Crónica de la conquista de Granada (1 de 2). Washington Irving

Crónica de la conquista de Granada (1 de 2) - Washington Irving


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mas impedimento que el que decís.”12

      Teniendo aviso en Córdoba que el duque de Medina Sidonia estaba ya muy adentro en el territorio enemigo, prosiguió su marcha sin descansar en aquella ciudad; y con el ansia que tenia de llevar en persona el socorro á los cercados, envió delante un correo para prevenir al duque suspendiese su marcha hasta su llegada. Pero conociendo este experimentado caudillo que en la tardanza se aventuraba el éxito de la empresa, por la gran necesidad en que se hallaba la guarnicion de Alhama, escribió á su soberano de acuerdo con sus capitanes, que le dispensase de obedecerle en aquella ocasion, por la premura de las circunstancias. Recibió el Rey esta carta en Ponton del Maestre, y haciéndose cargo de las razones del duque, y del riesgo que corria entrando en tierra de moros con tan pocos caballeros como le seguian, determinó esperar noticias del ejército en la ciudad de Antequera.

      Entre tanto Muley Aben Hazen, noticioso de la salida del duque de Medina Sidonia con una hueste formidable, y de las disposiciones del Rey Fernando para venir en persona al socorro de la plaza, conoció que era ya preciso hacer el último esfuerzo, y recobrar á Alhama por un asalto general y vigoroso, ó abandonarla á los cristianos. Sabiendo la intencion del Rey, se le presentaron algunos caballeros jóvenes, de los mas calificados y valientes de Granada, ofreciendo intentar una empresa, que de salir bien con ella le aseguraba la posesion de aquella plaza. Obtenida la licencia del Soberano, se dirigieron estos pocos hácia la villa, la mañana del dia siguiente al rayar del alba, y por la parte mas enhiesta y agria, llegaron á la muralla, que elevándose sobre las peñas en que estaba sentada, parecia inaccesible al mas atrevido escalador. Empero aqui pusieron las escalas, y lograron subir á las almenas sin que nadie lo notase, porque en el intermedio Muley Aben Hazen, para distraer á los cercados, ordenó una zalagarda, y fingió un asalto por otra parte. Con este ardid llegaron á introducirse en la villa hasta setenta moros, antes que se alarmase la guarnicion; y en apoyo de aquellos empezaba á escalar la muralla un número mayor, cuando advertidos del peligro corrieron los españoles á las almenas para contener al enemigo. Trabóse alli una contienda encarnizada, y hombre á hombre y cuerpo á cuerpo, pelearon moros y cristianos con mucha pérdida de ambas partes; bien que no tardaron estos últimos en ganar el ascendiente, pues desprendiéndose las escalas con el peso de la gente que venia en ellas, dieron consigo los moros en el suelo, y fueron rodando sus cuerpos de peña en peña hasta la llanura: á los demas que habian ganado lo alto del muro, los llevaron á cuchillo, y muertos ó heridos los arrojaron por los adarves. Debióse en gran manera este buen suceso al esfuerzo y valor del animoso caballero don Alonso Ponce, y del bizarro escudero Pedro Pinedo, tio aquel, y sobrino este del marqués de Cádiz.

      Libre ya de moros la muralla, partieron estos dos caballeros en persecucion de los setenta moros que habian efectuado su entrada en el lugar, y que, por estar ocupada casi toda la guarnicion en defender aquella parte que Muley amenazaba combatir, habian recorrido muchas de las calles sin hallar oposicion, y se encaminaban ya á las puertas para abrirlas al ejército13. La muerte iba guiando sus pasos, y se les podia seguir el rastro por la sangre de sus huellas, y por los cadáveres de los que inmolaban de camino. Llegaron á una de las puertas, embistieron la guardia, y ya la fatal cimitarra tenia postrados á la mayor parte de los soldados de ella, cuando fueron alcanzados por don Alonso Ponce, con Pinedo y sus camaradas: un momento mas que tardáran, Alhama quedaba abierta al enemigo. Viéronse entonces los moros acometidos de frente y por las espaldas: al punto forman un círculo, y puestos espalda con espalda y la bandera en el centro, presentan animosamente los pechos á sus contrarios. De esta suerte pelearon largo tiempo con desesperada resolucion formándose en derredor un parapeto con los cuerpos de los que mataban. Vinieron contra ellos nuevas tropas, y crecieron los apuros, mas no por eso dejaron de batirse, ni pidieron jamas cuartel: conforme se disminuia su número, estrechaban mas y mas el círculo, defendiendo con inimitable constancia su bandera, hasta que muertos todos los demas, pereció el último moro abrazado con el asta de su estandarte. Este estandarte se desplegó en seguida sobre la muralla, y las cabezas de los moros muertos fueron arrojadas al campo del enemigo.14

      Muley Aben Hazen, viendo frustrada esta tentativa y muertos tantos de sus mejores caballeros, se mesaba las barbas en los arrebatos de su dolor. Para mayor confusion suya, se le avisó que desde las alturas se veia relumbrar las lanzas y ondear los pendones del ejército cristiano, que venia á socorrer á Alhama. Cediendo pues al rigor de su fortuna, alzó Muley el sitio, movió el campo sin tardanza, y al tiempo que se oian los últimos acentos de los añafiles del ejército moro, que se retiraba de los infaustos muros de Alhama, se vieron desembocar por las montañas las espesas columnas del duque de Medinasidonia.

