Relacion historial de las misiones de indios chiquitos que en el Paraguay tienen los padres de la Compañía de Jesús. Fernández Juan Patricio

Relacion historial de las misiones de indios chiquitos que en el Paraguay tienen los padres de la Compañía de Jesús - Fernández Juan Patricio


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su elevado dictamen ha juzgado grandes los afanes de los Jesuitas, y los frutos de ellos han merecido su aprobación, su patrocinio, sus influjos y sus liberalidades, y no puede ser pequeño lo que ha podido merecer tanto. Así lo publica nuestro reconocido agradecimiento, pues aunque en su católico celo nada hay en esta especie, que su generosidad lo juzgue exceso, verdaderamente que los favores y expresiones hechas á los Jesuitas del Paraguay, pudieran parecer exceso en otro amor y en otro Rey.

      Esto hace, señor, que V. A. haya de mirar como estimables efectos de la generosa piedad de vuestro padre, lo que se os ofrece como á tan amado y tan amante hijo, y este título lo hace crecer tanto, que fué en mí lo que últimamente resolvió mi respetuosa timidez, para ofrecer á un Fernando, Príncipe de Asturias, aquello que se dignó mirar como suyo un Philipo, Rey de las Españas. Confiadamente me atrevo ya á suplicaros que prosiga vuestra dignación los favores de vuestro gran padre, para lo que nos basta sólo que admitais benigno esta breve noticia de nuestras fatigas; que bien se yo y sabemos todos los Jesuitas, que la sombra sólo de vuestro augusto nombre, templará nuestros afanes, enjugará nuestros sudores y hará que respetuosa aun la envidia de tanta fortuna, pronuncie y para como aplausos y alabanzas, aun lo que aprenda y conciba como dicterios y calumnias. Y asegurados los Jesuitas (no digo envanecidos, aunque lícitamente pudiera), asegurados digo, en tanto patrocinio, no nos quedará más que desear, sino es el que aquel Dios, para cuya gloria y servicio contribuye vuestra feliz vida tanto, dilate por siglos vuestros años, os colme de felicidades y de triunfos, hasta que se vea la España envidiada de todas las demás naciones, sólo por la dicha de lograr en vuestra alteza tan singular Príncipe.

      Muy rendido vasallo de V. A.,

Jerónimo Herrán.

      APROBACIÓN

      DEL

      PADRE ALBERTO PUEYO

DE LA COMPAÑÍA DE JESÚSCalificadorde la Suprema general Inquisición de España, etc

