Inspiración y talento. Inmaculada de la Fuente
papel de la mujer en la Sociedad de Naciones que tuvo lugar en San Sebastián. En otro, publicado a principios de 1920, alude al VIII Congreso de la Alianza Internacional para el Sufragio Femenino, que el Comité español, liderado por María Lejárraga, intentaba celebrar en Madrid y cuya candidatura peligraba por las interferencias y desavenencias de las asociaciones españolas. Así ocurrió: al final acabaría celebrándose en Ginebra. Más adelante, ya en El tiempo, un artículo del 5 de marzo de 1921, «El acoso de la hembra», tiene visos contemporáneos: en él denuncia la agresión de un señorito a una artista de varietés en Huelva por no aceptar el vaso de vino que le ofrecía como preámbulo de un acercamiento más íntimo.
Aunque fuera una actividad paralela y poco lucrativa, el periodismo le era familiar desde niña y fue algo más que una afición o una mera actividad militante. Hay datos de que Campoamor llegó a sindicarse como periodista (como quizás en algún periodo su padre). El 12 de diciembre de 1920 asistió a un banquete convocado por el sindicato de periodistas (y empleados de prensa) en el café de San Isidro de Madrid para celebrar lo bien que había ido el año. Es probable que su habitual firma en Hoy le hiciera acreedora del carné profesional, a no ser que asistiera invitada por sus labores de secretaría en algunas redacciones.
La figura de Clara Campoamor es difícil de clasificar y definir. Por su modo de pensar, escribir y actuar parece haber contado con un mayor bagaje intelectual de lo que sus trabajos de juventud y sus escasos estudios oficiales podrían señalar. Puede que se haya subestimado la influencia de la cultura popular o familiar en ella y el efecto transversal de sus primeros estudios. O que falte algún eslabón que demuestre que además de ser una lectora incansable contó con una influencia o una ayuda cercana que potenciara su formación mientras cosía con su madre o trabajaba en telégrafos. O tal vez fue más sencillo y se limitó a asimilar y hacer suyo cualquier atisbo de conocimiento que le salió al paso. Su trayectoria es un ejemplo modélico de ascenso social. Aunque no fuera lo habitual, lo que tiene mayor mérito.
Pero antes, en 1921, con 33 años, hizo algo que le cambiaría la vida: reanudar los estudios y obtener, como primer paso, el título de bachillerato. En su entorno no era algo insólito. Su amiga Benita Asas Manterola, que era maestra, inició Filosofía y Letras con 37 años. Campoamor se matriculó inicialmente en el Instituto Cardenal Cisneros de Madrid y, dos años después, el 21 de marzo de 1923, terminó de sacarse las asignaturas que le faltaban en Cuenca. El siguiente paso fue obtener la licenciatura de Derecho, también en dos años. Se matriculó en la Universidad de Oviedo y terminó la carrera en Murcia y Madrid, lo que indica que apostó por las universidades más favorables a sus objetivos. Alumna aventajada, dado que era ya una figura conocida, en mayo de 1923 dio una conferencia en la Universidad Central con el título de La mujer y su nuevo ambiente, en la que repitió una idea visionaria: cualquier mujer que actúe con acierto «en terrenos a los que en otro tiempo le fuera vedado el acceso, revoluciona, transforma la sociedad: es feminista». Como es natural, seguía trabajando. Además de sus tareas en La Tribuna, obtuvo un empleo oficial como administrativa en el Servicio de Construcciones Civiles del Ministerio de Instrucción Pública, a las órdenes del arquitecto Carlos Gato. Realizaba, además, traducciones de francés. La editorial Calpe le encargó, en 1922 (antes de fusionarse con Espasa), la versión castellana de Le roman de la momie, de Théophile Gautier. Hay poca información sobre sus comienzos como traductora —y su progresivo dominio del francés—, pero es probable que parte de sus contactos con el mundo editorial nacieran en el Ateneo de Madrid, en el que ingresó en 1917 con el número 9566. Asidua de las tertulias ateneístas no sería extraño que hubiera coincidido con Carmen de Burgos y su figura inspiradora: compartió reivindicaciones con ella y a su muerte pidió que se le dedicara una calle. Décadas después, en el exilio, las traducciones volverían a ser una fuente de ingresos.
