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a la ciudad con Simpson. Eran casi las ocho y media, y el estómago de Maschen empezaba a recordarle que todo lo que había tomado para desayunar solamente era una taza de café.
—¿Qué piensas sobre el asesinato? —preguntó el frío Simpson.
—No es corriente.
—Bueno, eso es algo obvio. Nadie normal... espera... ningún asesino corriente hubiera destrozado un cuerpo de esa forma.
—No es lo que quiero decir. El asesino es alguien ingenuo.
—¿Qué quieres decir?
—El asesino mató la mujer primero, y luego, la ató.
Maschen apartó la mirada de la carretera durante un momento.
—¿Cómo sabes eso?
—No había ningún corte profundo mientras las manos estaban atadas, y aquellas cuerdas estaban fuertemente atadas. Por lo tanto, el corazón paró de bombear sangre antes de ser atada. Además, fue asesinada antes de aquellos cortes en su cuerpo, si no, habría salido mucho más sangre.
—En otras palabras, no estamos antes el típico sádico que ata a una mujer, la tortura y luego la asesina. ¿Estás diciendo que ese hombre primero la mato, y luego la ató para desmembrarla?
—Sí.
—Pero eso no tiene ningún sentido.
—Es por eso que dije que no es usual.
Permanecieron en silencio el resto del trayecto, cada uno de ellos pensando a su manera sobre las circunstancias extrañas de aquel caso.
Cuando llegaron a la oficina, Simpson se dirigió al pequeño laboratorio para analizar las pruebas. Maschen subió por las escaleras hasta su despacho cuando Carroll, su secretaria, salió hasta el pasillo.
—Cuidado —susurró— hay un grupo de periodistas esperando para asaltarte.
Qué rápido han venido los buitres, dijo Maschen. Me preguntó si cada uno ha avisado al otro, o si pueden oler la muerte y el sensacionalismo desde lejos. No esperaba encontrarse con ellos tan pronto, por lo que no tenía nada preparado para decirles. Su estómago le recordaba que no todavía no había comido nada sólido desde hace catorce horas. Se preguntaba si todavía tendría tiempo para un desayuno rápido antes de que lo encontraran.
No lo hubo. Alguien apareció en lo alto de las escaleras.
—Aquí está el sheriff— dijo un hombre. Maschen continuó subiendo las escaleras tras Carroll. Sabía que aquel no iba a ser un buen día.
Estaba sorprendido, incluso cuando llegó al final de la escalera. Había esperado encontrarse, quizás, a un puñado de periodistas de una par de periódicos del condado. Pero la habitación estaba repleta de gente, la única de las que pudo reconocer fue Dave Grailly del San Marcos Clarion. El resto no le era familiar. Y no solamente había gente, si no que también todo tipo de dispositivos. Cámaras de televisión, micrófonos y otro equipamiento de emisión estaba colocada cuidadosamente por todas partes, con distintivos de las tres mayores redes así como de las cadenas de Los Angeles y San Francisco. Estaba abrumado con la idea de que el caso estaba atrayendo mucha más publicidad de la esperada.
En el momento en que apareció, un griterío de una veintena de personas empezó a preguntarle una batería de preguntas diferentes al mismo tiempo. Aturdido, Maschen solamente podía permanecer en pie un rato bajo tal lluvia de cuestiones, para al final perder la compostura. Se dirigió al lugar donde había instalado los micrófonos y anunció:
—Caballeros, si tienen la suficiente paciencia, les proporcionaré una declaración en unos minutos. Carroll, busca tu libreta de notas y ven a mi despacho. ¿De acuerdo?
Entró a su despacho y cerró la puerta. Cerró los ojos, intentando respirar hondo y quizás calmar sus nervios. Las cosas iban sucediendo una tras otra demasiado rápida para su gusto. Eran solamente un sheriff de un condado pequeño, sobrepasando la triste normalidad a la que estaba acostumbrado. Otra vez, el pensamiento de que no debería ser policía cruzó su mente. Había centenares de otros trabajos en el mundo mejor pagados y con menos estrés.
