Relacion historial de las misiones de indios chiquitos que en el Paraguay tienen los padres de la Compañía de Jesús. Fernández Juan Patricio
lo cual, con sapientísimo y prudentísimo acuerdo, los primeros operarios de esta provincia se procuraron apartar lejos de las ciudades, buscando para sembrar el Evangelio provincias remotas, si no del comercio, á lo menos de la habitación de los forasteros, para que éstos no deshiciesen con su mal ejemplo lo que ellos hacían con su predicación.
Y se practica esto hasta el día de hoy con tanto rigor, mediante la piedad de nuestros Católicos Reyes, que á ningún europeo ó español de la tierra, si no es de paso, se le permite poner el pie en las Reducciones de los Guaraníes, excepto á los Gobernadores y Prelados eclesiásticos, á quien por su oficio les incumbe el visitarlos. Ahora, pues, este impedimento en los Chiriguanás, es gravísimo. Comercian continuamente con las ciudades confinantes, y como más fácilmente se pegan los vicios de los malos á los buenos que las virtudes de los buenos á los malos y viciosos, al ver á unos ocupados en sacar el dinero de los paisanos, á otros darse sin freno á los deleites de la carne, y en algunos, aunque pocos, tan muerta la fé que no hacen escrúpulo de faltar á los Divinos preceptos, y en mostrar menos reverencia á los misterios de la Iglesia, no es fácil decir cuánto crédito gana con ellos lo malo, y cuánto odio y desprecio cobran, así á las personas como á la religión que profesan.
Y aunque la innata piedad de los españoles resplandezca aquí tanto como en cualquiera otra parte, que en ella se pierde la malicia toda de algunos, con todo eso, como dije, en los corazones de estos bárbaros se imprimen más fácilmente los vicios y maldades que las virtudes y devoción. Y si tal vez, al oir la explicación de la doctrina cristiana, ó alguna de aquellas incontrastables verdades que tienen fuerza de hacer volver en sí á quien de sí vive olvidado, despierta en ellos algún buen pensamiento, apenas nace cuando le sofoca su inconstantísimo genio, y el mal ejemplo de los forasteros, como muchas veces lo vemos y tocamos con las manos. Esto supuesto, volvamos ya á nuestra narración.
Habiendo el P. Arce probado y experimentado por muchos días el fervor de este cacique y sus vasallos, le pareció fundar aquí Reducción con esperanza de feliz suceso. Con este fin los remitió á su tierra, acompañados de cuatro indios Guaranís que llevaba consigo, dándoles orden á éstos de que explorasen la voluntad del pueblo y corriesen las Rancherías situadas en la orilla del Pilcomayo, que en breve les seguiría, junto con D. Diego Porcel, piísimo caballero, y muy amado de los infieles, por su afabilidad y buen trato, para que le ayudase en aquel negocio, y con su autoridad tuviese refrenados á los caciques del río Bermejo; pero Dios no quiso de éste más que la buena voluntad, para premiarla eternamente en el cielo; porque siendo ya muy viejo y de edad decrépita, á pocas leguas de camino, sorprendido de un accidente, le fué preciso volver atrás; pero en su lugar sustituyó á un hijo suyo, con quien poniéndose en camino el P. Joseph por el mes de Mayo de 1690, después de algunas jornadas, llegó á ciertas rancherías que estaban á orillas del Pilcomayo, donde fué recibido con singular afecto de los paisanos, que actualmente estaban llorando la muerte de algunos de los suyos, por causa de las discordias que había entre Cambaripa y Tataberiy. Eran estos los dos Caciques de mayor nombre y poder de la tierra; y para dar principio á la nueva cristiandad, era necesario concordarlos entre sí, y apagada toda malevolencia, volverlos á hacer amigos.
A este fin quería el santo varón ir en persona á meterse de por medio y hacer las paces, y hubiéralo hecho á no ver que era manifiestamente echarse á morir entre las armas de los Tobas, confederados con Tataberiy, que infestaban los caminos.
En esta coyuntura vino un mensajero de Cambaripa, pidiéndole le diese de su parte, si pudiese hallar algún pronto y eficaz remedio á su ruina, y á la de aquellos sus vasallos, porque no tenía tiempo para detener ó resistir á un mismo tiempo á tantos enemigos ni de buscar escape á su vida con la fuga, por estar mal herido de los contrarios.
Atravesó esta nueva el corazón del P. Arce; y para repararle aquel fracaso al país, volvió luego atrás á fin de recoger de la piedad de los españoles algún socorro de armas; y á la vuelta templó Dios con alternados consuelos el dolor de aquel accidente, porque los Chiriguanás del río Bermejo, que antes se habían mostrado tan adversos y duros, ablandados ya sus corazones con las influencias del Espíritu Santo, le salieron al encuentro, y Cambichuri, el cacique más poderoso, le mostró grandes finezas de amor, convidándole á que fuese á predicar á sus vasallos y que haría de él cuanto el Padre gustase.
