Filosofía para una vida peor. Oriol Quintana Rubio
se empeñan en ocultar la condición desgraciada del ser humano: se empeñan en afirmar que siempre se puede mejorar. El estoicismo, invitaba a considerar, resignadamente [Marco Aurelio, Meditaciones, libro 2, 12]:
“¡Cómo en un instante desaparece todo: en el mundo, los cuerpos mismos, y en el tiempo, su memoria! ¡Cómo es todo lo sensible, y especialmente lo que nos seduce por placer o nos asusta por dolor o lo que nos hace gritar por orgullo; cómo todo es vil, despreciable, sucio, fácilmente destructible y cadáver! ¡Eso debe considerar la facultad de la inteligencia!”
Y de ello sacaba su energía para saber actuar con responsabilidad, con firmeza, con valentía. De verdades semejantes nacía la libertad interior, según estos filósofos. La autoayuda parte toda ella de la idea contraria. La libertad interior surge de confiar en los propios deseos, en la habilidad y la suerte de llevarlos a cabo, pero, sobre todo, de la fe en una especie de providencia que va a velar por su cumplimiento. Veamos un ejercicio práctico sacado de esta literatura [Revista Psychologies, edición española, nº 103, p. 46]:
“Christophe Labarde, coach, es un militante del “sí” como motor de nuestro proyecto de vida. Decir sí a nuestros deseos, a nuestras ambiciones, a nuestras intenciones. En dos palabras, atrevernos a escucharnos (sic). Propone en su último libro un ejercicio muy simple del que (sic) nos inspiramos, y que puede servir para limpiar el bosque de nuestras ideas y nuestras motivaciones.
Coge una hoja y escribe en letras mayúsculas, arriba y en el centro: “Mis primeras voluntades”.
Escribe luego:
Palabra clave nº1 _________________________
Palabra clave nº2__________________________
Palabra clave nº3__________________________
Palabra clave nº4__________________________
Palabra clave nº5__________________________
Relájate y deja que tu espíritu vaya en busca de tus necesidades existenciales. Realización personal, pareja, trabajo, familia, marco de vida... No te censures, no te juzgues, deja simplemente salir a la superficie tus deseos y necesidades profundas y escribe en orden de importancia lo que te conviene.”
A continuación, tras la elaboración de la lista, se supone que el sujeto sabrá orientar mejor su vida, tomar las decisiones correctas cuando se sienta perdido. El mismo psicólogo sugiere, como se puede ver, los ámbitos en los que se deben buscar esas voluntades vitales. El ejercicio, como decíamos más arriba, parte de la asunción implícita que alguna fuerza cósmica va a ayudar a nuestros deseos para que éstos se cumplan –sólo así vale la pena empezarlo siquiera.
En cuanto a quién sea capaz de prestarse a este ejercicio, podemos estar seguros que sólo una persona que no considerara “que todo es vil, despreciable, sucio y cadáver” (Marco Aurelio), es decir, alguien suficientemente ingenuo para no juzgar ni juzgarse (como el ejercicio prescribe), se vería capaz de rellenar los espacios en blanco. Pongamos que pudiéramos coger una máquina del tiempo y presentarle el test a un soldado atrincherado en algún campo belga durante la Primera Guerra Mundial –aterrorizado por las bombas, presa del frío y los piojos, y pidámosle que rellene la lista. Pidámoselo a un interno de un gulag soviético. A un preso en Auschwitz; a una víctima de la hambruna. ¿Qué iba a salir en la lista de palabras clave? ¿Algo así como “Palabra clave nº 1: no tener que ver cómo a un compañero le explota la cabeza” ¿”Palabra clave nº2: no tener que volver a practicar el canibalismo”?¿”Palabra clave nº3: que no me vuelvan a obligar a colaborar en el asesinato de familias enteras”? Es evidente que cualquiera de estas personas que hiciese el test se sentiría burlada: la mera idea es una broma de mal gusto. El ejercicio no es válido para personas sometidas a la desgracia, y sugerirlo siquiera es una especie de acto de crueldad. Pues bien: a eso nos referimos cuando decimos que la autoayuda es una anomalía histórica. La autoayuda no tiene en cuenta la existencia de la desgracia. Y lo que el presente libro pretende recuperar es esta enseñanza que proviene de antiguo y que el siglo XX volvió a poner ante nuestros ojos: que todo es vil, despreciable, sucio, fácilmente destructible, y que sólo se puede partir de la verdad de la desgracia para construir una vida libre de engaños. Muchos de nosotros hemos tenido la fortuna de escapar de ella, lo que no significa que no sea real. La densidad de la desgracia que se ha hecho presente a lo largo de todo el siglo pasado, si supiéramos no darle la espalda, acabaría toda ella con la literatura de autoayuda, que existe sólo gracias a su olvido, a la inconsciencia... Si uno tiene bien presente el horror no necesita ni la tibieza, ni la superficialidad, ni el estúpido providencialismo de la literatura de autoayuda.
