Relacion historial de las misiones de indios chiquitos que en el Paraguay tienen los padres de la Compañía de Jesús. Fernández Juan Patricio
con el agua á la boca, y para dar ánimos á los neófitos eran los primeros en vadear los ríos ó en arrojarse por los despeñaderos más difíciles, ó en entrar en las grutas y cuevas con sobresalto y susto de estar allí escondidas las fieras ú hombres; y después de tantas fatigas y trabajos no hallaban á la noche para repararse otro regalo que algunas raíces silvestres con qué romper el ayuno, y algunos días no tenían con qué apagar la sed, sino un poco de rocío que quedaba entre las hojas de los árboles, y por cama la tierra dura, sin otro reparo contra los rigores de la noche, que la sombra de un árbol ó una estera sostenida de cuatro palos; y últimamente en continuo temor y riesgo de la vida, porque los bárbaros, asombrados con el temor, juzgaban que eran sus enemigos los Mamalucos del Brasil, vestidos de Jesuitas y por eso están siempre con la macana en la mano ó con las flechas á punto, ó si no en emboscadas para quitarles la vida sin que los defiendan los neófitos.
Y porque estos no parezcan encarnizamientos de mi pluma, insinuaré aquí lo que de los Zamucos escribió años pasados el Padre Misionero, que entendía en la conversión de aquella gente al P. Juan Patricio Fernández, al presente Rector del Colegio de Santiago del Estero, que con las veces del P. Provincial de esta provincia visitaba aquellas Misiones:
«Por no alargarme (dice) no escribo cómo llegué á este pueblo de los Zamucos, contra el parecer de los prácticos del país, y á más el caminar muchas leguas con el agua hasta la cintura; atribuí el feliz suceso al dedo de Dios, pues que fuerzas humanas no podían vencer los obstáculos insuperables que se me interpusieron, mereciéndolo los sudores y trabajos, hambre y sed de su primer apóstol el Padre Juan Bautista de Zea.»
Hasta aquí el dicho Misionero. Pero aunque caminaban por su extrema pobreza, desprevenidos de toda provisión, no por eso Dios Nuestro Señor, por cuya cuenta corría la vida de sus siervos, los abandonaba en tales trabajos, emprendidos por sólo su amor y por el provecho de las almas; antes, cuando era necesario, obraba en su favor milagros, ya librándoles de las furias y saetas de los bárbaros, como muchas veces sucedió al venerable P. Lucas Caballero, ya proveyéndoles de sustento y dándoles vigor y aliento á la naturaleza, en prueba de lo cual escribió el P. Miguel de Yegros al P. Lauro Núñez, provincial á la sazón de esta provincia, cuando él, con el P. Francisco Hervás, fueron el año 1702 á descubrir el río Paraguay.
«Partimos (dice) por el mes de Mayo acompañados de cuarenta neófitos, con sola la confianza en Dios por estar recién fundada la Reducción de San Rafael, emprendiendo el viaje los buenos cristianos puesta la esperanza en la Santísima Virgen, que nos socorrió por el camino como de milagro, viniéndosenos á las manos la caza y la pesca cuando nos hallábamos en grandes angustias, pasando gran trabajo y venciendo gravísimas dificultades en los montes y en las llanuras anegadas del agua, por dos meses enteros que tardamos en llegar á las riberas del río Paraguay, con riesgo y temor continuo de los bárbaros.»
Y este puntualmente era y es el modo que todavía observan los Misioneros en estas correrías. Pero con ser tan grandes las fatigas y tan pesadas las aflicciones que padecen, no obstante eso, es mucho mayor sin comparación el consuelo que tienen cuando vuelven con las manos llenas de cuatrocientas ó quinientas almas; y si á veces no tantas, á lo menos con la esperanza de ganarlas al año siguiente, porque los más de los bárbaros quieren antes certificarse si aquel celo que les muestran es de sus almas para darles el Paraíso ó por el interés de llevarlos para ponerlos en esclavitud, y por eso acostumbran despachar alguno de los suyos para explorar el país, la gente y los Misioneros de la nueva Reducción.
Después de esto, cuanto hayan trabajado nuestros Misioneros en criar y mantener estas tiernas plantas, no se puede explicar mejor que refiriendo sinceramente, sin añadir nada de mío, algún hecho particular y parte de carta verídica, como lo haré, donde quiera que halle coyuntura, trasladando fielmente los originales con que esta historia quedará más fidedigna y el gusto de los lectores más satisfecho.
