La armonía que perdimos. Manuel Guzmán-Hennessey

La armonía que perdimos - Manuel Guzmán-Hennessey


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lejos, desde el tiempo presente.

      Pero escribo también desde la vida

      desde su grito poderoso,

      desde la historia,

      no desde su verdad acribillada,

      desde la faz del hombre,

      no desde sus palabras derruidas,

      desde el desierto,

      pues desde allí ha de nacer un clamor nuevo,

      desde la muchedumbre que padece

      hambre y persecución y encontrará su reino,

      porque nadie podría arrebatárselo.

      Escribo desde nuestros huesos

      que ha de lavar la lluvia,

      desde nuestra memoria

      que será pasto alegre de las aves del cielo.

      Escribo desde el patíbulo,

      ahora y en la hora de nuestra muerte,

      pues de algún modo hemos de ser ejecutados.

      Escribo, hermano mío, de un tiempo venidero,

      sobre cuanto estamos a punto de no ser,

      sobre la fe sombría que nos lleva.

      Escribo sobre el tiempo presente.

      Algunas preguntas

      Me hago algunas preguntas orientadas a confrontar un mito de reciente data, que no por estúpido deja de tener adeptos: el cambio climático no existe, y si existe, no es tan grave. Wallace-Wells es más benigno. Le llama patrañas tranquilizadoras al mito en construcción (el estúpido y homicida mito)67. Las preguntas son:

      • ¿Por qué no empezamos ya?

      • ¿Hasta cuándo nos mantendremos aplazando las soluciones de fondo? El porcentaje de reducción de emisiones que los países asumieron en conjunto durante el periodo que duró el Protocolo de Kioto68 fue de 5,2 %. Esta meta se consideraba insuficiente, a la luz de los datos de la ciencia, por lo menos desde 2007, cuando se conoció el Cuarto Informe de Evaluación del IPCC.

      • ¿Por qué no hicimos entonces lo que deberíamos haber hecho? Aumentar significativamente estas metas de reducción de emisiones de los países. El esquema actual de contribuciones nacionalmente determinadas (NDC) del Acuerdo de París estará vigente, por lo menos, hasta 2030, y puede representar, en el caso de muchos de los países altamente emisores, metas reales aún más insuficientes que las del Protocolo de Kioto.

      • ¿Por qué la diplomacia internacional (léase, las Naciones Unidas) no se ha movilizado para hacer una enmienda del Acuerdo de París?

      • ¿Por qué no atienden el llamado de los científicos que han pedido que estas metas (que hoy rondan el 25 %) se aumenten, por lo menos, hasta el 45%?

      Entrego un primer avance (quise escribir andanada) sobre la ineficacia, a mi juicio, de la diplomacia internacional para enfrentar la crisis climática en los últimos treinta años. Me baso en una certeza: la Convención Marco de Cambio Climático y las Conferencias de Partes de esta Convención no han dado muestras de atender seriamente los datos de la ciencia. He aquí un elocuente ejemplo de ello: como insumo de la que en su momento se consideró una oportunidad (única, decisiva) para la reacción global: la Cumbre de Copenhague de 2009 (COP 15), las organizaciones ambientales del mundo, basadas en los informes del Grupo Intergubernamental de Expertos redactaron el Tratado Climático de Copenhague. Allí se consignó que un nivel de reducciones globales aceptable sería de 35 % para el año 2020 y de 70 % para el 2050, tomando como referencia las emisiones de 1990. Ese mismo año el IPCC había pedido a las economías emergentes que debían reducir sus emisiones entre un 25 y un 40 % para el año 2020, con respecto a las emisiones de 1990; hoy ese mismo IPCC pide reducciones mínimo de 45 %. Si el mundo quisiera actuar con la celeridad que pide la ciencia hoy, le bastaría con actualizar el Tratado Climático de Copenhague. Lo que pedían las organizaciones que lo suscribieron, apoyadas por más de 150 000 personas que marcharon desde el centro de Copenhague hasta el Bella Center (donde se había reunido la COP 15) era que los gobiernos facilitaran acciones para “una transición justa y sostenible de nuestras sociedades hacia un modelo que garantizara el derecho a la vida y a la dignidad de todas las personas”. Nadie las escuchó69.

