Inspiración y talento. Inmaculada de la Fuente

Inspiración y talento - Inmaculada de la Fuente


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un libro de reflexiones novelado en el que a través de un alter ego masculino, Plácido, convertido en narrador, cuenta sus días de reclusión y clandestinidad en la Francia ocupada. Pero Le Livre de Jour no arraigó y Victoria Kent se planteó marcharse a América, donde tantos amigos la habían precedido. Un encargo de Naciones Unidas para que analizara la situación de los exiliados le llevó a residir un tiempo en Nueva York. Es probable que, durante esta primera estancia neoyorquina, entregara o hiciera llegar a su amiga Victoria Ocampo el manuscrito Cuatro años en París (cuya versión en castellano publicó Sur). Concluido el informe regresó a Francia, pero en 1948 marchó definitivamente rumbo a México. Allí creó la Escuela de Capacitación del Personal de Prisiones, colaboró con el Fondo de Cultura Económica e impartió clases y conferencias en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Contribuyó, asimismo, a fundar el Ateneo Español en México. Pero seguía en contacto con amigos de Nueva York y pensó que una mujer independiente como ella tendría en esa ciudad más futuro. La oportunidad de trasladarse a Estados Unidos surgió cuando fue nombrada experta en asuntos penales del Departamento de Asuntos Sociales de la ONU. Elaboró un programa sobre mujeres delincuentes en las cárceles de América Latina que los respectivos Gobiernos debían evaluar. Algunos respondieron que ya cumplían con lo solicitado, otros ni siquiera lo hicieron. No había perspectivas de cambio y a Kent le pareció que aquel era un trabajo más burocrático que efectivo. Decidió dejarlo, y en 1952 volvió al mundo de la edición. Una apuesta arriesgada, teniendo en cuenta que no había logrado aún hablar inglés fluidamente. Pero contaba ya con un núcleo de amistades cercanas y en especial con el apoyo de su amiga Louise Crane, vinculada a una millonaria familia ligada al Partido Republicano estadounidense.

      La revista Ibérica por la Libertad

      Louise Crane era una moderna gestora cultural que había estudiado en el elitista Vassar College. Su padre, Winthrop Murray Crane, había sido gobernador de Massachusetts y, a las buenas relaciones de su familia con el aparato del partido republicano, había que añadir el prestigio de su madre, Josephine Porter Boardman, en labores de mecenazgo. Había sido cofundadora del Museo de Arte Moderno de Nueva York (MoMA) y reunió una de las más importantes colecciones privadas de arte gracias a los incesantes beneficios de la empresa papelera familiar. La temprana muerte del padre acrecentó la influencia de la madre y de su pasión por el arte y la educación en Louise y sus hermanos. El círculo de compañeras del Vassar College llevó a Louise Crane a compartir afectos y proyectos con Marianne Moore, Elizabeth Bishop —una de sus primeras parejas sentimentales—, Mary McCarthy o Sylvia Marlowe. Louise Crane y su madre contaban con una variada agenda de amistades transversales, entre ellas personalidades moderadas del exilio español como Salvador Madariaga. Un mundo de poetas y artistas bien relacionado con el mundo académico al que Victoria Kent trató de adaptarse —aunque como contrapartida no faltaran antiguas compañeras de la Residencia de Señoritas, becadas en Estados Unidos o incorporadas a sus universidades tras la Guerra Civil, que le hicieron el vacío por rencillas ideológicas o personales—. Pero Kent no era precisamente una desconocida en Nueva York, sino una jurista prestigiosa con un cargo importante en Naciones Unidas que había dejado la puerta abierta para volver a México en caso de necesidad. Aunque la abogada no estaba acostumbrada al lujo y la exquisitez de algunos amigos de Crane, se sintió próxima o los que tenían ideas progresistas o estaban ligados a la cultura. Había en ella, además, una mezcla de austeridad y pragmatismo que no excluía su admiración por lo bello, lo bien hecho y lo sólido.

