Los mayas. Raúl Pérez López-Portillo
aumentan los asentamientos humanos, alcanzan una gran complejidad y se convierten en enormes centros de poder rodeados de aldeas, satélites estructurados por orden de importancia. La pugna entre las cabeceras genera conflictos bélicos para zanjar rivalidades por el control comercial y político.
El vocablo “olmeca” se deriva del término náhuatl olmécatl, que significa “habitante de la región del hule o del caucho”. Esta designación mantiene su vigencia hasta los tiempos mexicas para nombrar a los pobladores costeños de la región donde prolifera el árbol del hule.
En la base de este mundo olmeca se generan las futuras culturas de Mesoamérica. Algunos autores creen posible que al mismo tiempo que la cultura olmeca, habrían podido florecer otras culturas. Brian Hamnett recuerda que, al parecer, los olmecas nunca formaron un gran imperio, pero su organización política y sistema religioso, su comercio a larga distancia, su astronomía y su calendario, alcanzan una gran complejidad. Su grupo lingüístico es el mixezoque, relacionado con las lenguas mayas. La influencia olmeca se encuentra en Mesoamérica central y meridional, pero su influjo político es sobre todo, la zona del golfo de México, el sitio donde se origina esta cultura. “Es tal la belleza del arte olmeca que muchos investigadores se han inclinado por los estudios estilísticos e iconográficos, dando menos importancia a los aspectos económicos y sociales”, afirman López Austin y López Luján.
De las costas del golfo surge una civilización semi urbana en una región húmeda. A pesar de esas condiciones, los vestigios de piedra y la cerámica permanecen para determinar el grado de su avance cultural. Unos autores dudan a la hora de determinar dónde se inician los adelantos: en el Altiplano del Valle de México (Copilco, Zacatenco, Cuicuilco, Ticomán) o en las costas. Ignacio Bernal se pregunta si éstos son los indicios originarios de la cultura madre de México y de Mesoamérica. ¿Son los olmecas los precursores de esta cultura? Se resume que sí, lo son.
Austin y Luján creen que la hipótesis “muy arraigada” de la influencia directa a partir de un único foco “ha perdido adeptos recientemente” (1996) y que en poco tiempo se ha pasado de hablar de una cultura madre a concebir muchas culturas hermanas. Según Christine Niederberger, citada por ambos, el radiocarbono “no permiten sostener la existencia precoz de lo olmeca en un sólo foco cultural”; por el contrario, a partir del siglo XIII a.C. se observa una sincronía en el surgimiento de las manifestaciones simbólicas y estilísticas olmecas. Es patente en sitios muy lejanos a la costa del golfo, “en los cuales se produjeron con materias primas locales obras cuya calidad artística va mucho más allá de las simples copias provinciales”. Por tanto, según Niederberger, en 1200 a.C. se gesta la primera cultura panmesoamericana, cuya evidencia más tangible es el llamado estilo olmeca. “Éste fue un proceso de maduración cultural simultáneo de numerosas etnias que habitaban un vasto territorio geográficamente diverso”.
Si esto es cierto, Austin y Luján creen que podría suponerse que las sociedades del área del Golfo, “conocidas en sentido estricto como olmecas”, serían, por su particular desarrollo sociopolítico, “el caso más evolucionado de la cultura que caracterizó el Preclásico Medio”. Y así, en esta fase, proliferan cacicazgos con diferentes niveles de desarrollo “aunque todos con un alto grado de centralización política, una organización social jerarquizada, una especialización técnica y artística nada despreciable, y un ceremonialismo complejo y compartido”.
Este mundo se desenvuelve en las partes bajas del sudeste de México, Veracruz (la zona de los ríos Papaloapan, Coatzacoalcos y Tonalá), Tabasco y Chiapas (cuencas del Grijalva y Usumacinta). Miguel León Portilla sitúa la zona olmeca en torno a unos 200 kilómetros, en una faja aproximada de sesenta kilómetros de ancho, entre los ríos Tonalá y Coatzacoalcos e innumerables pantanos. Bernal da una extensión geográfica y cultural de 18.000 metros cuadrados. Para toda la región, la población se estima en 350.000 habitantes. La altura máxima entre aquellos pantanos supera los quinientos metros, en el área de Los Tuxtlas. Los poblados se construyen en islas y aprovechan los niveles del agua, arriba y abajo, para dar pie a una irrigación natural, fertilizadas por el limo. La planicie es de aluvión y no hay rocas. Al entorno se le conoce como “la cultura de La Venta” (civilización de escultores) por el lugar de los hallazgos, San Lorenzo (1200 a 900 a.C.), La Venta (900 a 600 a.C.), y Tres Zapotes. Las tres regiones y en distintas épocas, imponen un estilo y una cultura. Tres Zapotes se levanta sobre una cuenca pantanosa de los ríos Papaloapan y San Juan. Los olmecas construyen ahí 50 edificios y numerosos monumentos de piedra de unas 30 toneladas. Sorprende que en los pantanos, sin roca a la mano, la cantera más próxima está a 240 kilómetros de distancia. Hamnett cree que las cabezas de basalto proceden de los volcanes en erupción. El más representativo de los monumentos en la región es la gigantesca cabeza de piedra, de la que sólo se conocen dieciséis. Se ignora si representan guerreros o dioses y cuál es su significado. Unos creen que son “gobernadores deificados”.
