La armonía que perdimos. Manuel Guzmán-Hennessey

La armonía que perdimos - Manuel Guzmán-Hennessey


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a una catástrofe colectiva? ¿No es acaso más sensato cambiar de rumbo? ¿Reconocer que nos equivocamos (todos) como especie, como civilización, como cultura, y rectificar el camino hacia el futuro para salvar la vida? Sobre estas preguntas (y sus complejas e inciertas respuestas) giran los ejes de este libro. Christiana Figueres88 hizo, en la PreCop de Costa Rica en 2019, un llamado a la sensatez global. Llamó a emprender las acciones necesarias para enderezar el rumbo del progreso colectivo89 y garantizar la sostenibilidad de la vida. ¿Qué significa esa frase? ¿Que el progreso tomó un camino equivocado? Probablemente sí, pues eso es lo que indica el nivel actual de las concentraciones de dióxido de carbono en la atmósfera90 y su consiguiente repercusión en el aumento de la temperatura global91. Si situamos el punto de inflexión de esta realidad en la mitad del siglo XX, podemos proyectar (usando para ello la proyección de las concentraciones de dióxido de carbono en la atmósfera basada la famosa gráfica del palo de Hockey92) una hipotética (¿?) línea del progreso en el sentido contrario al que hoy tienen las temperaturas globales y las concentraciones de dióxido de carbono93. Esto sugeriría que, en la medida en que estos índices tienden a subir, la noción de progreso humano (deterioro de la calidad de vida y amenaza climática) tiende a bajar, pero la sensación de progreso real (paradigma de crecimiento ilimitado) tiende a subir. Por eso he llamado a este gráfico ‘sensación térmica’ del progreso.

      Figura 5. ‘Sensación térmica’ del progreso

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      Fuente: elaboración propia con base en el cuadro de Luthi, D., y colaboradores, 2008; Etheridge, D. M., y colaboradores, 2010; datos sobre el núcleo de hielo de Vostok /J. R. Petit y colaboradores; registro de CO. Mauna Loa, NOAA. Recuperado el 9 de febrero de 2020, de https://climate.nasa.gov/evidencia/

      El pensador italiano Giambattista Vico (1668-1744) elaboró la teoría del Corsi e recorsi, que relaciona los procesos históricos con el progreso de los pueblos. El crecer y el descender, el subir y el bajar. Para Vico, la historia es un proceso y no necesariamente un progreso. Voltaire y Condorcet promulgaron el pensamiento contrario: “Hay una evolución continuada, ininterrumpida en la historia de la humanidad”. Vico sugiere que puede haber involución. Pensadores más recientes, como Ian Stewart, hablan de un círculo en el que el nuevo proceso gana y agrega atributos con respecto del anterior, movimiento en espiral en el sentido de que se avanza hacia arriba, en el que tras de cada movimiento algo se gana para el porvenir de la historia y del progreso.

      Yo creo que el pensamiento del Antropoceno94 nos da la última pista para elaborar quizá una nueva teoría del progreso humano, que incluya la posibilidad del retroceso pero que represente también una nueva esperanza si sabemos aprovechar las teorías del decrecimiento o de la prosperidad sin crecimiento, como postulan Serge Latouche y Tim Jackson, entre otros. Para invocar a la sensatez, Figueres usó una metáfora brutal que debería conmovernos: la naturaleza se debe estar burlando de lo estúpidos que hemos sido95. Me hizo acordar de la frase que lleva el hilo del documental The age of stupid de Franny Amstrong: “¿Por qué no nos dimos cuenta?”. El economista Manfred Max Neef también hizo una reflexión sobre la estupidez colectiva; dijo que la especie humana se distinguía de las demás precisamente por ser la única capaz de cometer actos estúpidos. Jorge Wagensberg, pensando en la educación, argumentó que la naturaleza no tenía la culpa de los planes de estudio que se siguen en las universidades. Pero lo que más me llamó la atención de la metáfora de Figueres fue que le entregó a la naturaleza no solo la capacidad de hablar y de expresarse, de protestar y de rebelarse, sino la de burlarse de lo estúpidos que hemos sido quienes se supone que tenemos un cerebro altamente desarrollado para comprender la complejidad del mundo. Tan inteligentes se considera comúnmente a los humanos, que con frecuencia se nos recuerda algo que no es cierto: que somos la única especie con humor, y que el humor es la medida de la inteligencia.

