La alhambra; leyendas árabes. Fernández y González Manuel
si por acaso no pudiera ser tu esposo?
– Seria su esclava.
– ¿Quién es ese hombre á quien tanto amas? esclamó afectando un furor que no sentia el rey Nazar, como no ignoraba que el hombre á quien amaba Bekralbayda, era su hijo el príncipe Mohammet.
– El hombre á quien amo… es un mancebo humilde… pobre… pero yo le amo así… y no le cambiaria por todos los sultanes de la tierra…
– ¿Qué, amas así á?..
El rey Nazar se detuvo; iba á decir, ¡á mi hijo!
– Quítame, señor, dijo la jóven, estas galas de sultana, estas alhajas; no me dés para vivir este rico alcázar; no me saques de la condicion de esclava: déjame sola, pobre con mi amor, y te bendeciré.
– Tú serás sultana, dijo el rey Nazar.
– ¡Ah señor! ¡ten compasion de mí!
– Tú serás sultana, repitió el rey Nazar y salió.
Bekralbayda quedó anonadada.
En tanto el rey murmuraba saliendo:
– Es digna de mi hijo: digna de la corona de Granada: sultana será y sultan mi hijo… ¡pero esa hija perdida de Wadah!.. ¡ese misterio! ¡si Allah me ayuda, ese misterio ha de aclararse ante mis ojos!.. y si fuera… ¡ah! ¡si fuera ella!.. ¡si Bekralbayda fuera esa hija!
El rey Nazar se perdió poco despues entre los trabajadores del alcázar.
II
LA MEJOR NOCHE DEL REY NAZAR
El rey se encaminó á la tienda que desde que principiaron las obras se habia levantado para él en la Colina Roja.
Entró en ella, arrojóse en un divan, y quedó profundamente pensativo.
– Desde el momento en que descubrí, murmuraba, que mi hijo era el amante de Bekralbayda, el horror que me inspiró el solo pensamiento de robar á mi hijo su amante, me curó de todo punto del amor que tenia hácia ella. Es verdad que la he enamorado, que he pretendido probar si es digna de ser sultana de Granada… y ha respondido á la prueba: ahora la amo como si fuera mi hija; y despues que he sabido que es madre… ¡oh! el amor de otro nuevo hijo de mi sangre… de un descendiente de mi raza, que será como ella hermoso, y valiente y gallardo como él, porque será un príncipe, Dios me favorece: pero esa revelacion de Bekralbayda… ¡lo que ha vuelto loca á la sultana Wadah, es la pérdida de una hija!.. una muger vé mejor que un hombre en el alma de otra muger: ella no se engaña: yo recuerdo… el dia en que desapareció de mi lado Leila-Radhyah, se encontraron en sus habitaciones manchas de sangre: aquel mismo dia desapareció uno de mis esclavos y Wadah se volvió de repente loca: desde entonces han pasado diez y siete años… la edad de Bekralbayda… Yshac-el-Rumi es un hombre misterioso. De una manera misteriosa me ha entregado á Bekralbayda… ese hombre á quien he hecho seguir, ha sido visto alguna vez en los cármenes del Darro acompañado de una muger… ¡oh! ¡esta misma noche! sí… sí… ¡esta misma noche!
El rey esperó con impaciencia á que el sol traspusiese: se fué como de costumbre á su palacio de la torre del Gallo de viento, y exhaló un suspiro cuando vió el reflejo de la luz en las ventanas de la torre donde continuaba preso el príncipe Mohammet.
Luego entró en su cámara, comió como de costumbre, se quitó la corona y las vestiduras reales, púsose unos vestidos cortos y sencillos, se rebozó en un albornoz, y salió de su palacio por una puerta escusada y solo.
La noche era oscura: el rey, embozado en su alquicel negro, se deslizó como una sombra junto á los muros de la alcazaba Cadima, llegó al barrio del Hajeriz, descendiendo por sus pendientes calles, llegó al valle donde corre el Darro y siguiendo su corriente arriba, se metió por las angosturas.