Como una flecha
Sus ideas feministas se forjaron en el entorno del Ateneo y afloraron después en sus artículos de prensa y en la Asociación Femenina Universitaria y la Real Academia de Jurisprudencia, en la que ingresó al terminar Derecho. Aunque la abogada María Telo consideraba que su feminismo y su sentido de justicia eran innatos. En 1920 la marquesa del Ter, Lilly Rose Schenrich, ya la tuvo en cuenta al invitarla a la recepción que ofreció en honor de la uruguaya Paulina Luisi, médico de profesión y representante de Argentina, Paraguay y Uruguay en el Congreso Feminista Internacional de Ginebra. Desde este encuentro Clara Campoamor apreció y admiró a Paulina Luisi y mantuvo con la feminista uruguaya una fructífera correspondencia que se interrumpió por sus diferentes interpretaciones sobre la derrota republicana en la Guerra Civil. Campoamor dedicó a Luisi un artículo en Hoy, que quizás escribieran juntas porque, según Luis Español, contiene expresiones diferentes del estilo habitual de la feminista española. En 1922 Campoamor se unió a la doctora Elisa Soriano para fundar la Sociedad Española de Abolicionismo, dedicada a combatir la prostitución y la trata de blancas. Ella misma participó con Soriano y María Lejárraga en varios actos para presentar y difundir la Sociedad, a la que se incorporó después la socialista Matilde Cantos. Su objetivo era poner al día la legislación «en lo relativo a los problemas sexuales y al delito sanitario». Pero un año después, en 1923, dimitió por discrepancias con la Junta Directiva.
Fue la segunda mujer en colegiarse como abogada, tras Victoria Kent. Matilde Huici sería la tercera. La cuota a pagar para colegiarse debió pesar en el presupuesto de Campoamor, por lo que solicitó su dispensa al Colegio de Abogados y le fue concedida. Como jurista mantuvo un papel activo en la Academia de Jurisprudencia, junto con la abogada Concha Peña y, en 1928, fue elegida académica-profesor de esta institución. Su faceta de abogada se centró en casos, entonces novedosos, relacionados con la investigación de la paternidad y la incapacitación jurídica de la mujer casada. Al llevar la defensa de una mujer que reclamaba la investigación de paternidad tras haber quedado embarazada, se enfrentó a Niceto Alcalá Zamora, abogado de la parte contraria, en el Tribunal Supremo. La letrada no se resignó a perder el caso que su cliente había ganado ya en una instancia anterior y, al tener que rebatir el débil argumento basado en la imposibilidad fisiológica de que un hombre de 59 años engendrase un hijo, replicó que asumía su imposibilidad femenina de determinar el vigor masculino de un cincuentón en el encuentro sexual, pero dejaba a los sesudos varones de la sala que lo determinaran. El abogado contrario se tomó la cuestión como algo personal y aludió a que había engendrado varios hijos. Fuera del estrado, Campoamor le fue a saludar y le encontró molesto, pero acabaría perdonándole su osadía. La notoriedad alcanzada por Campoamor contribuyó a que le pidieran que fuera a dar sendas conferencias sobre la investigación de la paternidad y la mujer ante el Derecho en el Ateneo de Barcelona en febrero de 1927, invitada por Acción Femenina; unos días antes también había disertado en la Casa del Pueblo de Barcelona sobre El código del trabajo.
Tenía su despacho de abogada en el número 11 de la plaza de Santa Ana, donde vivía, y, cuando se aprobó la ley de divorcio, llevó dos casos de enorme repercusión social: el divorcio de Concha Espina de su marido Ramón de la Serna y Cueto, y el de Josefina Blanco, esposa del dramaturgo Ramón María del Valle-Inclán.
Los foros internacionales feministas o jurídicos dieron una nueva dimensión a su trayectoria y le hicieron comprender la importancia de las alianzas transnacionales. A comienzos de 1928 intervino en el XI Congreso Internacional de Protección de la Infancia celebrado en Madrid y poco después fue nombrada delegada del Tribunal Tutelar de Menores. En ese ámbito coincidió con sus colegas Victoria Kent y Matilde Huici, aunque esta era la verdadera especialista en Tribunales de Menores. En junio de 1930 fue ponente en el I Congreso de la sección española de la Unión Internacional de Abogados. Convencida europeísta, como Carmen de Burgos, a finales de 1929 había creado, con Isabel Oyarzábal, Carmen Baroja y otras mujeres del Lyceum Club, la Liga Femenina Española por la Paz. La iniciativa perseguía integrarse en la Women’s Internacional League for Peace and Freedom (WILPEF) y apoyar a la Sociedad de Naciones. Oyarzábal también lideraba, con María Espinosa de los Monteros, la ANME (Asociación Nacional de Mujeres Españolas) a la que Campoamor pertenecía. La conciencia en pro del desarme era muy viva en Barcelona (al igual que en Valencia) y en 1930 se creó la sección catalana de la Liga por la Paz, presidida por Montserrat Graner de Bertrán. Campoamor intervino en la Sociedad de Naciones en 1931 a través de la Liga