      De orden de V. A. he visto con gusto la Relación historial de los indios que llaman Chiquitos, etc., y me persuado que el ministro evangélico que fuere menos fervoroso, la leerá con sentimiento y rubor, comparando el apostólico celo de aquellos incomparables misioneros con su tibieza, y sólo sentirá alivio en su dolor pidiendo á Dios que por su infinita piedad se compadezca de los años que ha mal empleado en ociosidad. Me sirve también de singular consuelo el ver, que por medio del fuego de la mayor gloria de Dios que arde en los corazones de mis hermanos los Jesuitas, misioneros de la provincia del Paraguay obra Dios los milagros que obraba en la primitiva Iglesia, porque cumplen estos á la letra lo que Cristo manda á los que profesan la vida apostólica, discurriendo por las inmensas campañas de aquella parte de América, trepando inaccesibles selvas y bosques venciendo la fragosidad de los montes, arrestados siempre á perder mil vidas, sólo por darla á infinitos bárbaros, que ciegos con las tinieblas de la gentilidad, viven más como fieras que como racionales. Y al mismo tiempo corresponde Cristo nuestro dueño, como infalible que es en sus promesas, con lo que nos dice por San Marcos, consolando y premiando abundantemente en esta vida las gloriosas tareas de sus siervos, comunicándoles el don de nuevas lenguas, que son infinitas como las naciones, que los nuestros aprenden casi milagrosamente para que prediquen el Evangelio, y es maravilla ver cómo aquellos bárbaros, á pocas razones de los misioneros, y viendo enarbolado el inestimable madero de la Cruz y la imagen de María Santísima, pasan á ser, casi de repente, no sólo cristianos en el deseo, sino misioneros fervorosos, apostados á perder la vida, derramando la sangre por la ley Evangélica, y al heroico creer, así de misioneros como de recién convertidos, se sigue lo que nos dice Cristo en el Evangelio, que es echar los misioneros, á vista de todos, los demonios de las Rancherías, que son sus pueblos, de que han estado en pacífica posesión por muchos siglos, con sólo decir aquellos fervosos Jesuitas el Evangelio ó poner las manos sobre los enfermos, se desvanecen los contagios frecuentes en aquellos países, obrando otras milagrosas curaciones; ni los venenos, ni la comida casi corrompida y muchas veces tan escasa, que se reduce á alguna frutilla silvestre, ocasiona el menor daño á la más delicada salud del misionero. El blanco, pues, que tienen estos Jesuitas en sus fatigas, es sólo convertir almas para Dios, y al mismo tiempo aumentar vasallos á nuestro gran Monarca, agregando nuevas provincias á su Corona, cumpliendo con la obligación de Jesuitas y de vasallos, en señal de la justa gratitud que debemos á este gran Príncipe que se ha dignado y digna tanto en favorecer á la Compañía, expendiendo al mismo tiempo su Real piedad muchos caudales, con que se ha fundado en tiempo de su reinado, mantenido y aumentado más y más aquella numerosa y nueva cristiandad de los Chiquitos. Aunque los Jesuitas, que se ocupan en estas gloriosas tareas son muchos, como es abundantísima la mies, son pocos los obreros: Messi multa operarii autem pauci. Quiera Dios, que es el dueño de la mies, mover los corazones de muchos, para que multiplicándose los operarios, sea muchas veces más copioso el precioso fruto, que tan felizmente se coje. Sobre todo, me parece que en ningún tiempo mejor que en este se pueden decir, pero con lágrimas en los ojos, aquellas divinas palabras de Cristo: Parvuli petierunt panem, et non erat qui frangeret eis, porque en la misiones, que llaman de los Chiquitos, ó de los Parvulillos, hay muchos, por no decir innumerables indios, que claman por Padres, y como ellos se explican, que les enseñen la verdadera ley. Pero, ¡oh lástima! No hay bastantes operarios que les repartan el inestimable y necesario Pan del Evangelio, que con tanta ansia desean: Et non erat, qui frangeret eis. ¿Qué Jesuita habrá á quien tan justos como lastimosos clamores no hieran el corazón ó no le saquen lágrimas á los ojos? ¿Y á quién no encenderá en vivos deseos de socorrer necesidad tan extrema? Pudiera dilatarme mucho más en ponderar las fatigas gloriosas de los Jesuitas: pero acabo, por no ser cansado, diciendo: que no habiendo hallado en este libro cosa que se oponga á las regalías de S. M. ni á nuestra Santa fe católica, ni á las buenas costumbres, juzgo que se debe dar al autor la licencia que pide. Y quizás Dios moverá los corazones á muchos de los que leyeren esta historia, para que afervorizados, pongan los más eficaces medios para ir á ayudar á la salvación de aquellos infelices indios, que por falta de quien les comunique la luz del Evangelio, miserablemente perecen. Este es mi sentir. De este Colegio Imperial de Madrid, á veinte y cuatro de Agosto de 1726.

Alberto Pueyo.

      APROBACIÓN

DELPADRE JOSEPH DE SILVADE LA COMPAÑÍA DE JESÚSPredicador de S. M. y del Colegio Imperial

      De orden de V. S. he visto y leído con gran gusto la Relación historial de las misiones de los indios que llaman Chiquitos, que están á cargo de la Compañía de Jesús, en la provincia del Paraguay; y si las quisiésemos cotejar con las conquistas Evangélicas del Oriente, que fueron el glorioso empleo de San Francisco Xavier, por las cuales mereció el título de Apóstol de la India, tendríamos muy poco que hacer para igualarlas; ya se miren las naciones bárbaras, que en tan dilatado campo de la idolatría han reconocido á Jesucristo y á su Santa ley, ya la diversidad de genios y costumbres de estas gentes, más propias de brutos que de racionales, cultivadas por nuestros misioneros con tanto afán y fatiga en estos tiempos, al parecer más reñidos con los cuidados de salvación agena; me parece que ha renovado Dios en su iglesia, por medio de estos operarios suyos, las señales de la primitiva, confirmando la predicación del Evangelio con los milagros que dijo San Marcos[I.] que acreditaban la predicación de los Apóstoles en la conquista del mundo. Toda la relación está llena de esta verdad, y confirmada con la sangre de muchos misioneros, muertos cruelmente á manos de los bárbaros, por conservar y mantener en su pureza la fe de Jesucristo.

      Puedo decir sin violencia, que atendidos sus trabajos y su celo en adelantar las conquistas, como se pueden ver en las innumerables reducciones ó pueblos que han hecho de los convertidos á la fe, que bastarían sin duda para enjugar las lágrimas de aquel siglo, en que San Gregorio lloraba la falta de operarios en la Iglesia, siendo tan abundante la mies en las naciones: Ad messem multam operarij sunt pauci, quod non fine nœrore et lachrymis loqui possumus[II.]. Para estos obreros evangélicos reservó Dios sin duda gran parte de aquella gloria, que señaló al Apóstol de las gentes en su vocación, y destinó á la promulgación de la ley de Gracia, marcándole en la


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