La alhambra; leyendas árabes. Fernández y González Manuel

La alhambra; leyendas árabes - Fernández y González Manuel


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cautivos, custodiados por sus seis mil esclavos negros, rodeó por fuera de los muros, llegó al lecho del rio Darro, y siguió por su corriente arriba.

      Siguiéronle la córte, los esclavos y los cautivos.

      El rey atravesó la ciudad, se metió por las angosturas del rio, y siguió adelante.

      – ¿A dónde irá el rey? se preguntaban los señores de su córte.

      Pero el rey seguia caminando en silencio y aguijando su caballo, siempre contra la corriente del rio.

      El rey avanzaba, el sol habia llegado á su mayor altura, y el rey seguia aguijando á su caballo.

      Habian quedado atrás los frondosos cármenes y las alegres alquerías, y empezaron á marchar por las anchas ramblas de la montaña, cerca del nacimiento del rio.

      Al fin el rey dejó el lecho del rio, y trepó por el repecho de una colina deprimida y estrechísima.

      En la cumbre de ella se detuvo.

      – ¡Mi buen alarife Kathan-ebn-Kaleb! dijo el rey Nazar dirigiéndose á un anciano que iba entre su córte.

      – ¿Qué me mandas, poderoso señor?

      – ¿Ves aquellos pinares que sombrean la sierra?

      – Los veo, señor.

      – ¿Ves esas piedras que se amontonan sobre el lecho del rio?

      – Sí señor.

      – Pues bien, derroca esos pinos, levanta esas piedras, y haz aquí el aduar de los cautivos.

      Despues revolviendo su caballo, gritó:

      – ¡Ah del alcaide de mi guardia negra!

      Adelantó un africano atlético.

      – Te dejo seis mil soldados: guarda con ellos mis cautivos, y ten presente, que si te falta uno solo de los treinta mil que te entrego, te corto la cabeza: ahora mis buenos amigos á Granada.

      Y solo con su córte se volvió al Albaicin.

      – No hay duda, decian los wazires y los sabios en vista de todo aquello: el buen rey Nazar se ha vuelto loco.

      Se levantó una ciudad rústica en la colina que habia señalado el rey por aduar de sus cautivos.

      Los pinos habian sido derrocados de la montaña, y las piedras alzadas del lecho del rio.

      La poblacion habia sido dividida en cuarteles.

      Al frente de cada cuartel habia un alcaide encargado de vigilar á los cautivos y de cuidar que trabajasen.

      En solo cuatro dias el aduar habia sido levantado.

      Los cautivos ya no tenian nada que hacer, y sus guardianes se preguntaban:

      – ¿Querrá el rey levantar en estas solitarias breñas una ciudad?

      Y volvian á recaer en la opinion de que el rey se habia vuelto loco.

      Se acercaba el dia que el rey Nazar habia fijado á los mecánicos para que tuviesen concluidos los treinta mil morteros de granito negro con su maza.

      Dos dias antes, el rey Nazar convocó su córte, salió con ella de su palacio del Gallo de viento, y tomó el camino de la sierra.

      Al llegar á Dar-al-Huet38, encontraron los que le acompañaban escuadronados sobre una loma los treinta mil cautivos custodiados por seis mil esclavos negros de la guardia del rey Nazar.

      A una señal del rey la guardia y los cautivos siguieron tras de la córte, y caminaron hasta que llegaron á unos altísimos barrancos, sobre los cuales brillaba el sol en cortados mármoles de mil colores distintos: aquellas eran las ricas canteras de la sierra, las canteras del rey Nazar: una maravilla de la mano de Dios.

      Aquellos lugares, famosos hoy por sus mármoles, se llaman el barranco de San Juan.

      Muchos de los que iban con el rey no habian visto aquel prodigio, y les maravilló su hermosura. Pero lo que mas les maravilló, fué ver en el fondo del barranco una interminable sucesion de filas de morteros de granito negro con su maza.

