¿Por qué los buenos soldados hacen cosas malas?. Giovanni Alberto Gómez Rodríguez
visible no solo el nivel institucional, sino también el individual y el social. Esto supone un avance respecto al enfoque tradicional, que consideraba relaciones unidireccionales de subordinación o dependencia; desde ese momento, el solo hecho de fijar las dimensiones como componentes obligó a estudiarlas a fondo de forma aislada, dotándolas de suficiente jerarquía para alterar la naturaleza de las relaciones y obrar como referencia o elemento constitutivo.
La ética militar se relaciona estrechamente con el concepto de profesión; por ello, enfatiza las especificidades de las tareas que se realizan: la división del trabajo, los niveles de experticia que en cada servicio o cuerpo se precisan y la considerable autonomía de autogestión que la organización militar tiene —necesaria para integrar el sinnúmero de tareas que la empresa bélica requiere—. Sin embargo, en la modernidad, décadas antes de la era de la información y el conocimiento, de las fuerzas multimisión y la intervención humanitaria, ya existía la necesidad de identificar y articular las relaciones de la institución con los actores sociales externos y del Ejército con el soldado. Sam C. Sarkesian es pionero en esta formulación; en Beyond the Battlefield. The New Military Professionalism, publicado en 1981, toma como punto de partida el concepto de profesión de Ernest Greenwood: “Toda profesión se caracteriza por un sistema de autoridad, un cuerpo teórico estructurado, la sanción de la comunidad, un código ético y regulador y una cultura profesional”.7 Lo relevante de cualquier profesión es que, en virtud de la autoridad y la experticia del profesional, adquiere poder y responsabilidad en un área de necesidad social dentro del sistema político. Este argumento sustenta la idea, bastante extendida entre los académicos militares de la Guerra Fría, de que la administración de la violencia en servicio del Estado hacía única a la profesión militar entre las profesiones y por ello las obligaciones y responsabilidades tanto de la institución como de sus miembros admitían notables concesiones: la comunidad debe asegurarse constantemente de que los profesionales militares sean competentes para hacer la guerra, asuman su rol y hagan un uso adecuado de la autoridad concedida en respuesta al compromiso político adquirido. Para Sarkesian, es fundamental la concepción tradicional de la profesión militar, pues es el núcleo de su desarrollo teórico:
Puesto que la profesión posee un virtual monopolio sobre el cuerpo de conocimiento relativo a la conducción actual de la guerra, no solo se arroga la sanción de la comunidad, sino que puede dictar las normas profesionales sin apenas ninguna interferencia de la misma. Así, la profesión militar posee su propio sistema legal, estructura social, instituciones educativas, de reclutamiento y sistema de recompensas y castigos. Indudablemente, la mayoría de las profesiones civiles presentan características similares, pero habida cuenta de la función del cuerpo militar y del hecho de que forma parte integral del sistema político, resulta crucial considerar estas cuestiones en todo lo relacionado con esta profesión.8
Sarkesian es consciente de que la definición de profesionalismo por sí sola no ofrece un marco de referencia adecuado para el estudio de la profesión militar; por ello, propone una estructura de tres niveles: la comunidad, la institución y el individuo, abarcando desde el rango macro de la comunidad hasta el micro en el nivel individual. En cada caso el asunto sustantivo del profesionalismo incluye habilidades técnicas, ética profesional y perspectiva política; de esta forma, cada nivel debe ser evaluado en relación con cada una de estas variables, por ejemplo: en el nivel del individuo, el profesionalismo se puede estudiar en términos de competencia tanto del oficial como un militar técnico, su actitud particular y conducta respecto a la ética profesional, así como su actitud política y sus percepciones. Además, se puede evaluar la variable en relación con la perspectiva, por ejemplo: la ética profesional no se limita al nivel individual, sino que debe incluir los requerimientos institucionales y las expectativas e imagen de la comunidad.9
