La fuerza de la esperanza. Lázaro Albar Marín
y bien situados (Mt 11,25).
Nuestro modelo de pobreza es Jesús, quien siendo dueño de las riquezas por ser el Creador de todas las cosas, nace pobre, vive pobre y muere pobre. No podemos olvidar las palabras del apóstol Pablo: «Pues conocéis la generosidad de nuestro Señor Jesucristo, el cual, siendo rico, por vosotros se hizo pobre a fin de que os enriquecierais con su pobreza» (2Cor 8,9).
El gran escándalo del cristianismo es que a los pobres no les llegue el Evangelio; en otras palabras, que en ambientes cristianos no haya gozo para los pobres, sino tal vez humillación, marginación, explotación o, simplemente, descuido y olvido.
Habrá cristianismo y habrá evangelización en el mundo en la medida en que los pobres vivan la Buena Noticia de liberación, pues así lo anunció Jesús en la sinagoga de Nazaret: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva» (Lc 4,18).
5. Llevar el Evangelio a los pobres
El mismo Espíritu que ungió a Jesús para enviarlo a anunciar el Evangelio a los pobres conduce ahora a sus discípulos hacia la misión de continuar la obra salvadora hacia los más abandonados. Asumiendo la pobreza de Jesús los discípulos tienen una total disponibilidad al soplo del Espíritu. Si por el bautismo fuimos ungidos, hoy los discípulos del Señor deben sentirse ungidos, consagrados, para llevar la buena noticia del Evangelio a los pobres. Es algo que siempre me ha llamado la atención, en nuestras Cáritas se ha atendido a los pobres, se les ha gestionado sus papeles, se les ha dado comida, se les ha pagado facturas, pero no se les ha evangelizado. Estamos viviendo una renovación de la Iglesia a la que nos está invitando el papa Francisco y entre otras cosas está el llevar el Evangelio a los pobres: «La peor discriminación que sufren los pobres es la falta de atención espiritual. La inmensa mayoría de los pobres tiene una especial apertura a la fe; necesitan a Dios y no podemos dejar de ofrecerles su amistad, su bendición, su Palabra, la celebración de los sacramentos y la propuesta de un camino de crecimiento y de maduración de la fe»[17].
La opción por el pobre es condición absoluta del seguimiento, si queremos escuchar la voz de Jesús: «Venid, benditos de mi Padre... cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis» (Mt 25,34-40). Más que exigencia, la opción por los pobres es expresión de la coherencia de quien participa de la vida y misión del Señor.
Es el Espíritu Santo quien suscita el carisma de la caridad en el discípulo, reconociendo la presencia de Jesús en el pobre. Es el Espíritu Santo quien nos ilumina para ver más allá de la pobreza material:
«Tuve hambre». Hay tanta hambre de pan, de trabajo, de tener lo indispensable para vivir. Hay tanta hambre de Dios, de felicidad, de fraternidad. Tú Señor eres quien puede saciar el hambre de toda la humanidad.
«Tuve sed». Hay tanta sed de agua, de justicia, de amor, de perdón, de paz. Hay tanta sed de que Dios reine en los corazones. Escucharé cada día tu grito en la cruz, Jesús: «tengo sed» y me preguntaré por tu sed, por mi sed y por la de mis hermanos.
«Era forastero». Te reconocí pobre y te abrí mi casa, te acogí para que no te sintieras solo, sin casa y sin patria. Tantos transeúntes, tantos inmigrantes que llegan a nuestras costas.
«Estaba desnudo». Me sentía sin Dios, angustiado, desesperado, como desnudo, sin un sentido en la vida pero me escuchaste y me diste tu mejor vestido.
«Estaba enfermo». Enfermo de cáncer, de Sida..., enfermo de soledad, enfermo del alma. Enfermo a causa de mi egoísmo. Estaba enfermo y me visitaste, curaste mis heridas, me liberaste.
«Estaba en la cárcel», a causa de la droga o del mal que había cometido. «Estaba en la cárcel» como encarcelado, encerrado en mí mismo y viniste a verme, encontré la libertad.
Esta misión puedes acompañarla de tu oración: «¡Ven, Santo Espíritu! Derrama tu luz para que pueda ver tantos rostros de pobreza, tantos rostros donde Jesús se hace presente. ¡Ven, Santo Espíritu!»[18].