Llegó á Tarija, y alcanzando de los Regidores una compañía de soldados, se volvió lo más presto que pudo, llevando por su compañero al P. Juan Bautista de Zea; y aunque el camino era áspero y peligroso y la poca comodidad con que trataban su cuerpo estos Evangélicos operarios les hacía más trabajoso el caminar, con todo eso estaban insensibles á toda molestia y trabajo por la abundante copia de delicias celestiales de que gozaban, bautizando en aquellas soledades gran número de niños y no pocos adultos que viéndose ya cercanos á la muerte, cambiaban de buena gana la vida con esperar la eterna bienaventuranza. Finalmente, á 26 de Septiembre, entraron en las rancherías de Tataberiy, donde se había de tratar la paz.
Salió éste á cumplimentarle, acompañado de cuarenta de los suyos, y hospedóle en la casa más acomodada del pueblo, y empezando desde luego á tratar del negocio de la paz, supo darse tan buena maña el P. Arce, que redujo á los dos caciques á que se prometiesen mútuamente la paz y renovasen entre sí su antigua amistad; y fuera de eso concluyó, se hiciesen también las amistades entre los parientes de los muertos y los matadores, que fué lo más difícil de alcanzar.
Celebró el pueblo estas paces con solemnidad y alegría incomparable; pero sobre todos, quien dió mayores muestras de contento fué Cambaripa; y Tataberiy se aficionó increíblemente á los misioneros, y por medio de ellos á la Santa ley de Cristo; pidióles que se quedasen allí para enseñarles los Divinos Preceptos, prometiendo alistarse cuanto antes en el número de los fieles; y en prendas de eso le dió para que bautizase un hijo único que tenía. Pero los Padres, antes de hacer pie firme en algún lugar, querían correr toda la provincia; por lo cual, dándoles buenas esperanzas, se partieron, asistidos siempre del hijo de aquel buen caballero, que jamás quiso apartarse de su lado en aquella peregrinación; y pasando luego á las riberas del río Parapití y, pobladas de muchas rancherías, fueron recibidos de todos con señas de grande afecto y tratados lo mejor que la pobreza y penuria del país permitían.
De aquí tiraron hacia las montañas del Charaguay á cuyas faldas viven la mayor parte de los Chanés y muchos Chiriguanás. Tuvieron aquí no poco que hacer en componer á los paisanos con los vasallos de Taquiremboti; pero puestos éstos en acuerdo, prosiguieron su viaje, no encontrando otra cosa que rancherías destruídas, habiéndose retirado á otras partes la gente, por no padecer los infortunios y desventuras que trae consigo la guerra.
Finalmente, padecidos no pocos ni ligeros peligros de perecer, llegaron al río Guapay, donde fueron recibidos de sus moradores con increíbles finezas, y los Caciques Manguta y Fayo les suplicaron vivamente se quedasen en aquel paraje para instruirlos en los misterios de nuestra Santa Fe y enseñarles el camino del cielo.
El P. Arce, que por entonces tenía otros designios, les prometió que en otra ocasión les cumpliría sus deseos, con que administrando el Santo bautismo á cuatro que estaban en peligro de muerte, se prevenía ya para la partida.
A este tiempo vino una india, hermana del cacique Tambacurá, y se echó á sus piés muy afligida y desconsolada porque el gobernador de Santa Cruz de la Sierra enviaba á prender á su hermano para castigarle; y manifestando su dolor le dijo tantas razones y le enseñó tales ruegos y súplicas el amor á la sangre, para que le librasen de aquel golpe que, como decía, le habían maquinado por rencor y envidia sus enemigos, que hubieron de condescender los Padres á sus peticiones para que tocasen con las manos y viesen aquellas gentes que ellos no miraban sino á su utilidad y que en las ocasiones eran su escudo y refugio, para aficionarlos por este camino á nuestra santa ley. Este fué su designio é intento, pero no el de Dios, que muchas veces se vale de los intereses humanos para llevar á su fin las disposiciones de su eterna providencia. Y tal fué la ida de estos misioneros á Santa Cruz de la Sierra, porque yendo solamente á impetrar la vida temporal de un indio, los llevaba Dios para que fuera de toda esperanza rescatasen á innumerables pueblos de la esclavitud del demonio. Partieron, pues, del Guapay con Tambacurá á Santa Cruz, donde recibidos con mucha cortesanía del gobernador don