La dimensión de análisis comunidad-institución militar en el modelo de Sarkesian era el asunto fundamental; este remitía al campo de estudio Fuerzas Armadas-sociedad e incluía la relación individual e institucional, en otras palabras, el tratamiento del vínculo de la sociedad con el estamento militar. Indistintamente, tomaba en cuenta al Ejército como institución con su sistema de valores y al militar en cuanto profesional de las armas —aunque no estrictamente en su dimensión subjetiva—. El estudio prestaba particular atención a los cambios que tenían lugar en ese momento y que se preveía que alterarían el rol profesional, especialmente por cuenta de la tecnología. Lo anterior se sigue de la reflexión del autor: el U.S. Army War College suponía que había una clase particular de profesionales que estarían en los más altos niveles de la jerarquía, dictarían la naturaleza del sistema de valores y definirían la relación comunidad-institución militar. En este caso, sería preciso que aquellos oficiales definieran el horizonte intelectual adecuado: bien enfatizaran las competencias y habilidades profesionales, bien preponderaran los rasgos ocupacionales. Sarkesian se alinea con la segunda alternativa: “El verdadero mundo profesional debe ir más allá de su papel específico e incluir consideraciones en torno a la situación de la sociedad y a la naturaleza del ser humano”.10 Su constatación apunta a una necesidad emergente: los oficiales debían entender el funcionamiento y las determinaciones del contexto, aunque tal intención exigiera una mayor educación liberal —la idea de completo aislamiento de la institución militar respecto a su entorno como recurso de autopreservación y la preocupación exclusiva por la competencia técnica militar eran obstáculos—.
No tiene demasiado sentido que una profesión proclame que está al servicio del bien público. Para estarlo, se requiere una buena comprensión de la sociedad, de su sistema político y de una ideología que asegure actuaciones políticas coherentes. Ninguna profesión puede comprender y desempeñar adecuadamente su propio papel social sin comprender primero el contexto sociopolítico dentro del cual este debe desarrollarse.11
Un hallazgo del estudio de Sarkesian que merece especial mención es haber pronosticado el efecto negativo de la tecnología sobre la institución militar; la disputa a favor y en contra acerca de los referentes que deberían prevalecer en la educación profesional se tensaba entre la experticia técnica y la capacitación militar orientada exclusivamente a obtener éxito en el campo de batalla. Sarkesian se plantea que, si aceptamos la premisa de que el empleo de la fuerza en el futuro será altamente complicado y difícil de administrar, y que la habilidad de los seres humanos para manejar una gran variedad de procesos será limitada, entonces se puede aceptar fácilmente la necesidad de mayor formación técnica. No obstante, le preocupa que, en este ambiente, el juicio humano sea fácilmente relegado por la toma de decisiones mecánica —administrada por computadora— y se cree una brecha entre la élite militar y los elementos humanísticos dentro de las fuerzas y respecto a la sociedad. En sus palabras:
La pericia del profesional militar cuya principal preocupación es la supremacía tecnológica y la aplicación eficaz de la fuerza es fundamentalmente antagónica a los impulsos humanistas de una democracia, incluso en el contexto de la era tecnológica. La pregunta es si la profesión puede servir adecuadamente al Estado democrático con tal orientación. Creemos que no puede.12
Hoy sabemos que altos niveles de tecnología han sido apropiados por los ejércitos con bastante éxito, pues indudablemente han mejorado su eficacia y letalidad. Sin embargo, ello también generó ambigüedades éticas, como la dispersión de la responsabilidad en el uso de aeronaves remotamente controladas, drones armados con capacidad de hacer blanco en personas, instalaciones y vehículos. El problema no fue que la tecnología relegara al elemento humano en la toma de decisiones o hiciera posible la muerte a distancia, sino la dependencia que la absoluta conectividad generó en los escalones tácticos de combate para la toma de decisiones. Cuando el teatro de operaciones y la forma de operar cambiaron, las decisiones no podían seguir atravesando la cadena de mando —salvo en el uso de drones y armas de acción remota—.
La tecnología de uso militar alcanzó un nivel marginal hasta el punto de llegar a ser contraproducente. A diferencia de lo que Sarkesian pensaba, los hombres capacitados técnicamente no dominaron la élite militar, sino que prevaleció la figura del líder heroico; la tecnología dio paso a nuevos cargos en los Estados y Planas Mayores, pero los comandantes de pequeñas unidades perdieron autonomía y se redujo su capacidad de