El marqués de la Ensenada. José Luis Gómez Urdáñez
con tanta viveza nuestras cosas, impugnando anticipadamente cuanto puedan oponer o replicar sus ministros, que encontrándole estos prevenido, no solo se confundan sorprendidos, sino que infieran que hay disposición en el ánimo de aquel príncipe para oír otros consejos que los suyos». Y es que Ensenada sabía que la posición de inferioridad de España en Francia venía de arriba: «Débese mirar aquel Soberano como educado por el cardenal de Fleury, desafecto a España, cuyas impresiones estampadas en su juventud no son capaces de borrarse, porque cada día toman más cuerpo».
Con estos presupuestos, Ensenada, que demuestra un perfecto conocimiento de la Corte francesa, pasa a describir el carácter de los ministros de Luis xv, indicando a Huéscar las posibilidades de venalidad que cada uno ofrece. Ensenada comenzaba a ser un maestro en manejar la bolsa y hasta intentó comprar al propio Argenson, ofreciéndole una grandeza de España. No ha de extrañar que el marqués escribiera: «porque el fundamento de todo es el dinero».
Según la información de Ensenada, la situación y las posibilidades eran las siguientes: los maîtres de la situación eran los Argensones, con los que poco se podía lograr «mientras subsista un sistema que solo puede alterarse ganado a los Argensones, parte con esperanza de premio y parte dándoles a entender que el tener contenta nuestra Corte es el medio más seguro de conservarlos en la gracia de su Soberano». Pero también se les puede acercar por medio del conde de Maillevois, el yerno de Argenson, «político muy hábil, astuto y de segunda intención, ambicioso y codiciadísimo de honores en España, aspira al Toisón; es necesario lisonjear, pero no asegurar su esperanza». Más fácil es acceder al favor del duque de Richelieu, «el menos desafecto», que además ha sido desplazado por Argenson y «solicita con viveza el Toisón»: «es necesario —dice Ensenada— fomentar esta especie, si vuelve a la Corte para tenerle más adicto, saber por su medio muchas cosas interiores de Palacio y sugerirle las especies que convenga toque en las ocasiones que se le presenten de hablar con el Cristianísimo».
Esta incursión de Ensenada en los temas de Estado le iba acercando al resuelto duque de Huéscar y a José de Carvajal y Lancáster, que despuntaba ya desde el Consejo de Indias como un hombre de futuro. Como el reinado del viejo Felipe v tocaba a su fin, el nerviosismo ante la llegada de la «esperanza española», Fernando vi, revelaba que estos dos personajes eran la verdadera jefatura del «partido español», el partido de los altaneros Grandes de España y la gran nobleza, que esperaba su gran momento una vez desaparecido Felipe v y apartada Isabel de Farnesio, los reyes que tanto les habían marginado.
Ensenada se acercaba con mucha astucia a los hombres nuevos del nuevo rey, aunque provocara el recelo de Villarías y su facción farnesiana, los poderosos vizcaínos, que se empezaron a mostrar temerosos ante los movimientos del marqués. Precisamente es este rechazo lo que notan los todavía pocos «clientes» de Ensenada, pero él lo sabe dirigir aparentando proteger a los rechazados: va a empezar a crecer la red clientelar ensenadista y Huéscar, sin saberlo, va a ser uno de los mejores aliados para tejerla. El duque, claramente obstaculizado en París por Campoflorido, no tardó en cargar contra Villarías apoyándose en un pretendido «partido contrario» que su vehemencia ayudará mucho a constituir cuando acceda al trono Fernando vi y llegue la hora del cuarto del príncipe. Pocos meses antes de la muerte de Felipe v, el 25 de abril de 1746, Huéscar le decía a Montiano: «el marqués me acumula las pruebas de su constancia. Cuento a v.s. [Montiano] por uno de los más seguros amigos que tengo. No me faltarán Ordeñana ni Carvajal ni media docena de amigos que guardan su amor propio para dármelo a mí». Montiano era el oficial mayor de Villarías, pero estaba ya completamente ganado por Ensenada. Los franceses decían que iba a llegar la hora de los españoles y se presumía que Carvajal y Huéscar serían encumbrados, pero Ensenada fue más hábil y les ganó por la mano, como veremos.
Tuvo que ser hábil para sortear el peligro que suponía provenir de la antigua Corte y haber sido un vizcaíno, y desde luego, un adicto a la Farnesio, la odiosa madrastra. Precisamente, Villarías y la reina viuda —a la que Huéscar odiaba— eran los primeros objetivos a batir y Ensenada podía caer con ellos si el «partido» que pretendía Huéscar lograba la hegemonía. Huéscar le decía a Carvajal en noviembre de 1746 que rompería sus cartas para que le escribiera sin temor «sobre todo si nuestro partido se compone»; por eso, Ensenada aduló a Huéscar y así pudo estar en primera fila en la «poda del árbol farnesiano», que iba a comenzar en medio de la euforia de las fiestas de proclamación de Fernando vi, la esperanza de los españoles.
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