La Guerra de la Independencia (1808-1814). Enrique Martinez Ruíz
compañías fijas de artilleros veteranos, otras 74 de milicias disciplinadas y cinco compañías de obreros de las maestranzas, de forma que la oficialidad artillera alcanzaba las 675 plazas, lo que suponía un incremento sensible respecto a la plantilla de dos décadas atrás. Los establecimientos que mantenía el personal del arma eran: las fundiciones de cañones de bronce de Sevilla, las fábricas de municiones de hierro colado de Sargadelos, Trubia y Orbaiceta, la de fusiles de Plasencia y Oviedo, de hierro tirado en Villafranca del Bierzo, las de pólvora de Murcia, Lima y Filipinas y las de armas blancas de Toledo.
Por lo que respecta a los ingenieros militares (compuestos por 150 oficiales, cuya misión era proyectar obras y fortificaciones que realizaban los artilleros, además de dirigir las Academias de Matemáticas de Barcelona, Ceuta y Orán, así como la formación de los oficiales de lasArmas Generales), con la reforma de Godoy el número de oficiales se incrementa a 174, mandados por un jefe de Estado Mayor y formarían el regimiento de zapadores minadores, encargado de construir las obras que decidiera el generalísimo tras consultar la Junta de Fortificaciones y Defensas. El cuerpo conservó sólamente la dirección de la Escuela Militar de Zamora –la única que quedó destinada a formar la oficialidad de las Armas Generales– y la de Alcalá de Henares –donde se formaban sus oficiales.
Distribución de la fuerza
Toda la fuerza enumerada7 en el momento de la invasión napoleónica estaba distribuida en función de unos objetivos fundamentales:
— Colaborar con las fuerzas francesas de Junot sobre Portugal.
— Participar en las operaciones continentales de Napoleón.
— Vigilar los movimientos enemigos que se produjeran en Gibraltar.
— Proteger las costas mediterráneas.
Con Junot colaboraban tres divisiones: la del teniente general Taranco, capitán general de Galicia; la del también teniente general Carrafa, capitán general de Extremadura y la del igualmente teniente general Solano, marqués del Socorro y, así mismo, capitán general de Andalucía, que totalizaban 23.755 hombres, 2.314 caballos y 44 piezas de artillería, si bien buena parte de estos efectivos ya había regresado a sus distritos de partida.
En el norte de Alemania había un cuerpo expedicionario español, constituido por una división a las órdenes del teniente general marqués de la Romana, a donde había acudido a requerimiento de Napoleón y cuyos efectivos estaban en torno a los 40.000 hombres.
En el Mediterráneo estaban distribuidas las siguientes fuerzas. En Baleares había 10.445 hombres, repartidos en trece batallones de infantería –el 6,56 por ciento del total de la infantería– y cinco escuadrones de caballería –el 3,97 por ciento del total del arma. En el territorio de la capitanía general de Valencia y Murcia había una fuerza algo menor, compuesta por 9.345 hombres pertenecientes a quince batallones de infantería –el 7,57 por ciento de la infantería– y cinco escuadrones de caballería –el mismo porcentaje, 3,97, que en Baleares. En el Reino y Costa de Granada la fuerza se limitaba a seis batallones de línea, un provincial y dos extranjeros –el 4,55 por ciento de la infantería– y diez escuadrones de caballería –el 7,93 por ciento, que en conjunto sumaban 6.809 hombres.
En la capitanía general de Andalucía, incluida la comandancia general del campo de Gibraltar, se repartían 47 batallones de infantes –el 23,74 por ciento del total de la Infantería– y 24 escuadrones montados –el 20 por ciento–, alcanzado los efectivos de ambas armas 28.874 hombres, más unos 2.500 de los Tercios de Texas. En las guarniciones de las plazas del norte de África tenemos diez batallones de infantes, compuestos por 4.104 plazas –en torno al 5 por ciento del arma.
