Relacion historial de las misiones de indios chiquitos que en el Paraguay tienen los padres de la Compañía de Jesús. Fernández Juan Patricio
del pueblo de San Rafael, con que se espera que convertidas en breve con el favor de Dios cincuenta ó sesenta mil almas, como nos prometen las esperanzas, se les impedirá también el hacer corso por aquel río, porque los neófitos por singular privilegio de nuestros católicos reyes, pueden usar armas de fuego con que fácilmente podrán quebrantar el orgullo de estos corsarios, como sucedió en las misiones de Guaranís, á quienes no cesaron de molestar hasta que aquellos pueblos dieron una grande rota á cinco mil Mamalucos que habían pasado al último exterminio de aquella cristiandad.
CAPÍTULO VI
Aunque la fortuna de esta tempestad no deshizo esta nueva cristiandad, no obstante, la conmovió no levemente y cortó al mejor tiempo el curso próspero de nuevos aumentos, porque agostó las floridas esperanzas de acrecentar con buen número de almas la Reducción de San Francisco Xavier, y aun de fundar otras en los Penoquís, Xamarós y Quicmes, que estaban bien dispuestos para alistarse en el número de los fieles; antes bien de este accidente provino la destrucción de las dos Reducciones de Chiriguanás, aunque tan distantes y remotas del peligro.
No habló al aire aquel sabio caballero don Agustín de Arce, cuando dijo se perdía inútilmente el tiempo y el trabajo con aquella gente, y ahora lo tocaron con las manos los Misioneros, á los cuales amaban aquellos bárbaros solo por lo que sacaban de su pobreza.
Por más que hacían los Padres no querían acudir á los Divinos Oficios ni oir la doctrina cristiana, que al entrar la noche se explicaba, ni aun quisieron darles un muchacho que les ayudase en las haciendas de casa y sirviese en la iglesia y cultivase un pequeño huertecillo.
Con todo eso perseveraban los Misioneros sufriendo grandes incomodidades y trabajos que les hacía fáciles de tolerar la esperanza de coger algún fruto de paciencia, hasta que enfadados los bárbaros de tantos sermones y pláticas que les hacían se determinaron echarles del país con pretexto de que eran enviados por los Mamalucos para juntarlos y entregarlos á todos en sus manos como lo habían (según decían ellos) hecho con los Chiquitos, bien que había entre ellos muchos que de esta mentira eran testigos de vista por haber ido sirviendo á los españoles en la guerra referida.
Divulgóse esta voz por el pueblo, y fuese por malicia de ellos ó por ardid diabólico del demonio, que perdía mucho en la conversión de aquellos bárbaros, comenzó la chusma á hacer muchos maltratamientos al venerable P. Lucas Caballero y al P. Felipe Suárez, antes que con detestable atrevimiento pusiesen fuego á la iglesia, de donde por este insulto se vieron obligados á salir y pasarse á un rancho ó choza poco distante; pero ni aun aquí pudieron parar, porque los bárbaros les buscaron por todas partes armados con sus arcos y macanas, y hubiéranlos hecho pedazos si no hubiera sido porque esperaban á sus caciques que estaban no muy lejos de allí.
Viendo los nuestros que las cosas estaban de tan mal semblante, resolvieron en la oscuridad de la noche retirarse hacia Santa Cruz de la Sierra y de aquí pasar á Pari, donde se había mudado la Reducción de San Francisco Xavier.
Llegada la noticia de este suceso al P. Superior Joseph Pablo de Castañeda, sospechó prudentemente que lo mismo ó peor sucedería á la Reducción de San Ignacio, y así ordenó á los Padres que allí residían, se retirasen procurando escapar de las garras de aquellas fieras lo mejor que pudiesen, encaminándose á los Chiquitos, donde Dios Nuestro Señor quiso consolar á sus siervos con mejor logro de sus fatigas y sudores.
Por causa de las revoluciones pasadas y por lo que en adelante se podía temer, se mudó la Reducción de San Francisco Xavier desde el río de San Miguel á una llanura llamada Pari, ocho leguas distante de Santa Cruz de la Sierra, donde también se repararon algunos Piñocas y Xamarós que escaparon de las manos de los Mamalucos, con que se fabricó una Reducción bien numerosa.
Pero no obstante esta mudanza que ahora hicieron, se vieron precisados á retirarse de las cercanías de aquella ciudad por causa del gradísimo daño que suele causar á los recién convertidos á nuestra santa fe el mal ejemplo de los cristianos viejos que han nacido y vivido en ella, los cuales hacen abominable nuestra ley santa con sus escandalosos procederes; y si la profesan con las palabras la niegan con las obras, viviendo más con la libertad de infieles, que arreglados á los dictámenes cristianos de nuestra religión santísima.
