Conversaciones con la naturaleza. Ensayos Cognitivos desde los Andes. Alejandra Delgado
relinchar a los caballos sin caballeros bajo los árboles, y mientras no oigo gritar: ¡Auxilio! ¡Auxilio!; mientras no veo caer a los fosos a los grandes y a los pequeños rodando sobre la hierba, y mientras no veo a los muertos atravesados por la madera de las lanzas adornadas con banderolas. (p.231)
La economía criminal articulada al narco tráfico genera una cultura en la que los narcocorridos mexicanos son ya un producto extendido e incluso comercializado. Las letras de estas canciones que hablan sobre la vida de los narcos son una apología de la violencia y se parecen mucho a las letras de los trovadores de la guerra en la Edad Media.
...el perro ni quemándole el hocico se le quita lo webero es chueco del pie izquierdo así no nací ni lo heredo más le metí 3 balazos le han pegado en el cuerpo sigo la orden del jefe secuestro, mato y entierro! (…)
…Con cuernos de chivo y basuca en la nuca, volando cabezas al que se atraviesa, somos sanguinarios, locos bien ondeados, nos gusta matar. Para dar levantones somos los mejores, siempre en caravana toda mi plebada bien empecherados blindados y listos para ejecutar.
En las dos manifestaciones culturales se explicita el salvajismo de los sentimientos, pues la guerra significa prevalecer sobre el enemigo con las formas más violentas posibles donde se incluyen mutilaciones y torturas. El debilitamiento de los códigos sociales, que limitan el instinto agresivo, normaliza lo que en el momento de mayor integración y diferenciación creciente es considerado anormal o enfermizo. Las fuerzas sociales de carácter penalizador pierden vigencia ante la amenaza de poder ser exterminado por el otro, con el cual ya no hay fuerte integración e interdependencia, por lo tanto se lo considera el enemigo. “La única amenaza, el único peligro que pudiera suscitar temor era el de verse vencido en la lucha por un contrincante más fuerte” (Elías, 1988, p.232). Este proceso de desintegración social no se encuentra solo en el campo del crimen organizado, sino que se extiende en menor intensidad por toda la sociedad. De hecho las manifestaciones de violencia e incluso crueldad están incorporadas cada vez más al trato social (un ejemplo es el llamado bullyng).
En el momento actual de la curva civilizatoria se puede observar que la agresividad deja paulatinamente de ser restringida y sujeta a reglas, pues éstas no son observadas por los individuos. La autocoacción lograda, que permite a los sujetos reprimir sus emociones sobre todo las agresivas, se debilita y hace posible la descarga generalizada de emociones.
La mercantilización de toda la vida, y particularmente de la sexualidad, quiebra los controles sobre todas las formas de placer. El desagrado, el pudor, la vergüenza, que establecían los límites a las pulsiones humanas, se retiran y dejan abierta la posibilidad de vivir el placer de manera total, lo cual es muy funcional a la industria y al mercado legal e ilegal del sexo, por ejemplo. Los seres humanos dan rienda suelta a sus impulsos y esto conlleva el aumento de la violencia horizontal, es decir aquella que acontece entre las personas de manera cotidiana.
Los medios de comunicación de masas y las redes sociales exponen, muchas veces de forma obscena, todo tipo de noticias donde se muestra la violencia y crueldad entre los seres humanos y de éstos en contra de las otras especies de animales y de la naturaleza en general (guerras entre Estados, naciones, grupos, mafias, violencia de género extendida hasta el femicidio brutal, tortura y crueldad en contra de los animales, depredación de la naturaleza, etc.) Este tipo de exposición abrumadora de signos inconexos de la violencia humana, al contrario de generar rechazo hacia la misma, forja una aceptación que expresa un claro proceso de desensibilización. Si a esta exposición de la violencia se suma la industria cultural de la violencia de ficción (películas, series, video juegos, etc.), que no solo la normaliza sino que la promueve, el resultado es la progresiva liquidación de las restricciones a los impulsos agresivo y por lo tanto la desintegración del lazo social.
