¿Por qué los buenos soldados hacen cosas malas?. Giovanni Alberto Gómez Rodríguez

¿Por qué los buenos soldados hacen cosas malas? - Giovanni Alberto Gómez Rodríguez


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en buenos propósitos, sino en buenos actos, los actos no son meros sucesos físicos, sino actos intencionales de personas.3

      En otras palabras, hemos adoptado el planteamiento de Rhonheimer como adecuado para estructurar y evaluar la ética militar postmoderna por cuanto presta atención simultáneamente al actuar, a los fenómenos y a los hombres, estableciéndose, en ese sentido, como el modelo ético que sustenta la propuesta investigativa.

      El presente libro tiene por objeto identificar y describir los riesgos de transgresión moral que se presentan o se pueden presentar en los militares de los ejércitos occidentales en el excepcional orden postmoderno, en el que no es posible distinguir entre estadios de guerra, conflicto o paz.4 En este contexto de guerra global permanente —una guerra especial que ha redefinido los roles y misiones de los ejércitos y las relaciones civiles y militares, así como un sinnúmero de conceptos, categorías morales y políticas—, llevamos a cabo un estudio orientado a juzgar tanto ética como moralmente las acciones militares que implican violencia a través del uso de la fuerza; asimismo, reflexionamos sobre la culpa, la responsabilidad y las consecuencias derivadas de la transgresión moral.

      Con la expresión “ejércitos occidentales” nos referimos a aquellos que forman parte de los países que, englobados en la categoría de Occidente, y lo hacemos más por el uso de esta expresión que por una razón histórica o académica. Estos términos serán aclarados desde la perspectiva de la cultura y la civilización occidentales. Por ahora nos interesa señalar que con la generalización se alude a ejércitos que han tenido y conservan vínculos de tradición, educación, entrenamiento y doctrina, relaciones que persisten en integrar o cooperar con determinada organización militar, en particular, la Organización del Tratado del Atlántico Norte (en adelante, OTAN). Por esta razón, tiene sentido —como es frecuente en los estudios militares— indagar sobre ética y en particular sobre filosofía moral en un gran número de fuerzas militares que tienen prerrogativas, problemas, misiones y retos similares. Esto permite que el rango de experiencias disponibles a estudiar se amplíe, así como tomar lecciones aprendidas de las situaciones operacionales documentadas por cada ejército, incluso de los infortunios y casos de transgresión moral públicamente conocidos. En contraste, no tiene viabilidad metodológica incluir estudios de ejércitos de otra cultura y formación, como podría ser la oriental, islámica o hindú. Esto se abordará específicamente en el segundo capítulo de la primera parte.

      Mediante un proceso de indagación que incluye tres etapas —construcción, análisis e implicaciones—, rastreamos una serie de riesgos perpetrados por el militar en la postmodernidad, ordenados en dos categorías: la transgresión moral de primer orden y la transgresión moral de segundo orden. La primera ocurre cuando se ejerce violencia directa injustificada e inexcusable que causa un mal radical por el uso de la fuerza, al dañar a personas y violar sus derechos, “matar y torturar”; la segunda, cuando se ejerce violencia estructural a través de la capacidad militar y se causa un mal banal materializado en “daño colateral”. La primera se relaciona con la intencionalidad del agente, su mal corazón y las determinaciones intrínsecas; la segunda, con la acción colectiva “del sistema” y los condicionamientos extrínsecos. En función de estas diferencias, identificamos y describimos los respectivos riesgos de transgresión moral empleando en el análisis seis tipos ideales y diferentes casos empíricos; de esta manera, demostramos que estos riesgos son distintivos en la postmodernidad respecto a la guerra convencional y ofrecemos algunas explicaciones de su génesis.

      Para cumplir tal fin, se registran antecedentes empíricos que datan de la Segunda Guerra Mundial, y antecedentes teóricos que pueden seguirse después de la guerra de Vietnam, a mediados de la década de 1970. Los crímenes de los nazis durante la Segunda Guerra Mundial fueron públicamente conocidos y difundidos tras los juicios de Núremberg en 1945 y el juicio de Eichmann en Jerusalén en 1961; este último, documentado por Hannah Arendt, dio cuenta de la responsabilidad moral de los victimarios. La renuncia de Eichmann a realizar juicios morales de sus acciones, su extrema normalidad, así como su insistencia en afirmar que siempre había cumplido con su deber y obedecido órdenes, constituyeron la idea de la banalidad del mal, generado por la renuncia individual y la complacencia colectiva. Eichmann personifica la conciencia moral de los militares en general y del pueblo alemán durante el nazismo.