      Los canteros, los menestrales, orgullosos con su gigantesca obra, salian á recibir al rey Nazar tocando sus dulzainas y atabalejos, como celebrando una gran fiesta.

      – ¿Están los treinta mil? preguntó con anhelo el rey.

      – Sí señor, contestó el que hacia de cabeza de los mecánicos: sin faltar ni sobrar uno.

      El rey mandó que cada cautivo tomase sobre sus hombros un mortero, y se notó que solo quedaba un mortero, cuando llegó el último cautivo.

      Cuando al dia siguiente entró el rey en Granada con aquella estraña procesion, todos se confirmaron en que habia perdido el juicio.

      – ¿A no ser, decian algunos, que quiera moler á todos sus vasallos?

      Pero cuando los curiosos vieron algunos dias despues que á lo largo del rio Darro, desde Granada hasta su nacimiento, se estendian los treinta mil cautivos machacando arenas sacadas del rio hasta reducirlas á polvo; cuando vieron que lavadas aquellas arenas dejaban en el fondo de los morteros partículas de oro; cuando supieron que el oro obtenido por este medio por cada esclavo, ascendia al valor de mas de una dobla, entonces el desprecio se trocó en admiracion, y todos, chicos y grandes, esclamaron:

      – ¡El rey Nazar es un sabio!

      XIX

      EL SURCO DEL REY NAZAR

      Y tenian razon.

      El rey Nazar habia podido muy bien, para proporcionarse tesoros, oprimir á sus vasallos con impuestos; pero el rey Nazar sabia muy bien que los pueblos oprimidos suelen acabar por hacer pedazos á la mano que los oprime.

      El rey Nazar sabia esto porque habia estudiado la historia de los tiempos y conocido las catástrofes causadas por los tiranos.

      Además de esto, el rey Nazar queria ser amado por sus súbditos, y un rey para ser amado, necesita ser el padre de su pueblo, no su verdugo.

      Habia preferido, pues, arrancar sus tesoros á la tierra de promision de que era rey.

      Leyendo en una ocasion un antiguo libro romano, habia encontrado la manera de sacar el oro y la plata de las arenas de los rios.

      El Darro era abundantísimo de oro, y el rey recurrió á él.

      Hubiera podido tambien, estremando la tiranía, haber obligado á sus vasallos á aquel áspero trabajo de machacar arena durísima.

      El rey prefirió que aquel rudísimo trabajo cayese sobre cautivos tomados en la tierra de sus enemigos.

      Así es, que ningun sacrificio costaban los tesoros del rey Nazar á los naturales del reino de Granada.

      Era, pues, un rey bueno y sabio.

      Es verdad que las correrías de sus caballeros sobre las fronteras de los reyes con quien tenia ajustadas paces, produjeron algunas enérgicas embajadas; pero el rey Nazar contestó que no estaba en su mano el evitar aquellos sucesos, que en otras ocasiones los cristianos fronterizos hacian lo mismo con los moros, y despues de muchas idas y venidas no se volvió á hablar mas del asunto; los tratados de paz continuaron en su fuerza y vigor, y los cautivos machacando arena en las márgenes del Darro.

      El rey Nazar era un gran rey.

      Pero se preguntaban los que diariamente iban á ver trabajar á los cautivos:

      – ¿En qué empleará el rey Nazar tanto oro?

      Porque todos sabian que el rey no era avaro, ni queria sus riquezas mas que para invertirlas de una manera útil y beneficiosa á su reino.

      Habian pasado dos meses desde el dia en que los cautivos habian empezado á estraer oro de las arenas.

      Los canteros, que por la labranza de los treinta mil morteros, habian obtenido el derecho esclusivo durante dos años á los mármoles de las canteras de la sierra, habian recibido del rey la órden


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<p>38</p>

Casa del rio; hoy casa Gallinas.