¿Por qué los buenos soldados hacen cosas malas?. Giovanni Alberto Gómez Rodríguez

¿Por qué los buenos soldados hacen cosas malas? - Giovanni Alberto Gómez Rodríguez


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años y en la posible participación en otros crímenes de guerra. Tan delicada situación generó cuestionamientos acerca de si los soldados de “la vieja escuela” están capacitados técnica y moralmente para participar en las complejas misiones de paz, como señaló en su momento Geoffrey Pearson, vicepresidente de la Asociación de Naciones Unidas en Canadá: “A un soldado se le enseña a pelear y se le enseña que hay un enemigo. Pero en una misión de paz, eso no es verdad. No necesariamente se debe combatir, y la mayor parte del tiempo uno no sabe quién es el enemigo”.2 El ejército británico se vio comprometido en crímenes de guerra y tortura en Basora, Irak, en 2003, por golpear e intentar ahogar a un adolescente, además de otras denuncias por hechos similares. Soldados estadounidenses se han visto involucrados en Afganistán e Irak en maltratos y abusos a prisioneros, violaciones y asesinatos.

      Se evidencia una mayor producción de investigaciones sobre la problemática y los fundamentos que constituyen la ética militar profesional en las fuerzas militares de Estados Unidos, que pese a ser quizá la mayor fuerza militar del planeta, con un alto índice de gestión del conocimiento y capacidad tecnológica, afronta importantes dificultades a la hora de conceptualizar, articular y promover la ética entre sus miembros, a fin de garantizar que se conduzcan correctamente sin faltar a sus obligaciones morales en cualquier misión que les sea encomendada o circunstancia en la que se encuentren. Además de los problemas derivados de las nuevas misiones y procedimientos operacionales que abordaremos en el capítulo 2 junto a la doctrina, existen verdaderos dilemas que no han sido resueltos, pues no se ha precisado dónde reside el problema. A propósito de los hechos ocurridos a comienzos de 2010 en el distrito de Maywand en Afganistán —miembros de un pelotón asesinaron con premeditación al menos a tres civiles, haciéndolos pasar por talibanes armados; el grupo de los implicados fue conocido como el Kill Team—, en declaraciones públicas hechas por el Ejército en un comunicado de prensa, se evidencia la perplejidad producida por estos hechos.

      El Ejército perseguirá implacablemente la verdad, nos lleve donde nos lleve, tanto dentro como fuera de los tribunales, por muy desagradable que pueda resultar, por mucho que se tarde en descubrir. Como Ejército, nos preocupa que un soldado pierda su “norte moral”, como ha dicho un soldado durante su juicio.Haremos siempre todo lo que haya que hacer, como institución, para comprender cómo ha pasado, por qué ha pasado y qué tenemos que hacer para evitar que vuelva a pasar.3

      Esta declaración es congruente con las investigaciones realizadas recientemente, orientadas a averiguar qué causa que los soldados pierdan su brújula moral, dónde residen los condicionamientos y las determinaciones: ¿en la perversidad humana?, ¿en una deficiencia en la educación militar?, ¿en el código de ética?, ¿en las prácticas institucionales?, ¿en el estilo de liderazgo?, ¿en el lenguaje empleado?, ¿en el entorno?, ¿en la incapacidad de adaptación? La primera constatación es que tanto la noción de ética militar como los conceptos relevantes y su empleo han cambiado considerablemente; atrás ha quedado el ejército autárquico al que, en cuanto sistema cerrado, estas acepciones correspondían. Los ejércitos postmodernos, por cuenta de las vertiginosas transformaciones del entorno, se enfrentan a desafíos sin precedentes para los cuales su sistema de valores, su ética, no tiene respuestas. En atención a ello, algunos ejércitos occidentales, como el canadiense y el australiano, han planteado un marco de referencia que tiene por objeto clarificar, ordenar y sistematizar el gran número de conceptos dispersos y ambiguos dentro de las dimensiones con las que la institución militar se relaciona, que además de relevantes son constitutivas de la ética militar institucional y la moralidad de los soldados. Por otro lado, el Ejército de Estados Unidos reconoce la ausencia y la necesidad de dicho marco de referencia. Clark C. Barrett puntualiza:

      La profesión de soldado en el Ejército estadounidense carece de un marco ético institucional, así como de medios de autocontrol entre iguales. Los marcos de actuación del ejército tal vez contengan una ética militar implícita, pero esta nunca queda explícita.4