El resto de la frontera portuguesa lo cubrían en Extremadura 2.798 hombres, repartidos en tres batallones y medio de infantes –el 1,77 por ciento de la infantería española– y cinco escuadrones montados –el 3,97 por ciento de la caballería– y en Galicia, la guarnición era 39 batallones de infantería –lo que hace un 19,70 del total. Más al este, en Asturias y Santander encontramos tres batallones, una fuerza reducida que supone el 1,51 por ciento de la infantería española. La frontera con Francia estaba muy poco guarnecida: en Cataluña había diez batallones –el 5,05 por ciento del arma– y cinco escuadrones montados –un 3,97 por ciento–. En Aragón estaba la mitad del primer batallón de voluntarios de Aragón, que era de infantería ligera y una compañía de artilleros. Y en Navarra dos batallones y medio de infantería –1,51 por ciento. Estas cifras suponían que desde Navarra hasta la desembocadura del Ebro sólo hubiera 8.512 hombres, equivalentes al 6,19 por ciento de la fuerza total del Ejército.
Parece como si las tropas estuvieran distribuidas por la periferia de la Monarquía, formando un largo cordón, cuyo trozo más grueso es el de la frontera portuguesa y zona meridional, mientras que su menor consistencia la presenta por el lado de la frontera francesa. Una distribución que no tenía nada que ver con la existente en los inicios de la Guerra contra la Convención (1793-1795), que obligó a concentrar en la frontera pirenaica la mayor parte de los efectivos disponibles, concentración muy desigual, pues aunque se incrementaría posteriormente con más hombres, no se corregiría el desequilibrio, toda vez que las operaciones principales se plantearon en el lado oriental de la frontera: inicialmente el grueso de las tropas, a las órdenes de Ricardos para la recuperación del Rosellón, superaba los 22.000 hombres (16.000 de infantería, 6.000 de caballería y los servidores de cien piezas de artillería), mientras que el Ejército destinado a proteger el Pirineo occidental, encomendado a Ventura Caro, reunía a unos 18.000 hombres y el tercero, el que en Aragón debía cubrir esa zona y enlazar los otros dos, estaba en torno a los 4.000, a las órdenes del príncipe de Castell-Franco. En total, unos 45.000 hombres. Al año siguiente había 20.000 hombres más sobre las armas, sin contar los artilleros, la legión de emigrados, los 5.000 componentes de la División Portuguesa, las tropas procedentes de las Islas Canarias y los paisanos que actuaban en su mayor parte dentro del recién restaurado somatén.
Pero desde que empezara la Guerra de los Pirineos hasta 1808, las circunstancias habían cambiado mucho. Por eso, la distribución de fuerzas que señalábamos existía en ese año resultaba perfectamente lógica, dado el clima imperante en las relaciones hispano-francesas marcado por una alianza contra Inglaterra y sus aliados, entre los que se contaba Portugal. Con semejante planteamiento, el enemigo no iba a entrar nunca en España por los Pirineos –por eso no necesitaban ninguna atención, prácticamente–, sino que podría llegar desde el mar y preferentemente desde el sur, pues Gibraltar ofrecía a los ingleses una buena cabeza de puente –de ahí la creación de la Compañía de Escopeteros de Getares (a poco de comenzar la Guerra de Sucesión, cuya misión era vigilar el Peñón y que se mantiene a lo largo de todo el siglo xviii) y la concentración de tropas en Andalucía– y, además, podían contar los británicos con la amplia base de operaciones que le ofrecía Portugal, si optaban por abrir un frente en la retaguardia de los dos aliados, posibilidad que inducía a proteger la frontera portuguesa. Y es que Gibraltar y Portugal ofrecían a los ingleses mejores posibilidades para actuar en la Península que las que podían encontrar en otras zonas litorales, como las gallegas y cantábricas.
Por eso, no puede sorprender la distribución de fuerzas que comentamos, que deja las zonas “no amenazadas” con pocas tropas. En el centro de la Península apenas sí quedaba algo más que las fuerzas de la Guardia, la guarnición de Madrid, las de protección de los Sitios Reales y algunas otras guarniciones urbanas de contados efectivos. Por esta razón, cuando se produjo la sublevación madrileña contra las tropas francesas, no pudo articularse un frente definido, pues no había con qué y los militares que pueden escapar buscan dónde reunirse con sus compañeros de armas. Fueron días en los que mientras la protesta española se canalizaba a través de las Juntas que se iban formando en capitales de provincia, sólo hubo lugar para algunas acciones más o menos localizadas (como el rechazo de las tropas francesas en el Bruch o las resistencias de Zaragoza y Gerona).
En buena ley, tampoco puede sorprender que la reacción armada más importante –y afortunada– contra el invasor se produjera en Andalucía, una de las zonas donde había más tropas españolas, en la que la presencia francesa no se había hecho notar aún y cuyo control interesaba a