Doce hábitos para un matrimonio saludable. Richard P. Fitzgibbons
Luego continuó explicando que sus primeros años de matrimonio fueron exactamente como había soñado. Ken era cariñoso y atento y, después del nacimiento de su primer hijo, fue un padre colaborador.
Pero, con la llegada del segundo hijo, Ken empezó a pasar menos tiempo en casa y a dedicarlo a sus aficiones —el footing, la pesca, el golf—, o bien se quedaba sentado delante de las pantallas sin pronunciar palabra.
—Intento decirle que necesito que me ayude con los niños y que procure que no me sienta sola —decía Sandra con lágrimas en los ojos—. Yo sola no puedo con todo. Pero, en cuanto intento hablar con él, lo único que dice es que soy una egoísta. Me recuerda cuánto trabaja para mantenernos. Y es cierto, pero ¿soy egoísta por querer que pase más tiempo con nosotros en lugar de dedicarse a trabajar y a ver deportes en la tele, y a jugar al golf con sus amigos todos los fines de semana?
Las lágrimas empezaron a correr por sus mejillas.
—A veces pienso que internet y su televisión de pantalla grande le importan más que yo.
A la siguiente sesión asistió el propio Ken. Me dio la sensación de ser un hombre íntegro y de fe al que le extrañaban las quejas de su mujer.
—Trabajo mucho por ella y por mis hijos: no sé qué estoy haciendo mal. Lo único que intento es descansar, igual que hacía mi padre.
Añadió que no se había dado cuenta de que el hecho de pasar tanto tiempo separado de Sandra y de sus hijos la hiciera sentirse tan dolida y tan desamparada.
Esta historia la he escuchado muchas veces. El dolor de Sandra no era producto de su imaginación. Sin darse cuenta, Ken se había dejado llevar por el poderoso tirón del egoísmo. Poco a poco se fue encerrando en sí mismo y apartándose de su mujer y de sus hijos, disfrazando su egoísmo de la necesidad de descanso para compensar las exigencias del trabajo. En su opinión, trabajar tanto lo hacía merecedor de disfrutar del ocio. Lo cierto es que el egoísmo había cambiado a Ken. Ahora pensaba más en sí mismo y menos en su mujer y en sus hijos, y situaba sus deseos y sus necesidades por encima de los de ellos. Sandra creía que él se merecía ese tiempo de ocio y, sin quererlo, permitía su conducta.
Ken se mostró muy receptivo a la desazón de Sandra y manifestó su intenso deseo de cambiar para evitar el dolor que provocaba en ella su falta de consideración.
—Te quiero, Sandra —dijo—, y no tengo ninguna intención de hacerte daño. Creía que el matrimonio funciona así: que, después del trabajo, el marido puede hacer lo que quiera, como hacía mi padre, y que la mujer lo consiente, como hacía mi madre.
Nadie les había enseñado ni a él ni a Sandra que la auténtica naturaleza del matrimonio consiste en una entrega plena a imagen de la relación entre Cristo y su Esposa, la Iglesia.
Sin ser consciente de su propio egoísmo, Ken había ido alimentando su ira contra Sandra, a la que, a su vez, consideraba una egoísta demasiado centrada en los bienes materiales y en su aspecto físico. Unas veces se sentía querido por ella y otras se sentía utilizado. Pero lo que más le dolía era que Sandra no secundase su deseo de tener un tercer hijo. Achacaba su negativa a su escasa disposición a asumir la entrega y el sacrificio que implicaba ser madre de una familia más numerosa.
A medida que íbamos repasando los síntomas del egoísmo, el conflicto matrimonial se fue destapando y esclareciendo gradualmente. Paso a paso y con mucho esfuerzo, Ken y Sandra reconocieron que los dos se habían dejado llevar por el egoísmo, centrándose cada vez más en sí mismos. Por lo general los dos pensaban antes en el «yo» que en el «nosotros». Sandra admitió que no se había dado cuenta de lo importante que era para Ken tener otro hijo; y Ken, por su parte, reconoció que imitaba la conducta egoísta de su padre.
Tanto Sandra como Ken eran conscientes de las cualidades del otro y lamentaron sus respectivos errores. Una vez que entendieron mejor la situación, se sintieron motivados para eliminar el egoísmo de su matrimonio creciendo en la virtud de la generosidad. Los dos se comprometieron a esforzarse por ser más generosos y entregarse más el uno al otro. A lo largo de ese proceso fueron cobrando mayor conciencia de la importancia decisiva que tiene la entrega sacrificada en la felicidad conyugal.
El egoísmo y sus manifestaciones
Si el egoísmo es el principal enemigo del amor conyugal y del compromiso de por vida, también socava la capacidad personal para perseverar en el sacerdocio y en la vida religiosa. En su carta a las familias Gratissimam sane, Juan Pablo II nos ponía sobre aviso:
Los peligros que incumben al amor constituyen también una amenaza a la civilización del amor. […] Piénsese ante todo en el egoísmo, no solo a nivel individual, sino también de la pareja o, en un ámbito aún más vasto, en el egoísmo social. […] El egoísmo, en cualquiera de sus formas, se opone directa y radicalmente a la civilización del amor[2].
Estas observaciones son bien ciertas desde el punto de vista psicológico. El egoísmo causa graves daños en el matrimonio e incluso puede llegar a destruirlo.
El egoísmo suele crecer tan silenciosamente que los esposos no lo reconocen como la causa de sus conflictos. Entre las conductas egoístas se encuentran la tendencia a controlar a los demás, la ira desmedida, un poderoso sentimiento de superioridad y la manifestación de altos niveles de agresividad frente a la discrepancia[3].
El manual de diagnóstico de la psiquiatría recoge muchos otros síntomas en las personas en las que el egoísmo constituye un grave desorden de la personalidad: entre otros, la explotación del otro, la manipulación, la falta de sensibilidad, la falsedad, la irresponsabilidad, la impulsividad, la labilidad emocional, la inclinación al riesgo, la falta de empatía y la incapacidad para las relaciones íntimas.[4]
Guía para la evaluación del egoísmo
La principal razón de que los esposos no reconozcan ni aborden la conducta y los pensamientos egoístas es que suelen negar que lo son, o bien que les parecen lo normal. Otro motivo es el temor a suscitar la ira del cónyuge si se destapa o se aborda ese tema. Ken y Sandra trabajaron para detectar sus respectivas manifestaciones de egoísmo con ayuda de esta guía de evaluación:
Repliegue en uno mismo y escasa comunicación
Falta de amor romántico
Utilización del cónyuge como objeto sexual
Falta de respeto hacia el cónyuge
Conductas hipercontroladoras
Sobrerreacciones de ira
No ver en el cónyuge al mejor amigo
No desear lo mejor para el cónyuge
Resistencia a elogiar
Ira desmedida cuando las cosas no coinciden con lo esperado
Exigir que las cosas sean como uno quiere
Intenso deseo de hacer aquello que inspiran los sentimientos
Centrarse en la propia felicidad antes que en la felicidad del otro
Tendencia a eludir responsabilidades en cuestiones importantes de la vida
Sentimiento exagerado de autoimportancia
Falta de amabilidad y consideración con el otro
Conductas inmaduras o excesivamente enfocadas a la propia comodidad
Obsesión por el desarrollo profesional, la apariencia física y las cosas materiales
Excesiva autoindulgencia
Ambición desmedida de éxito
Centrarse en la imagen exterior antes que en la propia conducta
Pérdida de la fe
Falta de motivación para resolver los conflictos conyugales
Falta de apertura a la voluntad de Dios con respecto al tamaño de la