      De la misma manera, Don M. Snider, Paul Oh y Kevin Toner identifican esta deficiencia en un trabajo del Instituto de Estudios Estratégicos del Ejército de Estados Unidos:

      El propósito de esta monografía consiste pues en ofrecer un marco en el cual académicos y profesionales puedan debatir los diversos aspectos de la ética castrense. Tal debate resulta especialmente complicado, porque carecemos de modelos y lenguajes comunes para iniciar el diálogo. La doctrina castrense actual y las investigaciones académicas relacionadas no aportan ninguna herramienta que permita abordar la cuestión ética, tampoco analizan cómo dicha ética se va adaptando a los cambios culturales de la sociedad, a la evolución de los conflictos armados o de otras crisis externas.5

      Creemos que el hecho de que existan deficiencias tan notables en la ética miliar profesional de los más importantes ejércitos occidentales constituye una fragilidad que precondiciona la ocurrencia de transgresiones morales como las que hemos registrado.

      Entre tanto, en el marco de la Unión Europea —que, si bien es cierto no dispone de un ejército común, cuenta con instancias dedicadas a indagar sobre ética militar y temas conexos, como la Sociedad Internacional de Ética Militar en Europa (EuroISME)— se ha planteado si en Europa existe una ética militar o si es poco relevante la indagación al respecto, en la medida en que son los Estados, la OTAN y la ONU quienes tienen la potestad de declarar una guerra o intervención armada. En este caso, se trataría más bien de la ética militar de la OTAN o de la ONU o de un conglomerado de naciones; sin embargo, como reflexión prospectiva, Henry Hude anticipa las dificultades a las que se puede enfrentar una ética militar europea postmoderna, asumiendo que deba incorporar la ideología y los valores liberales postmodernos característicos del contexto:

      Desde un punto de vista moral, puede plantearse en qué medida hay lugar para una ética en una ideología liberal postmoderna que conduce el individualismo y la admisión de la arbitrariedad subjetiva hasta límites extremos. Se diga lo que se diga, es bastante improbable que una imparcialidad tolerante y escéptica pueda fundar por sí misma una ética. Sin duda, esa orientación emerge (como ya se ha observado) de una intención moral y por razones políticas (antitotalitarias), cuya trascendencia moral no debe subestimarse. En realidad, en un mundo totalitario, o sin libertad responsable, no hay ni bien ni mal, en el sentido moral de la palabra. Pero el Occidente postmoderno solo está huyendo del Caribis del totalitarismo para lanzarse en el Escila del relativismo y en una política en la que la hipertrofia de lo privado corre un alto riesgo de reorientarnos hacia un estado natural de tipo más o menos hobbesiano —no ha encontrado una mejor garantía de moralidad ni de libertad—. Conviene reiterar que si la ética liberal postmoderna conserva un carácter verdaderamente ético, ello se debe a la permanencia en el seno de las sociedades europeas de tradiciones modernas y premodernas que continúan siendo marcos culturales y referencias implícitas, dentro de y en función de los que siguen interpretándose implícitamente las concepciones del escepticismo y del relativismo postmodernos.6

      No hemos considerado el planteamiento de Hude porque lo compartamos, sino porque es útil para hacer notar cómo la ausencia de experiencias y doctrina en su análisis conduce equivocadamente a considerar la postmodernidad como un escenario en el que se promueven valores e ideologías tendenciosas desde un centro de poder y racionalidad al cual es posible resistirse, y no como un contexto que impone condicionamientos y determinaciones, peligros y amenazas ante los cuales se debe dar respuestas militares adecuadas. Evidentemente, esta última postura es la que aquí se defiende, documentando las experiencias operacionales y los cambios doctrinarios presentados en los ejércitos en la postmodernidad. Hude acierta al mostrarse escéptico acerca de la posibilidad de construir o articular una ética militar europea que se ajuste a la retórica y lógica postmodernas, pero pasa por alto que el verdadero problema —como reconocen los académicos estadounidenses— es la ausencia de un marco de referencia común, que tenga aplicación simultánea en cada ejército y dentro del sistema de seguridad colectiva.

      Es momento de citar los trabajos que en rigor pueden ser considerados antecedentes para nuestra investigación; se trata de algunos estudios que reconocen el problema de la localización de las obligaciones morales en el marco de la ética militar profesional y el sinnúmero de elementos


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