Plick y Plock. Эжен Сю
es verdad; escucha…
Y dijo dos palabras al oído de Zeli. Este retrocedió con aire de extrañeza, abriendo su enorme boca.
– ¡Cómo!.. ¿Usted quiere…?
– Claro que lo quiero. ¿No es una sorpresa?
– Y famosa por cierto… Voy, capitán.
Kernok subió también al puente con Melia. A su presencia se sucedieron nuevos gritos de alegría.
– ¡Hurra por el capitán Kernok, hurra por su mujer, hurra por El Gavilán!
Un cohete partió del San Pablo, que estaba al pairo a dos tiros de fusil del brick. Después de describir una curva, cayó en una lluvia de fuego.
– Capitán, ¿ha visto usted ese cohete? – dijo el segundo.
– Ya sé lo que es, valiente mío. Vamos, vamos, muchachos, haced circular el ron y la ginebra. Un vaso para mí y otro para mi mujer.
Melia quiso rehusar, pero, ¿cómo resistir a su dulce amigo?
– ¡Vivan los camaradas y los bravos hijos del capitán de El Gavilán! – dijo Kernok después de haber bebido.
– ¡Hurra! – contestó la tripulación en voz fuerte y sonora.
La orgía había llegado a su apogeo. Los marineros se habían agarrado de la mano y daban vueltas con rapidez alrededor del puente, cantando a gritos las canciones más obscenas y más crapulosas.
Bien pronto llegó el maestro Zeli con los diez hombres que Kernok había dejado antes a bordo del San Pablo.
No quedaba a bordo del navío español más que sus tripulantes atados y agarrotados sobre el puente.
– Todo está dispuesto – dijo Zeli – ; cuando el segundo cohete parta, capitán, es que la mecha…
– Está bien – dijo Kernok interrumpiéndole – . Muchachos, os he prometido una sorpresa si os portabais bien. Vuestro juicio y vuestra moderación han excedido a lo que yo esperaba; voy, pues, a recompensaros. Ya veis ese navío español: aparejado y equipado como está, vale muy bien… treinta mil piastras… ¡yo pago cuarenta mil, muchachos, yo! lo compro sobre mi parte de la presa, a fin de tener el placer de ofrecer a la tripulación de El Gavilán un castillo de fuegos artificiales con acompañamiento de música. Ya se ha dado la señal. ¡Que cada uno ocupe el sitio que le agrade más!
Y todos los tripulantes, al menos los que estaban en estado de servirse de piernas y de ojos, se agruparon en las cofas y en los obenques.
El segundo cohete había partido del San Pablo y el fuego comenzaba a desarrollarse…
Esta era la sorpresa que Kernok preparaba a su gente; había enviado al maestro Zeli a bordo del navío español, para retirar la poca pólvora que pudiese quedar, disponer las materias combustibles en la cala y en el sollado y agarrotar lo más sólidamente posible a los desgraciados españoles, que no sospechaban nada.
Era, pues, el San Pablo que ardía; la noche era negra, el aire tranquilo, el mar como un espejo.
De pronto, un humo negro y bituminoso salió por las escotillas del navío con numerosos haces de chispas.
Y un grito penetrante… espantoso… que resonó a lo lejos, salió del interior del San Pablo, porque su tripulación veía la suerte que le estaba reservada.
– Ya empieza la música – dijo Kernok.
– Desafinan endiabladamente – respondió Zeli.
Bien pronto el humo, de negro que era, se convirtió en rojo vivo y por fin cedió el sitio a una columna de llamas, que, elevándose en torbellinos de la escotilla principal, proyectó sobre las aguas un largo reflejo de color de sangre.
– ¡¡Hurra!! – gritaron los del brick.
Después, el incendio aumentó; el fuego, saliendo de las tres escotillas a la vez, se unió y se extendió como una vasta cortina de fuego, sobre la cual la armadura y el cordaje del San Pablo se dibujaban en negro.
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