Alguien llamó a la puerta que había tras él. Se levantó, la abrió y Carroll apareció ante él con una libreta de notas. Maschen se dio cuenta enseguida de que no tenía ni la más remota idea de lo que tenía que decir. Cada palabra era de suma importancia porqué estaría hablando, no solamente a Dave Grailly del Clarion, si no que a una red de noticias y televisiones, lo que englobaba potencialmente a cada persona de los Estados Unidos. Su boca se secó como antesala al miedo escénico.
Al final decidió limitarse a los hechos que sabía. Dejó a los periódicos que sacaran sus propias conclusiones: de todas formas, así lo harían. Paseaba por toda la habitación mientras dictaba a su secretaria, deteniéndose a menudo para pedirle que leyera lo que había dicho y corregir alguna frase que sonara incómoda. Cuando terminó, hizo que lo leyera en voz alta dos veces, solamente para asegurarse que era exacto. Luego le pidió que lo mecanografiara.
Cuando lo estaba haciendo, él se sentó junto a su mesa y juntó sus manos para evitar que temblasen. El pensamiento que no era apto para ese trabajo no lo abandonaba. Había estado un buen policía durante treinta años, y desde entonces las cosas habían sido mucho más simples. ¿Había pasado el tiempo para él en aquel apartado lugar sin más? ¿Era la única razón por la cual había tenido éxito como sheriff el no tener nada desafiante por hacer en aquel pequeño contado con costa? Y ahora, que el presente parecía haberle alcanzado por fin, ¿sería capaz de encararlo como es debido?
Carroll entró con una copia mecanografiada y un papel de carbón para su aprobación antes de hacer duplicados. Maschen se preocupó por dedicarle cierta cantidad de tiempo a leer todo el documento. Cuando ya no podía posponer lo inevitable, le devolvió el papel de carbón para que hiciera copias. Tras despejar su garganta varias veces, salió del despacho.
Fue recibido por los flashes de las cámaras, que lo cegaron por unos momentos cuando intentaba llegar a los micrófonos. Le tomó un poco de tiempo encontrarlos.
—Tengo una declaración oficial por el momento— dijo. Miró al papel que tenía en sus manos pero a penas podía ver las letras por las luces de los periodistas en sus ojos. Con cierta vacilación, empezó su discurso. Describió las circunstancias del descubrimiento del cuerpo y el espeluznante estado en el que se encontró el cuerpo. Mencionó la frase escrita en la pared, pero no mencionó la hipótesis de Simpson sobre la planificación del asesinato. Concluyó diciendo
—Copias de esta declaración estarán disponibles para todo el que quiera una.
—¿Hay algún sospechoso? —le gritó uno de los periodistas.
—Eh, no, todavía es temprano para saberlo, todavía estamos reuniendo información.
—Sabiendo que esta comisaria es tan pequeña, ¿tiene la intención de pedir ayuda estatal o federal para resolver el caso?
Aquella pregunta vino de una parte diferente de aquella habitación.
Maschen sintió enseguida la presión en él. Las cámaras de televisión estaban apuntándole con un largo y fijo ojo. Estaba preocupado por llevar puesto un uniforme sucio y sin planchar y por no haber podido afeitarse aquella mañana. ¿Era aquella la imagen que recorrería todo el condado? ¿Un paleto descuidado que no puede llevar su propio condado cuando pasan cosas realmente malas?
—Ni mucho menos —dijo a propósito— todo indica que la solución del crimen está dentro de las capacidades de este comisaria. No tengo planeado pedir ayuda externa por esta vez. No.
—¿Cree posible que el asesino tuviera motivos políticos?
—No sabría que contestar.
—Considerando la importancia del caso y lo inusual que resulta, ¿a quien va a poner al cargo?
Cuando terminó de formular la pregunta, solamente podía esperarse