Dice, pues, el hermano Juan de Avila, compañero que fué del P. Visitador de esta provincia, Antonio Garriga y del P. Provincial Luis de la Roca, cuando como adelante diré, visitó aquellas Doctrinas sujeto de mucho juicio y capacidad en una carta que desde allí escribió:
«Así como para fundar las Misiones del Paraguay padecieron increíbles trabajos aquellos primeros varones apostólicos, sacando á los indios de las selvas y entablando en ellos vida cristiana y política hasta ponerlos en el estado en que hoy día se mantienen, divididos en treinta Reducciones, así también no han sido menores los trabajos y sudores de estos primeros que han fundado la cristiandad de los Chiquitos. No es fácil de decir lo que al descubierto les han dado que sufrir los enemigos y ocultamente los amigos, la carestía de todo lo necesario para la vida humana, los profundos pantanos, inaccesibles montañas, bosques impenetrables, fieras, climas destemplados, sed, hambre, extrema desnudez, total abandono de todas las cosas y jurada guerra de todo el infierno. Pudiera descender á casos particulares que he visto y oído si no fueran bien sabidos y me son materia contínua de rubor y confusión. No traer sobre sí sino un vestidillo de tela baladí, hecho pedazos, y no pocas veces vestirse de pieles de animales; no traer otros zapatos que un pedazo de cuero crudo atado con otro cordel de cuero por las plantas de los piés, y en la cabeza, para reparo del sol ardientísimo que allí hace, uno como sombrero, pero también de cuero, la cama sin ningún alivio, la vianda ordinaria, un puñado de maíz, y éste tan escaso, que apenas era bastante para mantenerles las fuerzas, vivir gran tiempo sin el consuelo siquiera de ver á alguno de sus compañeros, y estando afligidos de largas y penosas enfermedades, no tener á dónde volver los ojos.»
Así el dicho hermano; y yo en prueba de todo lo que él dice, quiero apuntar algunos casos en particular.
Díjome, no ha mucho, un Padre qué fué Superior de aquellas Reducciones, que por muchos meses no tuvo otra cosa de qué sustentarse, sino raíces de yerbas, y faltándole éstas también, acosado de la hambre, se vió precisado á andar en busca de frutas silvestres.
Cuando el P. Gregorio Cabral fué en nombre del P. Simón de León, Provincial de esta provincia, á visitar aquellas Misiones, le cogió el invierno (que allí no se mide por el frío, que no hace, sino por el romper de las lluvias) le cogió debajo de una enramada, donde con siete Misioneros pasó largo tiempo sin otro sustento que una fruta silvestre á que llaman Motaquí, con alguna cosa de leche; y el día de Pascua, por gran regalo, les dieron los neófitos una mazorca ó espiga de maíz. Pero no tuvo otro tanto el mismo día el P. Zea, que presentándole por gran regalo ciertos panecillos bien pequeños, no pudo probar bocado de ellos por ser amargos como la hiel.
No me ha parecido supérfluo contar estas menudencias, para que quien en los hombres apostólicos no mira otra cosa que conversiones de infieles, adviertan también cuánto les cuestan y considere si tiene necesidad de una generosísima caridad quien se emplea en buscar la gloria de Dios y en mirar por la eterna salvación de las almas. Y ciertamente el no acobardarse con los peligros, el no volver las espaldas á tantos trabajos, el no retirarse y no dejar una vida en que á cada paso se encuentra con la muerte, pereciendo aquí de hambre, perdiéndose allí por los bosques, ahora andando entre flechas y macanas, ahora enmedio de pueblos furiosos, es virtud difícil de hallarse, y con todo eso esta virtud es necesaria siempre á quien emprende en países remotos y entre gente bárbara el oficio de la predicación Apostólica.
Pero lo que me llena de estupor y maravilla, es que en medio de tantos trabajos é incomodidades, no hayan hasta ahora muerto entre tantos operarios más que tres ó cuatro, siendo así que hay quien ha trabajado veinticinco y treinta años; pero es singular providencia del Altísimo, que quien ningún caso ha hecho de su vida por su servicio, se conserve más sano y mejor que si hubiera vivido en las comodidades de un colegio, como yo ví, con grande estupor, en el P. Juan Bautista de Zea, que en edad de sesenta y cinco años parecía joven de poco más de treinta en el aliento y valor.
Verdad es que hoy día se han aligerado en gran parte tantos trabajos, porque introducida en aquella gente, con la santa fe la vida civil y política, lo pasan un poco mejor los Misioneros, y la piedad de muchos caballeros les provee de algunas cosas con que ocurrir á las necesidades domésticas.
Y ahora entiendo con cuánta razón claman los Superiores de esta provincia á nuestros Padres generales, diciendo que no es esta vocación de cualquiera, sino