Llegábase á esto el vil interés de tal cual, que degenerando de la innata piedad de sus mayores, no hacía escrúpulo de apresar ya á este, ya al otro de aquellos pobres indios cristianos y reducirlos á miserable esclavitud.
Por estos motivos, pues, hubieron los nuestros de trasplantar aquellas tiernas plantas á lugar más retirado, encomendando este negocio al cuidado del venerable P. Lucas Caballero; y aunque en tales mudanzas perecieron muchos por las incomodidades y enfermedades que les sobrevinieron, de que participaron también nuestros misioneros, no obstante, poco después volvió la Reducción á su antiguo esplendor, porque vinieron luego otros infieles que se incorporaron en ella.
La segunda Reducción que se fabricó fué la de San Rafael, distante de la otra diez y ocho días de camino hacia el Oriente, escogiendo y señalando el sitio para ella los PP. Juan Bautista de Zea y Francisco Hervás, á fines de Diciembre del año de 1696 y trayendo á ella algunos Tabicas y Taus y otros que habían ya prometido al P. Arce que abrazarían nuestra santa ley, llegaban á mil las almas, aunque la peste que hubo luego se llevó gran parte de ellos; con que á instancia de los mismos indios se volvió esta Reducción á su antiguo sitio, que era muy á propósito para el intento de los nuestros, que deseaban establecer el comercio de estas Reducciones con las de los Guaranís por el río Paraguay.
Fundaron, pues, sus casas y se poblaron á las orillas del río Guabys, que se cree desemboca en el río Paraguay.
La tercera Reducción se puso debajo del patrocinio del señor San Joseph, á instancias del piadosísimo señor marqués de Toxo, D. Juan Joseph Campero, insigne bienhechor de esta cristiandad, y se fabricó sobre un monte, por cuya falda corre un riachuelo que fecunda un gran espacio de tierra llana; fundáronla los Padres Felipe Suárez y Dionisio de Avila, que por gran tiempo fueron inseparables compañeros en sus trabajos y sudores, no teniendo muchas veces con qué acallar el hambre y reparar el cuerpo en tantas y tan largas fatigas; y así, para que oprimidos de las incomodidades no diesen con la carga en tierra, les vino no mucho después á ayudar el P. Antonio Fideli. Pero les duró poco tiempo este consuelo, porque en breve quedó postrado de tan insufribles trabajos; pues por más remedios que según la pobreza de aquellas tierras se le procuraron aplicar, nunca se pudo recobrar.
Dicho P. Fideli, como era recién venido de Europa, y hallando campo tan grande á su celo, no paraba de día ni de noche en domesticar aquellos salvajes; y mientras sus compañeros iban en busca de gentiles, él se ocupaba en limpiar á aquellos nuevos cristianos de los resabios de su vida brutal, con que se podía quizás manchar la pureza de su fe y la inocencia de nuestra religión cristiana; era su tarea cuotidiana juntar de día á los niños toda la mañana, y al entrar la noche á los adultos; para hablarles de las cosas que debían creer y obrar; acudir á todos tiempos á sus necesidades sin negarse á nada; cuidar de las almas y de los cuerpos de los enfermos, velándolos de día y de noche y dándoles sepultura después de muertos; y en tantos trabajos no tenía otra cosa con qué mantener sus fuerzas para llevar tan gran peso, que un poco de pan muy desabrido que allí se hace de unas raíces que llaman mandioca, la cual, hecha harina, se amasa y hace un pan bien malo, el cual solía acompañar con un pedazo de carne de algún animal del monte, asada, como la comen los indios, dura y desabrida, y por gran regalo alguna fruta silvestre.
Pero en medio de tan mal tratamiento, nunca daba treguas al trabajo, y esto con tal alegría de su espíritu, como si el cuerpo se mantuviese con el pasto espiritual del alma, hasta que postrada totalmente la naturaleza, no pudo volver en sí, por más medicamentos que según la posibilidad del país le procuraron aplicar sus compañeros, que le amaban tiernamente; con que no bien cumplidos dos años en estas Misiones, pasó al eterno descanso para recibir el galardón de sus apostólicas fatigas, en el mismo pueblo de San Joseph, el día 1.º de Marzo de 1702.
Pero lo que no pudo hacer en la tierra en provecho de aquella