Crónica de la conquista de Granada (1 de 2). Washington Irving
llegado los moros cerca de esta plaza, vieron el campo cubierto de cadáveres, que habian sido arrojados alli sin enterrar, y que servian de pasto á una manada de perros que los estaban devorando.9 Conociendo que estos cuerpos eran los de sus compañeros que habian muerto defendiendo aquella fortaleza, se indignaron por tamaño ultrage, y echándose sobre aquellos inmundos animales, los despedazaron con los alfanges. En seguida corrieron enfurecidos al asalto de la plaza, para vengarse de los cristianos, y sin órden ni concierto la embistieron por diversas partes, poniendo muchas escalas, pero sin querer valerse de manteletes ni otros medios de proteccion; pues con la muchedumbre de sus fuerzas y tan repentino acometimiento, esperaban distraer y aterrar al enemigo.
El marqués de Cádiz y sus capitanes, se apercibieron para la defensa, y distribuidos por la muralla, animaban á sus gentes que descargando sobre las cabezas indefensas de los moros piedras, dardos y cuanto pudieron haber á las manos, hicieron en ellos un estrago enorme. Ciegos de cólera los moros, intentaban á veces subir á la muralla por los parages mas dificultosos; pero á proporcion que subian los mataban los cristianos, y arrojaban desde los adarves, ó trastornándoles las escalas, los precipitaban contra las peñas. Á la vista de esta mortandad, bramaba de corage el soberbio Muley, enviando un destacamento tras otro para que escalasen el muro, pero sin ningun efecto; pues no fueron de mas provecho sus esfuerzos que los embates del mar contra las rocas en que se estrellan.
La vigorosa y eficaz defensa de los cristianos, hizo conocer á Aben Hazen el error que habia cometido saliendo de Granada sin los correspondientes ingenios de batir. Trató pues, de minar la muralla, y dió sus órdenes al efecto. Avanzaron los moros á la empresa con grandes gritos; pero fueron recibidos con tan cruel descarga, que apenas empezada la obra, la hubieron de abandonar. Empero volvieron varias veces á la demanda, y otras tantas fueron rechazados con gran pérdida; pues los cristianos no solo mantenian un fuego continuo desde los adarves, sino que hacian salidas con mucho daño del enemigo. Veíanse al pié de la muralla montones de moros muertos, y entre ellos algunos de los mejores caballeros de Granada. Duró la contienda todo aquel dia, y á la noche llegó á dos mil hombres el número de moros muertos ó heridos.
Perdida ya toda esperanza de tomar á Alhama por asalto, determinó Muley obligarla á la rendicion por la falta de agua. Á este intento dispuso sacar de madre y dar nueva direccion al rio que pasaba por aquella plaza y que la surtia de agua, pues no habia en ella fuentes ni cisternas, y por esto se llamaba Alhama “la seca.”
Fue sangriento y porfiado el debate que se siguió á las orillas del rio, pretendiendo los moros plantar estacas en su cauce para apartar la corriente, y trabajando los cristianos por impedirlo. Los capitanes españoles animaban á los suyos con el ejemplo, haciéndoles volver á la pelea cada vez que el enemigo les forzaba á recogerse al pueblo. Al marqués de Cádiz se le veia hasta las rodillas en el agua, peleando mano á mano con los moros. Corria el rio tinto en sangre, y embarazado con los cadáveres de los muertos. Por último consiguieron los moros rechazar á los cristianos y torcieron la corriente. Pero quedando todavia un hilo de agua, y forzados á aprovechar aun esta corta cantidad, salian los sitiados por una mina para proveerse de tan precioso elemento, y mientras unos llenaban las vasijas, otros tenian que protegerlos, sosteniendo las repetidas cargas y el fuego del enemigo. De dia y de noche, y con trabajo y sangre, se mantenia esta lucha cruel, pudiendo decirse que cada gota de agua les costaba otra de sangre.
Entre tanto fue creciendo la necesidad en la guarnicion, y llegaron á verse reducidos al último extremo. Los hombres y los caballos caian muertos de sed: muchos se negaban á hacer el servicio, y desesperados ó faltos de fuerzas, arrojaban las armas. Á esto se añadia que los moros, situados en una altura que dominaba la villa, mantenian contra ella un fuego continuo de arcabuces y ballestas. En tal conflicto, se apresuraron los caudillos á enviar mensageros á Córdoba y á Sevilla, suplicando á los caballeros de Andalucía que les acudiesen al socorro. Enviaron asimismo á implorar el favor del Rey y de la Reina, que á la sazon se hallaban en Medina del Campo. En situacion tan crítica, tuvieron la dicha de descubrir una cisterna con agua, que sirvió provisionalmente de remedio á sus trabajos.
