Historia de la decadencia de España. Cánovas del Castillo Antonio
dentro de una labor intelectual que á la vez comprendía todos los problemas de la nacionalidad española, con los antecedentes de su historia y las previsiones del porvenir, y todos los problemas que la ciencia, la política, el derecho y la evolución continua y acelerada de toda la sociedad humana contemporánea sin cesar pone sobre el tapete y somete á la resolución de los grandes pensadores y de los grandes estadistas» (pág. 63). «Por encima de toda otra condición de las que presumía ó que le caracterizaba en la generalidad de sus aptitudes, descuella en la Biblioteca de Cánovas, la del gran estadista: de tal manera que en nuestra historia no ha existido otra con que compararla que la que en el siglo XVII formó el Conde Duque de Olivares, con cuya grandeza de concepción y de miras, Cánovas del Castillo tuvo muchos puntos de semejanza» (página 67). «El palenque de la historia parecía la tribuna principal de Cánovas del Castillo. Y, en efecto, ¿cuál puede tener mayor importancia para un verdadero estadista? El camino que incesantemente trilla esta ciencia basta para imponer de las evoluciones y de las reformas del derecho, sobre todo en nuestro tiempo, en que las imposiciones de la vida internacional, en la creciente y estrecha oleada de las relaciones de los pueblos entre sí crea las inevitables exigencias de la equiparación legal entre todas las gentes, ejerciendo una influencia también ineludible en las legislaciones locales de todos los Estados. Pero en los pueblos de larga existencia histórica, la ciencia principal del hombre de Estado la constituye el más perfecto conocimiento de la historia de la nación que ha de regir, y en la cual, por encima de todos esos cosmopolitismos, la unidad invariable de todas las condiciones éticas y etnográficas, la perpetua imperturbabilidad de las vecindades con que ha de convivir, las tendencias no menos invariables á influirse mutuamente, ya en el sentido de la atracción, ya en el de la hostilidad más ó menos encubierta, establece una multitud de hechos que, aunque en sus caracteres exteriores ó circunstanciales puedan cambiar, en el fondo responden siempre á la unidad fundamental de estas tendencias» (pág. 72). «Nadie, como Cánovas, llegó á reunir tantas piezas marcadas de nuestra bibliografía histórica, de esas que han escapado á nuestras grandes Bibliotecas públicas, unas por ser rarísimas en extremo, otras por no haber llegado jamás á los umbrales de nuestra nación peninsular, por haber sido publicadas ya en lejanos y para siempre perdidos dominios españoles, ya por haber sido fruto de literaturas extranjeras y escritas en impugnación de derechos é intereses de España, y que, en suma, no arribaron á ella jamás. De estos peregrinos papeles, folletos y libros, la Biblioteca de Cánovas logró reunir un número extraordinario, cuya importancia se necesita poseer una gran cultura histórica y política para saber avalorar bien. No era que Cánovas se propusiera en su admirable colección histórica llegar á reunir, por reunir, todo lo que dijera á la historia general de la patria, ni al capricho de atesorar aquella catalogación que solo á fuerza de constancia puede llegar á perfeccionar un establecimiento perpetuo del Estado, como la Real Academia de la Historia ó la Biblioteca Nacional. En la adquisición de todos estos verdaderos tesoros de la Bibliografía histórica de España, predominaba en Cánovas, como en todo su inclinación á las materias de Estado, porque en aquellos libros, folletos y papeles, publicados en Roma, en París, en Viena, en Amsterdam, en Colonia, en Milán, en Turín, en Nápoles y Venecia, en Bruselas y Amberes, estaban representados cuantos hechos formaban el conjunto de nuestra historia en el tiempo en que España, en el supremo grado de la supremacía política de Europa, fué el árbitro de los destinos del mundo; y aunque él pensaba, como en varias de sus obras no se cansó de repetir, que nunca más se producirían circunstancias semejantes á las que confluyeron en los Estados de nuestra Península al declinar el siglo xv y durante los dos siguientes, los hombres que con sus armas, su gobierno y su política mantuvieron aquel emporio de grandeza por tan dilatado espacio de tiempo, esos hombres siempre permanecen vivos en el espíritu de nuestra raza, y aunque hubieran caído fatigados por sus propios esfuerzos y acosados por la conflagración universal contra ellos, en la postración y decadencia que desgraciadamente todavía nos debilita,
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