      En el extenso círculo de Crane se encontraban también defensores de los derechos humanos como Nancy McDonald, compañera de colegio en Vassar y fundadora de Spanish Refugee Aid, una organización dedicada a ayudar a los exiliados españoles que contaba con claros apoyos en el mundo intelectual neoyorquino. Louise Crane, que tuvo ocasión de conocer en Nueva York a Federico García Lorca, según el testimonio de Carmen de Zulueta, frecuentaba la casa del exiliado Fernando de los Ríos y tenía amistad con el matrimonio Francisco García Lorca y Laura de los Ríos. Fueron unos amigos de estos últimos los que presentaron a Victoria Kent a Louise Crane para que intercambiaran clases de español e inglés. La editora y mecenas argentina Victoria Ocampo, cuyos viajes a Nueva York eran frecuentes y legendarios, Concha de Albornoz o la escritora Rosa Chacel, durante los meses que vivió en Nueva York gracias a una beca Guggenheim, formaban parte de redes de amistades comunes y facilitaron la puesta en marcha de sus proyectos. Con Victoria Ocampo la relación era antigua. La viajera Ocampo, admirada por Ortega y Gasset y amiga de María de Maeztu, conoció a Kent en Madrid cuando esta era directora general de Prisiones. Su pasión por Nueva York, una ciudad que visitaba siempre que podía, la llevó a coincidir años después con Victoria Kent y Louise Crane. De esta tenía referencias a través de otras amistades comunes. Fue Gabriela Mistral, amiga de Kent y de Ocampo, la que le habló a la editora de Sur de que Victoria Kent había hallado en Nueva York «una joya de niña» (por Louise Crane), «que la aloja y la alimenta con una nobleza grande, porque ella seguramente ya ha gastado sus ahorros». La correspondencia entre Victoria Ocampo con Victoria Kent y de ambas con Gabriela Mistral alimentó su amistad durante varias décadas, aunque pasaran temporadas sin verse. Nueva York volvería a convocarlas y unirlas.

      Su relación con Zenobia Camprubí, por el contrario, no mejoró en el exilio. En su Diario de Puerto Rico 1951-1956, escrito desde la subjetividad propia de una escritura íntima y no destinada, en principio, a ser publicada, Camprubí narra en la entrada del 27 de febrero de 1956, lunes, la llegada de Victoria Kent (de visita a la capital) en un momento inoportuno, ya que estaba terminando de pasar a máquina La estación total, la nueva antología de Juan Ramón, y lidiaba, además, con diversas molestias producidas por el tratamiento del cáncer que sufría. De hecho, pasó parte del día en la cama. «Victoria me pareció tan cerrada y estúpida como cuando estorbaba, a cada paso, las Juntas del Lyceum. En donde no hay sustancia gris, ¿qué va a desarrollarse?». Un juicio severo escrito con la libertad de la madurez y la perspectiva de la enfermedad. Unos días después, el 1 de marzo de 1956 Zenobia escribe que sigue con dolores y que, tras ir a sus clases a la universidad, pasa las tardes en la cama, aun trabajando en ella. Y alude a que una amiga le había pedido si podía llevarla a ella y a su marido «a la cena de Victoria Kent y a la velada que le da Nilita», dando por descontado que iría. Camprubí relata que no pensaba ir, y que envió a su amiga y antigua socia Inés Muñoz para que la sustituyera en la velada. «Sólo el nombre de Victoria me extenúa, cuando ya estoy tan cansada», reconoció en el Diario. Se encontraba gravemente enferma, aunque tratara de hacer vida normal y seguir siendo esa mujer activa que todos esperaban que fuera, en especial Juan Ramón. Murió unos meses después, el 28 de octubre, a los pocos días de que su marido ganara el Premio Nobel que ella tanto había contribuido a conseguir

      El Boletín Ibérica arrancó en un principio como una propuesta editorial destinada a recoger la situación de los refugiados españoles en América del Norte y del Sur y a denunciar la falta de libertades del régimen franquista. La defensa de la democracia era bien recibida en los círculos de opinión progresista estadounidenses, pero con un límite: la tolerancia cero al comunismo. A raíz de los Pactos de Madrid de 1953 que propiciaron que Estados Unidos reconociera el régimen franquista y firmara un convenio bilateral, el proyecto de Ibérica tuvo que reformularse. Victoria Kent entendió que tenía que ampliar sus objetivos y defender la democracia frente a todo tipo de dictaduras y no solo la franquista. De ese modo no resultaba sospechosa ante las élites norteamericanas y se protegía frente a la política exterior estadounidense. Era consciente de que, aunque Washington tenía como prioridad su relación estratégica con Franco, no descartaba una futura transición democrática en España al morir el dictador. Aprovechando esos resquicios, el Boletín Ibérica dio paso a la revista y editorial Ibérica por la Libertad, una publicación (inicialmente bilingüe y desde 1966 solo en castellano) en la que escribieron Salvador de Madariaga, Ramón J. Sender y años más tarde Enrique Tierno Galván. Publicaba noticias del interior de España, la mayoría firmadas con seudónimo y, como contraste, defendía las bondades del sistema democrático. Fue un ejercicio de oposición moderada a la dictadura que duró dos décadas, desde 1953 a 1974. Kent contaba con orgullo que sus fuentes en España eran tan fiables que ninguna de sus informaciones fue rectificada.

      Victoria Kent mantuvo un permanente contacto con las autoridades republicanas en el exilio,


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