La alhambra; leyendas árabes. Fernández y González Manuel
contra las riberas de Africa?
– Sí.
– ¿Y ningun daño nos parará, poderoso señor?
– Ninguno; pero atended lo que os voy á decir.
Creció el silencio entre los caballeros.
– Os permito una algarada de sol á sol contra las fronteras de Córdoba, Jaen, y Murcia, y contra la ribera opuesta de Africa frente á nosotros. Una algarada de sol á sol y nada mas. ¿Me entendeis bien?
– Sí, sí, poderoso señor.
– Pero entended mejor lo que os voy á decir: dentro de ocho dias me habeis de entregar en Granada treinta mil cautivos.
– ¡Treinta mil cautivos! esclamaron con asombro los caballeros moros.
– Sí, treinta mil cautivos, dijo el rey: uno para cada almena.
– ¿Pero dónde encontraremos tantos cautivos, poderoso señor?
– Buscadlos; y… al campo vuestras banderas; á la mar vuestras fustas: pasados ocho soles, me habeis de entregar en Granada treinta mil cautivos, uno para cada almena.
Y el rey despidió á sus caballeros y se volvió á su castillo.
– ¡Treinta mil cautivos! decian poco despues aquellos feroces guerreros galopando por los caminos en busca de sus villas y alquerías.
– ¡Uno para cada almena! murmuraban otros pensativos.
– ¿Qué pretenderá hacer el rey Nazar? añadian todos.
XVI
UNO PARA CADA CAUTIVO
Maravilláronse los sabios y aturdiéronse los ignorantes con la estraña resolucion del rey Nazar.
¿Para qué queria aquellos treinta mil esclavos?
¿Qué treinta mil almenas eran aquellas de que habia hablado?
No se murmuraba de otra cosa en la córte.
Pero creció la maravilla cuando el rey llamó á ciertos oficiales que se ocupaban en labrar piedras, y encerrado con ellos en su castillo, les dijo:
– Yo tengo en la sierra canteras de preciosos mármoles: mio es el blanco y brillante, que al marfil semeja: mia la serpentina verde como la esmeralda: mio el granito rojo, verde y azul, y el manchado, que imita á la piel del tigre: ¿cuánto me dareis si os dejo sacar mármoles por dos años de esas canteras?
– Te daremos diez mil doblas marroquíes, señor, dijo el principal de aquellos menestrales.
Movió el rey la cabeza.
– Te daremos veinte mil doblas marroquíes.
Repitió el rey su movimiento negativo.
– Te daremos treinta mil doblas marroquíes.
– Dadme treinta mil morteros de granito negro, dijo el rey, uno para cada cautivo.
– ¡Ah! señor, ¿y con qué compraremos el granito?
– Tomadle de mis canteras.
– ¿Y cómo traeremos tanto mortero?
– Dejadlos al pie de las canteras.
– ¿Y en cuánto tiempo, señor, hemos de arrancar el granito y labrarlo?
– En quince soles.
– ¡Ah, poderoso señor! ¡tú quieres que hagamos maravillas!
– Vuestro es el mármol de todo género que podais arrancar durante dos años de mis canteras: pero habeis de entregarme dentro de quince soles treinta mil morteros de granito negro con su maza, uno para cada esclavo.
Consultaron algun tiempo entre sí los menestrales.
– ¿Y si dentro de los quince soles nos faltase algun número de morteros, señor?
– Entonces perdereis los que hallais fabricado y no os daré nada.
Volvieron á consultar entre sí los mecánicos.
– Dentro de quince soles, señor, dijeron, tendrás al pie de las canteras de la sierra, treinta mil morteros con su maza.
– Sí, sí, dijo el rey: eso es, treinta mil: uno para cada cautivo.
Los menestrales salieron maravillados:
– ¿Para qué querrá el rey, se decian, treinta mil morteros?
XVII
¡EL REY NAZAR SE HA VUELTO LOCO!
Uno de los que mas se maravillaban y mas recelosos andaban con la determinacion del rey Nazar, era el mismo que le habia metido en la tentacion de construir el Palacio-de-Rubíes.
Yshac-el-Rumi.
Aquel estraño viejo daba en vano vueltas á su imaginacion para adivinar los proyectos del rey.
El destino que queria dar á aquellos treinta mil esclavos y el objeto á que destinaba aquellos treinta mil morteros, eran dos acertijos.
Sin embargo, aquellos dos acertijos, como veremos mas adelante, eran de muy facil resolucion.
A pesar de la facilidad de esta resolucion, Yshac-el-Rumi no daba con ella.
Lo que demostraba que tenia mas de charlatan que de astrólogo.
Sin embargo, Yshac-el-Rumi, como veremos mas adelante no era un hombre malo.
Se habia propuesto motivar un gran acto de justicia, y para ello se habia valido como medio de lo maravilloso, porque sabia demasiado lo dados que eran á la supersticion los musulmanes.
Y cuando decimos los musulmanes, como separando de ellos á Yshac-el-Rumi, parece que decimos que Yshac no era musulman.
En efecto, no lo era originariamente: su mismo sobrenombre de Rumi lo decia33.
Si ahora os contáramos la historia de Yshac-el-Rumi, perderia gran parte de su interés nuestro relato.
Básteos saber que Yshac-el-Rumi no era astrólogo mas que en la charla, que el cuento del rey Aben-Habuz habia sido una invencion suya para maravillar al rey, que el encantado alcázar de Rubíes era una mentira, y que los hermosos planos, dibujos y vistas que habia mostrado al rey y que tanto le habian encantado, los habia comprado á un alarife africano que habia muerto en la miseria, sin lograr que ningun emir de oriente quisiese gastar sus tesoros en la construccion de aquel magnífico alcázar con el cual habia soñado veinte años de su vida, invertidos en la composicion, distribucion, trazas y adornos que estaban demostrados en los pergaminos.
El alarife moribundo, vendió á Yshac-el-Rumi aquellos planos, dibujos y trazas mediante á una estraña condicion, fundada en una historia de amores y desgracias, y por algunos dirahmes de plata con los cuales debia ser comprada una sepultura de piedra.
El alarife habia entregado todos los sueños de su vida á Yshac-el-Rumi, á trueque de una estrecha vivienda donde dormir por toda una eternidad.
Además, el alarife habia entregado á Yshac-el-Rumi una muger y una niña.
La muger era hermosísima, la niña daba señales de serlo.
Fiel Yshac á su juramento, habia embalsamado y puesto en su lecho de piedra al africano: se habia consagrado á aquella niña y á aquella muger, y estaba á punto de realizar los sueños del difunto.
El rey Nazar conocia á la niña.
El príncipe Mohammet la amaba.
Porque aquella niña era Bekralbayda.
El alcázar maravilloso iba á construirse.
Pero no podia Yshac-el-Rumi sacar en claro para qué queria el rey Nazar aquellos treinta mil cautivos y aquellos treinta mil morteros.
Y no era solo Yshac-el-Rumi el que andaba pensativo y confuso por aquel misterio: llegó á interesarse en él todo el reino.
Porque
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