Con todo ello enunciamos la primera pretensión de este libro: poner en manos del lector un material que nos llega fresco del siglo pasado, y que, una vez comprendido mínimamente, hace innecesaria toda esta literatura. Los autores que visitaremos tenían una fuerte consciencia de la realidad de la guerra, la tortura, el hambre y el horror; la consciencia, en suma, del desamparo en el que vivimos. El hombre es un ser desamparado. El sufrimiento y la desgracia, o la posibilidad de la desgracia, son constitutivos del ser humano. No hay forma de superar estas realidades. La muerte le es esencial. Tener estas verdades presentes en el espíritu hace que la literatura de autoayuda se torne superflua, cuando no ridícula en su visión amputada de la existencia.
II. Cómo acabar para siempre con los libros de autoayuda
¿De qué otra manera puede refutarse literatura de autoayuda? Muy sencillamente: creando un personaje no del todo inventado, un coetáneo nuestro lleno de inseguridades, de proyectos vagos y de ilusiones en el peor sentido, y mostrando cómo por un proceso erróneo de formación, se empapa de los eslóganes e ideas precocinadas del pensamiento positivo. Habrá que dotarle de la ingenuidad y la falta de sentido crítico que tienen que tener los héroes de las tragicomedias y que le lleve a aceptar sin sombra de duda que, como dicen los clásicos de la autoayuda, se puede ganar amigos e influir sobre las personas [Dale Carnegie, 1940, Editorial Suramericana], que haya recorrido y recorra diariamente la lista de aquellas-pequeñas-cosas-cotidianas-que-nos-dan-la-felicidad, como...
“una puesta de sol, la mirada de un niño, un apretón de manos, el silencio, la luna en cuarto creciente, un paseo en bicicleta, un osito, el vuelo de los pájaros, la tortilla española, los helados, la cerveza muy fría, las barcas con velas o sin ellas en el mar, cantos y juegos de niñas y niños [...], los Reyes Magos, el paso de un tren, sopas de almendra, comprobar cómo crecen las niñas, levantarse temprano y sorprender todavía las gotas de rocío, acariciar después de la lluvia el musgo apegado a las rocas, oír como cantan los grillos...” [lista completa en ÍÑIGO, ARADILLA: El libro de la felicidad, Edaf, 2001].
Un personaje que conozca todas las técnicas de autoafirmación [PROD’HOMME, Oberon, 2000], que crea en el lema Cambia de idea, cambiará tu vida (la consecución del bienestar mediante el pensamiento positivo) [JAMPOLSKY, CIRICIONE, Paidós, 1994], aplicando principios trascendentes como “podemos aprender a encontrar amor en lugar de encontrar defectos” [p.35 op.cit.], y muchos otros por el estilo. Como si se tratara de un moderno Job, habría que poner a prueba su confianza en la bondad del Universo y de los demás seres humanos, a base de hacerle sufrir una desgracia tras otra. Para asegurar el tiro, podríamos enviarle, a través del tiempo, a nuestro amado siglo XX, y podríamos situarle siempre en lugar equivocado en el momento menos adecuado. Bastaría ver entonces cómo se desenvuelve, qué aforismos y qué sabiduría es capaz de oponer al gas mostaza de la Gran Guerra; a los mítines nazis del periodo de entreguerras; qué lectura positiva es capaz de hacer o dónde encuentra el amor en lugar de los defectos cuando su familia fuera enviada al crematorio; cómo hacer del recuerdo de las “sopas de almendra” algo que no fuera una tortura, si le enviáramos a la miseria de la deportación. Etcétera. Las desgracias que se contemplaron en el pasado siglo son tan variadas y abundantes como los títulos de los libros de autoayuda.
Y sin embargo, no hará falta tomarse la molestia. Alguien, en el siglo XVIII, ya escribió tal libro. Se trata de Cándido, del filósofo francés François Marie Arouet, más conocido como Voltaire.
Se dice que Voltaire se esforzó en escribir grandes obras literarias e históricas