El misterio de Riddlesdale Lodge. Дороти Ли Сэйерс
DE D. – (Vagamente). Pues… a dar una vuelta.
EL CORONER. – ¿No oyó usted el disparo?
DUQUE DE D. – No.
EL CORONER. – ¿Se alejó usted mucho de la puerta del invernadero y del bosquecillo?
DUQUE DE D. – Pues… sí, debía de hallarme bastante lejos. Tal vez por eso no oyera el disparo. Eso tiene que haber sido.
EL CORONER. – ¿Estaría usted a quinientos metros de allí?
DUQUE DE D. – Posiblemente… Quizá más.
EL CORONER. – ¿A más de quinientos metros?
DUQUE DE D. – Pues sí. Como hacía frío, anduve de prisa.
EL CORONER. – ¿En qué dirección?
DUQUE DE D. – (Con visible vacilación). Hacia la parte trasera de la casa, en dirección a la pradera.
EL CORONER. – ¿A la pradera?
DUQUE DE D. – (Con más seguridad). Sí.
EL CORONER. – Pero si usted se hallaba a más de quinientos metros, habría salido del parque, ¿no?
DUQUE DE D. – Pues… ¡oh, sí!.., creo que sí. Di algunos pasos por la landa, ¿comprende?
EL CORONER. – ¿Puede usted enseñarnos la carta que recibió de míster Freeborn?
DUQUE DE D. – ¡Oh, claro que sí!.., si la encuentro. Creí que la había metido en mi bolsillo, pero no la encontré cuando quise enseñársela a ese individuo de Scotland Yard.
EL CORONER. – ¿La destruiría usted accidentalmente?
DUQUE DE D. – No… Estoy seguro de que la puse aquí… ¡Oh!.. (En este momento el testigo se detuvo, todo confundido, y enrojeció). Ahora recuerdo. La rompí.
EL CORONER. – Es una mala suerte. ¿Cómo fue eso?
DUQUE DE D. – Lo había olvidado. Lo he recordado ahora mismo. Temo que haya desaparecido por las buenas.
EL CORONER. – ¿Conserva, tal vez, el sobre?
El testigo negó con la cabeza.
EL CORONER. – Entonces, ¿no puede presentar al jurado ninguna prueba de haberla recibido?
DUQUE DE D. – No, a menos que Fleming la recuerde.
EL CORONER. – ¡Ah, sí! Sin duda tendremos ahí un medio de comprobarlo. Agradecido, su gracia… Llamad a lady Mary Wimsey.
La noble dama, que era, hasta la trágica madrugada del día 14 de octubre, la prometida del muerto, levantó un murmullo de simpatía a su aparición. Rubia y esbelta, con sus mejillas, corrientemente rosadas, ahora de color ceniza, parecía la imagen del dolor. Iba vestida completamente de negro e hizo su declaración en un tono de voz tan bajo que, a veces, era casi inaudible[4].
Después de haberle expresado su condolencia, el coroner le preguntó.
EL CORONER. – ¿Cuánto tiempo llevaba prometida al difunto?
TESTIGO. – Ocho meses aproximadamente.
EL CORONER. – ¿Dónde le conoció usted por primera vez?
TESTIGO. – En Londres, en casa de mi cuñada.
EL CORONER. – ¿En qué fecha fue eso?
TESTIGO. – Creo que fue en junio del año pasado.
EL CORONER. – ¿Era usted completamente feliz en su noviazgo?
TESTIGO. – Completamente.
EL CORONER. – Como es lógico, usted vería con mucha frecuencia al capitán Cathcart. ¿Le contó algo de su vida anterior?
TESTIGO. – No mucho. No éramos dados a hacernos confidencias. Corrientemente discutíamos sobre temas de interés común.
EL CORONER. – ¿Eran numerosos esos temas?
TESTIGO. – Pues sí.
EL CORONER. – ¿Jamás tuvo usted la impresión de que el capitán Cathcart estuviese preocupado?
TESTIGO. – En particular, no. Pero desde hacía algunos días parecía hallarse algo inquieto.
EL CORONER. – ¿Le habló de su vida en París?
TESTIGO. – Me habló de los teatros y de los lugares de diversión de allí. Conocía París muy bien. Yo estuve en París con algunos amigos en febrero de este año, cuando él estaba allí, y nos llevó por todas partes. Eso fue poco después de hacernos novios.
EL CORONER. – ¿Le habló en alguna ocasión de las casas de juego de París?
TESTIGO. – No recuerdo.
EL CORONER. – Con motivo de su matrimonio…, ¿se habló alguna vez de la cuestión económica?
TESTIGO. – No lo creo. Aún no se había fijado la fecha de la boda.
EL CORONER. – ¿Tuvo siempre aspecto de tener mucho dinero?
TESTIGO. – Es posible. Nunca me preocupé de eso.
EL CORONER. – ¿No le oyó lamentarse jamás de dificultades económicas?
TESTIGO. – Todo el mundo se lamenta de eso, ¿no cree?
EL CORONER. – ¿Era hombre de buen carácter?
TESTIGO. – Dependía. Era muy voluble. Dos días seguidos no era la misma persona.
EL CORONER. – Usted ha oído lo que ha dicho su hermano acerca de que el difunto estaba dispuesto a romper el compromiso. ¿Tenía usted idea de ello?
TESTIGO. – Ni la más ligera idea.
EL CORONER. – ¿Ve usted ahora alguna explicación a eso?
TESTIGO. – Ninguna.
EL CORONER. – ¿Tuvieron algún disgusto?
TESTIGO. – No.
EL CORONER. – Según su punto de vista, el miércoles por la noche aún se hallaba prometida con el difunto y contaba con casarse pronto, ¿no es cierto?
TESTIGO. – Sí. Sí, claro que sí.
EL CORONER. – ¿No era…, perdóneme esta pregunta que ha de serle dolorosa…, no era hombre capaz de poner fin a su vida?
TESTIGO. – ¡Oh, nunca pensé!.. Bueno, no lo sé… Supongo que hubiera podido matarse. Eso lo explicaría todo, ¿no es verdad?
EL CORONER. – Ahora, lady Mary…, por favor, no se ponga nerviosa y tómese todo el tiempo que crea conveniente… ¿Quiere usted contarnos con exactitud lo que vio y oyó el miércoles durante la noche y el jueves de madrugada?
TESTIGO. – Hacia las nueve y media subí a acostarme, acompañada de mistress Pettigrew-Robinson y mistress Marchbansks, dejando a todos los hombres abajo. Di las buenas noches a Denis, que parecía completamente normal. No me hallaba abajo cuando llegó el correo. Me fui a mi dormitorio en seguida. Mi dormitorio se halla en la parte de atrás de la casa. Alrededor de las diez oí subir a míster Pettigrew-Robinson. Este matrimonio dormía en la habitación junto a la mía. Algunos de los hombres subieron con él. No oí subir a mi hermano. Aproximadamente a las diez y cuarto oí a dos hombres hablando en voz alta en el pasillo, y luego oí a alguien bajar corriendo la escalera y cerrar la puerta de un golpazo. En seguida oí pasos en el pasillo y, finalmente, a mi hermano cerrar la puerta de su dormitorio. A continuación, me acosté.
EL CORONER. – ¿No inquirió usted la causa de este disturbio?
TESTIGO. – (Indiferente). Pensé que sería algo relacionado con los perros.
EL CORONER. – ¿Qué sucedió después?
TESTIGO. – Me desperté a las tres.
EL CORONER. – ¿Qué le despertó?
TESTIGO.
4
De la información periodística, no de la de míster Parker.