      Esta suerte de generalización y extensión del mal mediante prácticas criminales, llevadas a cabo por un régimen totalitario —que dejó una oscura impronta en la historia humana reciente— constituye, además, una advertencia de lo que hombres organizados pueden hacer a otros, y cómo los ejércitos y los militares pueden ser utilizados para fines funestos por parte de quienes ostentan el poder. El hecho de que los militares alemanes no reflexionaran, juzgasen ni pensaran, los convirtió inevitablemente en cómplices y responsables; en última instancia, fue su participación la que hizo posible el holocausto. Mostraremos que esta “advertencia”, este problema de filosofía moral, tiene consecuencias tanto más sensibles en el contexto contemporáneo a pesar de sus manifestaciones peculiares.

      Recientemente, los ejércitos occidentales han sufrido los nocivos efectos de la transgresión moral; algunos militares han fallado al identificar sus obligaciones morales o en responder con arreglo a ellas. Las causas no son fáciles de identificar, dada la compleja situación operacional actual, pues estas residen en una cadena de relaciones y procesos gestionados por la institución y ejecutados por soldados de forma colectiva e individual. Lo que resulta evidente es que estos hechos han causado fuerte impacto en los ejércitos hasta el punto de que puede decirse que están ganando la batalla, pero perdiendo la guerra: obtener victorias tácticas, pero fracasos morales, es a la postre una inevitable derrota. Tales deficiencias se explican a priori por el desbalance entre competencia y carácter, o entre exigencias profesionales y determinaciones de la conciencia. Tal desequilibrio se resuelve por lo general a favor de la racionalidad instrumental en la toma de decisiones, donde la corrección técnica se impone sobre el bien moral.

      Los casos de transgresión moral registrados en la postmodernidad avergüenzan a los ejércitos occidentales y a los profesionales de las armas, además de que la mayoría de las veces causan sorpresa y preocupación, en la medida en que desafían todas las previsiones institucionales posibles. A modo de ejemplo, podemos citar casos como el del regimiento Airborne del Ejército canadiense desplegado en Somalia, que torturó y asesinó a un adolescente no comprometido en las hostilidades; el uso de fuerza desmedida e indiscriminada en la campaña de bombardeos de tropas de la OTAN en la guerra de Kosovo entre marzo y junio de 1999; los vejámenes, las torturas y los abusos de prisioneros cometidos en Abu Ghraib en Irak en 2003 por parte de las tropas de la Policía Militar del Ejército de Estados Unidos que tenían a cargo su seguridad; la violación y asesinato de los miembros de una familia a manos de soldados estadounidenses en Mahmudiya en Irak en 2006, o el caso del “equipo asesino” (Kill Team), donde miembros de la Quinta Brigada, Segunda División de Infantería del Ejército estadounidense asesinaron sin motivo alguno al menos a tres civiles afganos desarmados en el distrito de Maywand, en Afganistán en 2010.5 Por último, merece la pena mencionar el escándalo de los falsos positivos en Colombia, nombre con el que a finales de 2008 se conoció la participación de miembros del ejército de Colombia en el asesinato de civiles inocentes que, con el fin de presentar resultados por parte de las brigadas de combate, recibir estímulos y recompensas o evitar sanciones, los hacían pasar por guerrilleros muertos en combate en el marco del conflicto armado que vivía el país.

      Los antecedentes teóricos de nuestra investigación giran en torno a dos temas: la profesionalización y la ética militar. Ambos han sido tratados como equivalentes y guardan estrecha relación con nuestros planteamientos epistemológicos, filosóficos y teóricos. En Beyond the Battlefield, fruto de un estudio realizado en 1981 sobre el profesionalismo militar, Sam C. Sarkesian plantea tres niveles de análisis: social, institución militar e individual. Pese a que la ética militar fue incorporada tan solo como un componente dentro de un sistema de variables, el estudio acierta en señalar las diferencias entre la perspectiva de la institución y la de la sociedad, así como las percepciones sociales e individuales, las exigencias institucionales y las expectativas personales que se daban en aquel entonces. Se trataba de un proceso de transformación militar centrado


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