CAPÍTULO VI
La situacion peligrosa de los caballeros á quienes Muley Aben Hazen tenia cercados y encerrados en Alhama, llenó de temor á sus amigos, y de consternacion á toda la Andalucía. Pero el sentimiento mayor era el que mostraba la marquesa de Cádiz, esposa del valiente don Rodrigo Ponce de Leon. Afligida y cuidadosa por la suerte de su marido, volvió la vista en derredor, buscando algun caballero poderoso de cuyo favor pudiera valerse en tan riguroso trance; y ninguno halló mas á propósito que don Juan de Guzman, duque de Medina Sidonia. Distinguíase este señor entre todos los grandes de España, por su poder y riquezas; pues eran muy dilatadas sus posesiones en Andalucía, y comprendian muchos lugares, puertos de mar y villas, que le reconocian y obedecian como á un soberano. Pero el duque de Medina Sidonia y el marqués de Cádiz eran á la sazon enemigos declarados. Existia entre ellos una enemistad hereditaria, que diversas veces habia sido ocasion de sangrientos choques entre las dos casas; pues todavia el poder de la corona, no habia podido despojar á aquellos orgullosos nobles del derecho que ejercian, de hacerse mútuamente la guerra con sus vasallos. Parecia, pues, que á cualquiera hubiera debido acudir la marquesa en esta ocasion, primero que al duque de Medina Sidonia; pero juzgaba esta señora de la condicion del duque por la nobleza de los sentimientos que á ella misma la animaban. Apelando, pues, á la generosidad de tan cortés y valiente caballero, imploró su auxilio en favor de su marido; y no lo hizo en valde, ni fue vana su confianza; pues apenas oyó el duque los ruegos de la esposa de su enemigo, cuando olvidando sus resentimientos determinó ir en persona á socorrerle.
Á este fin hizo circular una órden á todos los alcaides de sus pueblos y castillos, para que á la mayor brevedad se reunieran en Sevilla con toda la fuerza disponible de sus respectivas guarniciones: convocó á los caballeros de Andalucía, representándoles que se trataba de salvar de manos del comun enemigo la flor de la caballería española; y á los que le siguiesen como voluntarios, ofreció paga generosa, armas, caballos y subsistencia.
Asi es que todos aquellos á quienes podian estimular el honor, la religion, el patriotismo ó la codicia, acudieron al estandarte del duque, que en breve se halló al frente de cinco mil caballos y cincuenta mil infantes.10 Muchos caballeros de nombradía le acompañaron en esta empresa: entre otros el intrépido don Alonso de Aguilar, con su hermano don Gonzalo de Córdoba, despues tan célebre por sus hazañas; don Rodrigo Giron, maestre de Calatrava, juntamente con Martin Alonso de Montemayor, y el marqués de Villena; tenido por la mejor lanza de España. Con tan brillante y numerosa hueste, y rodeado de todo el aparato de la guerra, salió de Sevilla el duque de Medina Sidonia, llevando consigo el estandarte de aquella ciudad famosa.
Hallábanse los Reyes en Medina del Campo, donde se estaba celebrando con un Te Deum el triunfo de la fé por la toma de Alhama, cuando recibieron el aviso del iminente peligro del valeroso Ponce de Leon y sus compañeros. En caso tan urgente, y recelando no se perdiese el fruto de aquella conquista, tomó el Rey caballos al instante, y dejando órden para que la Reina le siguiese, partió á grandes jornadas para Andalucía11, acompañado de don Beltran de la Cueva, duque de Alburquerque, don Iñigo Lopez de Mendoza, conde de Tendilla, y de don Pedro Manriquez, conde de Treviño, con algunos otros caballeros de distincion y fama. Sin detenerse mas tiempo que el preciso para mudar caballos, continuó el Rey su carrera hasta Córdoba: tanta era su impaciencia por ponerse á la cabeza del ejército del duque. Á su llegada á aquella ciudad, y cuando se acercaban á la frontera, le hizo el duque de Alburquerque algunas reflexiones sobre la imprudencia de entrar en pais enemigo con tan poca precaucion y tan corto acompañamiento, aconsejándole dejase el socorro de Alhama al cuidado de sus capitanes, sin aventurar su real persona; “porque los Reyes vuestros predecesores, dijo el duque, nunca entraron en tierra de moros sino acompañados de un gran número de gentes de Castilla, y los reyes que tienen las gentes y los capitanes que vos teneis, basta que envien algunos de ellos á hacer las guerras.” Y á esto respondió el Rey: “duque, habiendo partido de la villa de Medina, con propósito
9
Pulgar, Crónica.
10
Crónica de los duques de Medina Sidonia, por Pedro de Medina. M. S.
11
Illescas, Hist. Pontifical.