6. Para meditar
«“Oh, Señor, haz que sea pobre como tú”. ¡Cuán a menudo pedimos lo contrario!
“Pues conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, el cual, siendo rico, se hizo pobre por vosotros para enriqueceros con su pobreza” (2Cor 8,9).
“Cultiven con diligencia los religiosos y, si es preciso, expresen con formas nuevas la pobreza voluntaria abrazada por el seguimiento de Cristo, del que, principalmente hoy, constituye un signo muy estimado. Por ella, en efecto, se participa en la pobreza de Cristo, que, siendo rico, se hizo pobre por nosotros a fin de enriquecernos con su pobreza” (PC 13; cf LG 8.9.43.46; PO 17).
La expresión “La Iglesia de los pobres” no significa que queramos que las personas se queden pobres, sino más bien que nos esforzaremos por elevar su nivel de vida en todos los aspectos.
“Es obligación de toda la Iglesia trabajar para que los hombres sean capaces de restablecer rectamente el orden de los bienes temporales y de ordenarlos hacia Dios por medio de Jesucristo. A los pastores atañe manifestar claramente los principios sobre el fin de la creación y el uso del mundo y prestar los auxilios morales y espirituales para instaurar en Cristo el orden de las cosas temporales. [...] Entre las obras de este apostolado sobresale la acción social de los cristianos, que desea el santo concilio se extienda hoy a todo el ámbito temporal, incluida la cultura” (AA 7; cf GS 60.69.72.88).
Poseer como si no poseyésemos nada; vender como si no vendiésemos; comprar como si no comprásemos; no tener nada pero comportarnos como si fuésemos dueños de todo; no pedir nada pero estar dispuestos a darlo todo: este es el espíritu de pobreza.
“Vended vuestros bienes y dad limosna; haceos bolsas que no se estropeen, y un tesoro inagotable en el cielo, adonde no se acercan los ladrones ni roe la polilla” (Lc 12,33).
“Aunque viven en el mundo, sepan siempre, sin embargo, que no son del mundo, según la sentencia del Señor, nuestro Maestro. Disfrutando, pues, del mundo como si no disfrutasen, llegarán a la libertad de los que, libres de toda preocupación desordenada, se hacen dóciles para oír la voz divina en la vida ordinaria. De esta libertad y docilidad emana la discreción espiritual con que se halla la recta postura frente al mundo y a los bienes terrenos” (PO 17; cf LG 39.42; GS 37; PC 13; AA 4).
La pobreza no significa carecer de bienes, lo cual en realidad constituye miseria y degradación. En realidad la pobreza significa justa distribución de los bienes materiales. No digas: “¡No es más que una taza de café o un vaso de cerveza!”. El goce de estas cosas puede ser resultado de mucho esfuerzo, de duro trabajo y hasta de sacrificio por parte de quienes los han producido. Incluso un cigarrillo podría significar el afán de algún anónimo trabajador.
“Jesús les contestó: En verdad, en verdad os digo: me buscáis no porque habéis visto signos, sino porque comisteis pan hasta saciaros” (Jn 6,26; cf 1Tes 4,11-12; 2Tes 3,7-9).
“Aquellos que están dedicados a trabajos muchas veces fatigosos deben encontrar en esas ocupaciones humanas su propio perfeccionamiento, el medio de ayudar a sus conciudadanos y de contribuir a elevar el nivel de la sociedad entera y de la creación. Pero también es necesario que imiten en su activa caridad a Cristo, cuyas manos se ejercitaron en los trabajos manuales y que continúan trabajando en unión con el Padre para la salvación de todos. Gozosos en la esperanza, ayudándose unos a otros a llevar sus cargas, asciendan mediante su mismo trabajo diario a una más alta santidad, incluso con proyección apostólica” (LG 41; cf GS 33.34.35.57.67)» (François-Xavier Nguyen Van Thuan, Vivir las virtudes a la luz de la Escritura y del concilio Vaticano II, Ciudad Nueva, Madrid 2012, 59-62).
Preguntas para reflexionar
¿Qué pasos tendría que dar nuestra Iglesia para llevar a cabo la opción preferencial por los pobres?
«Ser pobres no es carecer de las cosas, es no necesitarlas». ¿Eres materialista y consumista o vives la austeridad evangélica?
¿Vivirás pobre sin renunciar a la calidad