      Evidentemente es muy reciente la tendencia de entregarle derechos a la naturaleza, como ha ocurrido en las constituciones políticas de Ecuador y Bolivia96, pero el poeta Víctor Hugo alcanzó a prever, en 1840, lo que pasaría siglos después, cuando escribió que “produce una inmensa tristeza pensar que la naturaleza habla mientras el género humano no escucha”97. Si la naturaleza habla es preciso escucharla. Y cuando digo habla no expreso una metáfora; la naturaleza, efectivamente habla, quizá en el lenguaje de las plantas a que alude Emanuele Cocia98, en el lenguaje de los ríos (“rebeldes sin cauce”, como dice Gustavo Wilches Chaux) o de las ranas, porque ya sabemos que todo el tiempo pasa, pero la rana permanece (Jean Rostand)99. Por algo sería que en la lengua mítica la Tierra era llamada la madre del derecho. Carl Schmitt comenta que cuando los poetas se refieren a la tierra la llaman justíssima tellus100. Figueres también dijo que esta era la primera generación que podía tomar la decisión de rectificar el rumbo de la historia para salvar la continuidad de la vida, e invitó a los jóvenes a tomar acciones y reclamar sus derechos. A esta esperanza (y por este reclamo) que comparto, apelo. Creo posible, aún, modificar las estructuras de la economía global, si emprendemos un esfuerzo educativo concebido como una cruzada integral para el salvamento de la vida. Pero no me hago ilusiones sobre la eficacia de la diplomacia internacional.

      Creo sí en el poder de una reacción ciudadana de los jóvenes del mundo, ayudada por los mayores. Dudo que los actuales líderes del mundo estarán a la altura de semejante desafío y faciliten, después del fracaso de Madrid (COP 25, 2019), una enmienda del Acuerdo de París basada en los datos que entregó el IPCC en octubre de 2018. Según este informe, es claro que, si no se aumenta la ambición de las metas de reducción de emisiones, especialmente de los países que son los mayores emisores de carbono, va a ser muy difícil evitar las catástrofes que vendrán y mantener la esperanza en el liderazgo global. Pero educar a las nuevas generaciones sobre la posibilidad de otro tipo de desarrollo sí es posible. Y como esta descomunal y estructural tarea sigue siendo la asignatura pendiente de los educadores, intentaré exponer en este libro algunas ideas que puedan servir al propósito de imaginar, soñar y enseñar que una economía (una sociedad) más humana, basada en la prevalencia de la vida por sobre cualquier otro valor, es posible. Opino que ese debe ser (siempre debió haber sido) el propósito superior del sistema educativo.

      Primero la humanidad

      En el portal sobre educación Rethinking Economics (rethinkeconomics.org/) se plantea: “El crecimiento es una opción tanto política como económica. Si optamos por buscar el ‘crecimiento’, debemos preguntarnos: crecimiento de qué, por qué, para quién, durante cuánto tiempo y cuánto es suficiente”. Pero no es de economía que quiero hablar aquí. Es de humanidad, de cultura y de un nuevo pensamiento capaz de revertir los valores que nos han traído hasta aquí. Creo posible construir —entre todos— un nuevo esquema de valores que privilegie la vida y guíe los destinos de una nueva sociedad. Primero la humanidad, después la economía, primero la casa común: oikos, después la crematística101. Dicho mejor: antes de pensar en la posibilidad de la crematística es preciso pensar cómo salvar la casa común. Es cierto que para salvar la casa común no podemos desconocer lo económico; lo que quiero decir es que sí es de economía que vengo a hablar aquí, pero no de una economía centrada en el crecimiento como único camino de la felicidad colectiva. Quisiera invitar a considerar que una nueva economía es posible, y que el camino sugerido por Acemoglu y Robinson en 2019 podría ser parte de la solución: una ciudadanía activa que ‘encadena’ la conducción democrática de los Estados para que avancen, con mucho cuidado, durante estos años de crisis, por un ‘estrecho corredor’ cuya función es la de conducir el desarrollo por una ruta difícil que sin embargo es capaz de equilibrar los derechos de las personas y de la naturaleza, con la prosperidad102.

      La mención del libro Solo tenemos un planeta me remitió a mis recuerdos de Jorge Wagensberg (fallecido mientras yo escribía esta página). Lo conocí en 2004. Había ido a Buenos Aires el año centenario del nacimiento de Salvador Dalí para sumarse a los actos conmemoratorios de aquella efemérides en el Centro Cultural Borges. Allí recordó las jornadas que él


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