La Estela C, que se descubre en Tres Zapotes, “relativamente sencilla, es muy importante: muestra la fecha “de estilo maya” más antigua que se conoce, llamada Cuenta Larga. Indica el 3 de septiembre del año 31 antes de la era, la segunda fecha más temprana después de la Estela 2, hallada en Chiapa de Corzo (Chiapas), el 8 de diciembre del año 36 a.C.
Ignacio Bernal describe a sus habitantes: “Se trata de gente de cuerpo sólido y bajo, con tendencia a la gordura, de cabeza redondeada con cara mofletuda, de ojos oblicuos y ancha y la boca de labios y comisuras hundidas, con fuertes mandíbulas. En las esculturas el cuello desaparece enteramente o es muy corto. Esta gente logró el extraordinario avance que creó Mesoamérica y su civilización”. Son los primeros en construir centros ceremoniales a gran escala. Sus modestos edificios de madera y barro son de este tipo y tienen “una planificación intencional”. Son un tanto indefinidas sus construcciones, según Bernal, pero la planificación de La Venta sugiere, por incipiente que sea, la estructura que toman después las grandes ciudades del Altiplano, entre ellas, la futura Teotihuacán. En el Preclásico Medio, una de sus obras “con sentido realista” más significativa es el llamado “luchador” de Santa María Uzpanapa, labrado en piedra.
En este entorno lacustre y selvático, Marcia Castro Leal apunta que los olmecas tienen que vivir con los animales de los que se sirven para su subsistencia pero también representan un peligro: los reptiles peligrosos, insectos ponzoñosos o animales como el cocodrilo y el jaguar “se imponían por su presencia o se convirtieron en símbolos de las fuerzas de la naturaleza”. Los hombres unen los rasgos del jaguar a la figura humana “como producto del concepto religioso que concebía a este animal como el ancestro del hombre”. El jaguar representa las fértiles profundidades del inframundo, “región donde surgía todo aquello que tuviera vida y, por tanto, símbolo de la tierra misma”. Hay una encarnación hombre-animal, y son según Bernal, “animales humanizados”. Austin y Luján apuntan que mediante el arte se particulariza un panteón complejo. Las deidades adquieren formas fantásticas que conjugan rasgos humanos y animales. El cocodrilo, el tiburón, la serpiente, el ave rapaz, pero sobre todo el jaguar, son sus modelos. “Muchas veces bastan elementos anatómicos esquematizados –fauces, alas, garras, cejas, manchas de piel– para aludir a estos seres”.
Sin duda aquí se bosqueja en este periodo uno de los aspectos de mayor relevancia de la historia de México: el mito de uno de los dioses más extraordinarios y complejos de Mesoamérica: Quetzalcóatl, la serpiente emplumada, que se expande por toda la superárea y se repite de mil formas. En efecto, el jaguar tiene un significado especial porque vive en la jungla y el pantano, caza de día y de noche; por tanto, abarca tierra, agua y aire, luz y oscuridad al mismo tiempo. Se le representa volando “con un pasajero humano o jaguares alados que cargaban la tierra a lomos”. La serpiente, por su parte, vive en los árboles y tiene cresta en la frente: ataca por arriba “y no desde abajo, combinada las propiedades de la tierra y el cielo y acabó simbolizada como la serpiente de los cielos, precursora de la serpiente emplumada de Teotihuacán, con los atributos de la lluvia y el viento”.
Bajo los ojos de los olmecas, puntualizan Austin y Luján, la superficie terrestre es concebida como un plano definido por cuatro puntos extremos y un centro que es el eje del mundo. Se personifica como un ser mítico con una hendidura en forma de v en la cabeza. De ella emerge una planta de maíz, símbolo polivalente