      Dos lenguajes se oponen y establecen dos mundos: el de los ciudadanos y el de los gobiernos y las burocracias multilaterales. Los primeros atienden los llamados de la ciencia, los segundos se empecinan en complacer a las ‘leyes del mercado’. Confían en que estas resolverán el problema y que, por lo tanto, no hay razón para tomar medidas radicales y mucho menos para alarmarse. Mientras no haya un diálogo que acerque estas dos posiciones y unifique en el lenguaje de la vida y de la humanidad una respuesta global frente a la emergencia climática, estaremos cada vez más atrapados, y no habrá nada que podamos hacer.

      El mito en construcción se compone básicamente de tres ejes alrededor de los cuales se renuevan, refuerzan o compensan componentes subsidiarios de las ideas fuerza:

      • El cambio climático es un problema de la naturaleza que no afecta la vida humana.

      • Los factores del calentamiento no están relacionados con el uso de combustibles fósiles. No podemos prescindir de ellos debido a que no hay otra forma de sostener el crecimiento económico. Sin crecimiento económico no puede haber progreso.

      • La ciencia del clima no es lo suficientemente clara, los científicos manipulan los datos. Periodistas, académicos y ambientalistas alarman a la sociedad. Cuando el calentamiento se agrave surgirán soluciones tecnológicas que lo mitiguen, y la mano invisible de los mercados actuará para regular los efectos de la crisis.

      A lo largo de las páginas que siguen me referiré a todo ello e insistiré en el desafío que tiene la educación para comunicar, apropiadamente, los datos de la ciencia. Por ahora, repetiré que esto es serio y que tenemos poco tiempo para reaccionar. Citaré nuevamente a Lovelock, no para alarmar sino para remarcar la necesidad de actuar ya, en ese poco tiempo que tenemos. Lovelock dijo: “Si la duración de la vida fuese de un año, ahora estaríamos en la última semana de diciembre”70. Yo prefiero pensar que estamos en octubre.

      Octubre, octubre

      Se empecinó José Luis Sampedro en decirnos que íbamos mal, que si seguíamos obedeciendo, sin rechistar, los dictados de la sociedad del crecimiento, acabaríamos en la hecatombe total. Se empecinó en incitarnos a desobedecer las órdenes de los titiriteros vengadores y los dioses impostados. Quizá debido a ello consideró necesario invitarnos a pensar profundamente sobre nuestra equivocada idea de progreso; y puso un epígrafe de San Juan de la Cruz en su libro Octubre, octubre: entremos más adentro, en la espesura71. Es justamente lo que nunca hemos hecho. Como civilización y como cultura actuamos como si no hubiera una amenaza, y la diplomacia internacional del clima no hace más que interpretar esa percepción social en lugar de interpretar a la ciencia: actúa sobre los síntomas de la amenaza en lugar de actuar sobre las raíces: más adentro, la espesura.

      La sociedad del crecimiento nos obliga a permanecer en el afuera. Indagar demasiado puede ser peligroso (se piensa), todo debe ser superficial y pasajero. Deleble, vulnerable, efímero, inacabado. Las cosas se fabrican para que sean provisionales (se sabe). Sin embargo, la era del crecimiento, la del consumo masivo de bienes y servicios, con energía barata y abundante, basada en el tener más para vivir mejor, ha terminado, sostiene Florent Marcellesi; ha terminado, sí, pero su cadáver aún insepulto es hoy la ‘obsesión patológica moderna’, explica: “un factor de crisis que genera falsas expectativas obstaculiza la búsqueda de bienestar y amenaza el planeta. El crecimiento ya no es la solución, es un problema central”72.

      La sociedad del crecimiento es también la sociedad del vértigo y de la provisionalidad: paisajes que pasan raudos por las ventanas de un tren suicida, o tal vez homicida. El conductor no existe; el tren es manejado por un sistema de mandos inhumanos que ha programado los


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