Muy pronto llegó á la casita del remanso.
– Aquí es: este me han dicho es el sitio donde Yshac-el-Rumi desaparece por la entrada de una cueva y vuelve á aparecer allá arriba sobre las cortaduras, acompañado de una muger enlutada como él; es necesario buscar la entrada de esa cueva: frente á la casa del remanso me han dicho que tiene la entrada: pero la noche es demasiado oscura… no importa, Dios me guiará; Dios que conoce el pensamiento que me trae aquí.
En efecto, el rey encontró despues de algun tiempo la entrada de la cueva que buscaba.
Pero al penetrar por ella oyó un sordo ruido; el batir de las alas de un pájaro que pasó junto á él rozándole el rostro con las estremidades de las plumas.
El rey se detuvo y se estremeció:
– ¡El buho! ¡siempre ese pájaro maldito que me persigue! pero no importa, añadió sobreponiéndose á su terror: el Altísimo y único, el amparador de quien le confiesa y le adora me ayudará.
Y penetró resueltamente en la cueva.
Al entrar en ella, vió á sus pies como en el fondo de una sima, una línea de luz como la que puede verse un momento á través de una puerta que se cierra.
– ¡Oh! esclamó el rey, aquí moran séres humanos. He visto cerrarse allá abajo una puerta, y he creido escuchar despues los pasos de la persona que ha cerrado esa puerta que se alejaban. ¡Oh, señor, fuerte y misericordioso! ¡ampárame!
Y el rey Nazar palpó, encontró la entrada de una estrecha comunicacion subterránea, y al poner el pié en ella, notó que el piso era pendiente y resvaladizo.
El rey Nazar se asió á las escabrosidades naturales de uno de los costados de aquel pasage tenebroso, y descendió ayudando con las manos, que se asian fuertemente á la roca, á los pies que resvalaban sobre la pendiente.
Al fin, despues de haber descendido algun espacio, tropezó con la roca áspera y cortada que le cerraba el paso.
El rey Nazar palpó: la escavacion ó el seno terminaba allí: no tenia continuacion.
– Aquí debe haber una puerta oculta, dijo el rey; yo he visto cerrarse esa puerta. Pues bien, suceda lo que quiera, no he de retroceder.
Y desnudando su puñal dió un fuerte golpe con su pomo sobre una piedra saliente que estaba incrustada en la roca.
Pero en vez de sonar como piedra al toque del rey Nazar, respondió un sonido vibrante, metálico como el de una campana.
– ¡Oh poderoso señor! esclamó el rey, ó aquí hay encantamento, ó he dado por acaso en un lugar que sirve para llamar á los que conocen el secreto: encantamento ó realidad preparémonos.
Y el rey se desprendió rápidamente parte de la toca blanca que ceñía su cabeza, y la cruzó sobre su rostro, no dejando mas que un estrecho resquicio para su ojo derecho.
Acababa el rey de encubrirse, cuando resonaron leves y casi perdidos al otro lado de la roca, pasos de muger: oyóse luego un rechinamiento áspero, como el del hierro sobre la piedra, brilló entre la oscuridad una línea de luz, y se abrió una puerta.
Delante del rey Nazar, con sus flotantes cabellos negros, sus ojos, su mirada profunda y melancólica, y su ancha y suelta túnica de lana, estaba la Dama blanca con una lámpara en la mano.
El rey se estremeció: contuvo un grito y un movimiento, y permaneció inmóvil.
– ¿A quién buscas? dijo la Dama blanca.
– A tí, contestó el rey con acento conmovido y alterado.
– ¿Quién te envia?
Detúvose un momento el rey, y meditando que acaso aquella muger no conocia otra persona que al astrólogo, contestó.
– Me envia el sábio Yshac-el-Rumi.
– Ven conmigo, dijo la Dama blanca.
Y siguió adelante por una estrecha mina abierta en la roca.
Poco despues llegaron á una puerta forrada de hierro, que empujó la dama, y al fin se encontró con ella el rey Nazar en la misma cámara blanca y dorada, donde