      Cuando los cristianos de Alhama vieron retirarse por una parte á sus enemigos, y avanzar por otra á sus libertadores, prorrumpieron en gritos de alegría; pues se les volvia á la vida en el punto mismo en que pensaban ser presa de la muerte, y cuando la hambre, la sed y todas las privaciones, los tenian reducidos al estado de esqueletos. La escena que pasó entre el duque de Medinasidonia y el marqués de Cádiz, fue la mas interesante y tierna. Al recibir á su magnánimo libertador, se le asomaron al Marqués las lágrimas á los ojos, y lleno de admiracion y reconocimiento, le estrechó entre sus brazos. El duque, su contrario antiguo, ahora su amigo mas afectuoso, le correspondió con iguales demostraciones, y le ofreció generosamente para en adelante una amistad sincera, y el olvido de sus diferencias.

      Mientras esto pasaba con los gefes, se suscitó entre la tropa una contienda sórdida, sobre la particion de los despojos; pues pretendian los soldados del duque participar del fruto de aquella victoria, en premio de su trabajo y del socorro que habian prestado. De las palabras hubieran llegado á las armas, á no intervenir el duque que decidió la cuestion con su magnanimidad característica, diciendo á los suyos: “Quédense con los despojos, aquellos á quien la fortuna se los dió; que nosotros solo hemos tomado las armas por la honra, por la religion y por la salud comun. Por de presente sea éste el premio de nuestro trabajo: para en adelante, yo os aseguro que serán vuestras, con vuestro valor y esfuerzo, todas las riquezas de los moros y del reino de Granada.” Aplaudieron los soldados las razones de su general, apaciguáronse los ánimos, y terminó felizmente aquel tumulto.

      Despues de haber descansado de sus fatigas, y participado abundantemente de las provisiones que la diligencia de la amante esposa del marqués de Cádiz habia prevenido, se retiraron los veteranos de Alhama, dejando en guarnicion de su conquista á una parte de las tropas recien venidas, y volvieron á sus casas cargados de un botin precioso. El duque de Medinasidonia y el marqués de Cádiz, con los caballeros sus allegados, se dirigieron á Antequera, donde fueron recibidos por el Rey con mucha distincion y señales particulares de favor. De alli partieron juntos para Marchena, villa del Marqués, cuya esposa, agradecida á la gentileza que habia usado con ella el Duque, hizo celebrar su venida con fiestas y regocijos, y se honró á tan distinguido huésped con un espléndido banquete. Cuando partió el Duque para su casa en san Lucar, le fue el Marqués acompañando hasta algunas leguas, y su despedida fue como la de dos afectos hermanos que se separan. Tal ejemplo dieron al mundo estos dos ilustres rivales, ganando entrambos la estimacion general; el uno por haber conquistado la fortaleza mas importante y fuerte del reino de Granada, el otro por haber subyugado á su mayor enemigo por un acto de magnanimidad.

      CAPÍTULO VII

Acontecimientos en Granada, y principios del Rey moro, Boabdil el chico

      Confuso y pesaroso volvió Muley Aben Hazen á su capital, despues de esta expedicion infructuosa, para ser testigo del descontento general y para oir las quejas y acusaciones de su pueblo. El desafecto que se manifestaba en el comun, fermentaba con mas secreto, pero mas peligrosamente entre los nobles. El reinado de Muley habia sido tiránico y sanguinario; y muchos de los gefes de la tribu de los Abencerrages, la mas ilustre entre los moros, habian sido víctimas de su política ó de su venganza: circunstancias que, unidas á las disensiones que existian en la familia real, prepararon una conspiracion cuyo objeto era el de desposeerle del trono, y libertar al pueblo de tan opresivo yugo.

      Era Aben Hazen apasionado al sexo y tenia muchas mugeres, de las cuales se dejaba dominar alternativamente. Entre ellas habia dos reinas, á quienes amaba con extremo: la una se llamaba Aixa, á quien, en obsequio de su honestidad


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<p>12</p>

Pulgar, Crónica, p. 3 c. 3.

<p>13</p>

Zurita, lib. XX. c. 43.

<p>14</p>

En premio de su valor, armó el Rey caballero á Pedro Pinedo. Zúñiga, Anales de Sevilla, lib. XII. an. 1482.