En la Edad media:
Las manifestaciones de la crueldad no quedaban excluidas del trato social. No eran socialmente condenables. La alegría producida por la tortura y el asesinato de los otros era muy grande; era una alegría socialmente permitida. Hasta cierto punto la estructura social operaba en ese sentido y hacía que este tipo de comportamiento fuera necesario y razonable. (Elías, 1988, p.233)
De algún modo, se puede decir que la violencia hacia el otro(s) empieza a provocar cierto agrado en los sujetos modernos, lo cual expone el debilitamiento de la máxima de la actual civilización “ama a tu prójimo como a ti mismo”. Esa ley fundamental de origen religioso es la que puso los cimientos para todo el desarrollo de los códigos, regla y leyes jurídicas que reprimían las pulsiones humanas para dar paso a la socialización moderna.
Es de la interdependencia de los seres humanos de donde se desprende un orden social concreto que al estar sobre la voluntad y la razón de los individuos aislados que lo constituyen, les otorga fundamento existencial. “Este orden de interdependencia es el que determina la marcha del cambio histórico, es el que se encuentra en el fundamento del cambio histórico” (Elías, 1988, p. 450). En atención a la tesis citada, otro fenómeno que muestra la crisis civilizatoria es la extrema individualización y atomización de la vida social, en gran medida por efecto de la mercantilización extendida y la incursión de la tecnología en la organización de la cotidianidad.
La secularización mercantil, operada en la constitución y desarrollo del mundo moderno sobre todo en la era de la globalización, ha puesto fin a todo tipo de autoridad simbólica (religiones, utopías, ideologías, valores, etc.) La retirada de la autoridad simbólica provoca la destrucción del sujeto como sujeto de deseo, así como la de los objetos sustitutos con los cuales éste construye el relato imaginario que da sentido a su existencia. A su vez, sin sujeto no es posible el reconocimiento intersubjetivo que establece relaciones de interdependencia simbólico-social. En atención a lo dicho, el fin de la autoridad simbólica significa orfandad de mundo, lo que determina el aislamiento de los individuos en un proceso que algunos autores denominan narcisismo cultural o social, entendido como el fracaso del ser frente al devastado “mundo exterior” (Mires, 2005).
Sin autoridad simbólica, los seres humanos deambulan en territorios sin mundo en busca de sustituciones excrementales (drogas, sectas, lujo, dinero) o simplemente se adaptan al medio ambiente, simbólicamente devastado, hasta el punto de alcanzar una despersonalización casi total (Mires, 2005). Se trata de individuos apáticos, conformistas, indiferentes y temerosos que tienden a encerrarse en sí mismos como forma de sobrevivencia.
El aislamiento y atomización social se facilita y promueve por la economía libidinal del consumo capitalista. Se trata de la producción masiva de objetos mercancías que vienen a remplazar a los objetos simbólicos (objetos de deseo) y que producen en el consumidor la sensación de satisfacción total. Esta sensación de estar completos o sin falta es posible en la medida en que los objetos-mercancía crean la necesidad que van a satisfacer, lo que muestra la subordinación del deseo al mercado. Por su parte, la experiencia de estar completo es la experiencia de los adictos, que surge de su dependencia total al objeto excremental mercancía y no en la interdependencia con otros seres humanos. Se puede afirmar que los objeto mercancía son objetos de satisfacción (recarga libidinosa) y no de deseo.
Cuando se señala que las mercancías son objetos de satisfacción, no es debido a que permiten la realización de una necesidad concreta humana, es decir por la realización del valor de uso. Todo lo contrario, la experiencia de la satisfacción se da por el dominio del valor de cambio sobre el de uso, por el fetichismo del objeto-mercancía, es decir, por la pura devoción al objeto, por el objeto mismo en lo que su valor mercantil representa. La sensación de satisfacción total experimentada por el individuo hace que éste quede adherido al objeto mercancía, sin posibilidad de recuperar el deseo.
Cada vez que el individuo consume una mercancía, al contrario de permitirle tejer un mundo con el cual cubrir su falta estructural, lo que hace es que ésta se agrande hasta vaciar totalmente se existencia. Esta imposibilidad hace que el sujeto consuma más y más hasta quedar atrapado alrededor de la mercancía, que se ha convertido en un objeto resto (objeto a minúscula), que no le posibilita realizar la energía libidinal en la construcción de mundo. En otras palabras, la mercancía destruye al sujeto en tanto que sujeto de deseo y lo convierte en resto presimbólico, un individuo cosificado incapaz de interactuar con los otros y establecer relaciones