esa entidad geográfica se le denomina Mesoamérica, y a la región de los olmecas, en Tabasco y Veracruz, se conoce como cuna de una civilización llena de paradojas. Y en el principio, en los días prehistóricos, al mundo olmeca se le concede el bello privilegio de ser considerada la civilización madre de México, es decir, el origen de todo el territorio mesoamericano, concebido como una expresión cultural.
El medio natural en el que se desenvuelven los mesoamericanos, es distinto según su posición en el mapa; de ahí, sus diferentes temperamentos. A unos el clima y la altitud les une y a otros, les separa. El norte de México es desértico y árido, es un territorio estepario. El calor es seco y agobia. En el sur de Costa Rica, todo lo contrario, selva y altiplano, montañas que humean, valles fértiles, región muy lluviosa. El cronista José de Acosta anota en su Historia Natural y Moral de las Indias las fuertes diferencias climáticas entre su tierra, España, y los parajes del Nuevo Mundo.
En resumen, el norte de Mesoamérica es desierto y tierra dura, inhóspita; en América Central, la frontera sureña, selva abigarrada, montañosa y compleja. El Este es del golfo de México y el Mar Caribe; hacia el Oeste, predominan las aguas bravas del Océano Pacífico. Por el Norte es ancha la frontera mesoamericana y por el Sur, estrecha; el Norte es abierto, amplio horizonte; el Sur empieza con el nudo de montañas de las Sierras Madres de México, la occidental y la oriental –el llamado eje Volcánico– y continúa hacia Centroamérica la gran cordillera volcánica, en tanto que la región septentrional guatemalteca es una plataforma caliza que entronca con Yucatán. El oriente centroamericano es pura selva y tierra pantanosa en algunas zonas. Esta es la amplia región del Trópico de Cáncer. Hacia la movible frontera norte, a la altura de Tamaulipas, Nuevo León, San Luis Potosí, Zacatecas, Durango, Sinaloa y Baja California Sur, se suavizan el clima y las temperaturas, es una zona templada, mientras el resto de la república encaja en la franja tórrida, cálida, a pesar de que las cumbres más altas de México, el Popocatépetl, el Iztaccíhuatl y el Citlaltépetl, el techo del país –5.747 metros de altitud–, se levantan con sus nieves eternas muy cerca de los 6.000 metros sobre el nivel del mar. En la frontera de México y Guatemala –nación de montañas y mesetas–, sobresale el pico del volcán Tacaná, con 4.092 metros; la cordillera que viene de Chiapas y corre hacia el Sur, con el nudo volcánico de Guatemala y el Salvador, concluye en el volcán de Cosigüina, en el extremo oeste de Nicaragua. En esa línea de conos volcánicos, la altura sobrepasa los 3.000 metros y ahí se elevan el Acatenango con 3.976 metros. El Santa Ana tiene su cumbre en los 2.385 metros, el San Vicente, en los 2.173 y el San Miguel, en los 2.132; los volcanes activos son el de Fuego, con 3.763 metros, en Guatemala y el Izcalco, con 1.885, en El Salvador. Pero aún hay más. El Agua, de 3.760 metros de altitud sepulta en 1773 la ciudad de Antigua, en Guatemala, entonces capital del país. El relieve de Honduras es irregular, montañoso; en el extremo noreste de los Montes Colón se extiende la gran llanura aluvial de la Mosquitia, con los deltas del Coco y Patuca. El techo costarricense se sitúa en la cumbre del Chirribó Grande, con 3.819 metros, en tanto que la punta sur de Mesoamérica se sitúa precisamente en el sudoeste del país, en las aguas del Pacífico: el golfo de Nicoya.
La combinación de las diversas altitudes y latitudes dividen y subdividen la región en diversos climas y microclimas y así dan pie a un mosaico contradictorio y complejo para la vida humana, animal y vegetal. A ello contribuye también, en su parte oriental, la dirección de los vientos dominantes (alisios, contralisios y perturbaciones ciclónicas) la presencia o no de las cadenas montañosas, la proximidad o lejanía de las costas.
La estructura básica de Mesoamérica se ubica en el nudo de tierras y climas dentro del paralelo 19, llamado Eje Volcánico. Este es el “corazón central” de México. Este corazón “histórico y corazón geográfico” tiene una altura media de 1.700 metros sobre el nivel del mar. La puerta natural de este embrollo geográfico tiene una puerta diáfana, que es, por cierto, la que usan los primeros pobladores de México en su viaje al Sur: el Norte. A los lados, predominan las Sierras Madre oriental y occidental, con sus respectivas vertientes, hacia el golfo de México y el Pacífico, además de la vertiente del Norte (Baja California y su zona de clima mediterráneo) y el Sudeste, con el nudo sur, Oaxaca, Chiapas y Yucatán, y más al Sur, de Guatemala y sus cumbres con sus valles, la parte alta y baja de Honduras y la cordillera volcánica que cruza El Salvador hasta Costa Rica.
Veracruz es la ruta del golfo de México, la entrada hacia la península de Yucatán. El occidente de México es una “tierra más suave y dulce”. “Su altura sobre el nivel del mar es menor, y disminuye a medida que avanza hacia el Oeste y se aproxima a su vertiente, como si buscara hacer menos brusco el paso entre las tierras frías y las calientes”, dice García Martínez. La entrada al Occidente deja ver su marcada naturaleza volcánica.
Las montañas occidentales son muy elevadas y las de Oriente tienen cumbres aplanadas