No Hagas Soñar A Tu Maestro. Stephen Goldin

No Hagas Soñar A Tu Maestro - Stephen  Goldin


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ningún cambio.”

      “Probemos.”

      “Deberías dejar los Sueños.”

      Se separaron una semana después. Fue algo amigable, al igual que muchas otras cosas más. Quedaron en ser amigos, pero con tan poco en común, sus caminos raramente se cruzaban. Lo último que supo Wayne de Marsha es que estaba saliendo con un corredor de bolsa y que nunca llegó a ser feliz.

      Wayne se preguntó si aquello era una de las cosas que hizo encapricharse tan fuerte con Janet Meyers. Físicamente, ella y Marsha se parecían bastante. Ninguna de ellas eran espectacularmente bellas, pero cada una emitía una sensación de paz e inteligencia, algo que admiraba en toda mujer. La diferencia entre ellas es que Janet, a diferencia de Marsha, era una Soñadora en si misma. Reconocía las necesidades, el estado anímico, las dudas porque eran los espejos de sus propios sentimientos. Ella y Wayne podrían compartir el mundo único de los Sueños y sus problemas peculiares. Ambos podrían ayudarse cuando tuvieran problemas. Juntos, harían un equipo que podría terminar con cualquier tormenta de emociones. Tan sólo si pudiera hacer que viera...

      El apartamento se volvió frío y solitario. El mundo a su alrededor todavía seguía allí, pero se sentía apartado, aislado del flujo de la humanidad. La mayor parte de la gente decente estaría durmiendo a aquella hora, muchos con sus Cascos del Sueño puestos viviendo las fantasías peptonizadas por otro. Wayne se sintió abrumado por la urgencia de sumergirse y nadar como el resto, y de perderse a si mismo en la identidad de la masa y rendir sus problemas hasta mañana.

      Sin pensarlo, se acercó a la televisión y la sintonizó por el canal de noticias. Líneas escritas llenaron la pantalla, y durante unos minutos sus ojos las escanearon absorbiendo toda la información. Cuando se dio cuenta de lo que estaba haciendo, decidió conectarse a un Sueño para el resto de la noche. Si Soñar era su problema, podría hacer algo para solucionarlo.

      Leyó con atención toda la oferta de las mayores cadenas. Había un par que parecían interesantes, de Soñadores a los que respetaba, pero ya habían empezado. Iniciar un sueño a medias era lo peor, en cierta manera, que llegar a mitad de una película. Hacía que el telespectador se sintiera terriblemente desorientado e inseguro de si mismo. Wayne definitivamente no tenía ninguna necesidad de todo eso aquella noche.

      Siguió buscando entre la lista hasta llegar a las cadenas más pequeñas y especializadas. Había un par de estudios en los L.A que ofrecían experiencias religiosas, y se publicitaban a si mismas de una manera tan explícita que uno no se sorprendería si los de FCC estuvieran detrás de tal propaganda. Tras la arenga de fanatismo de la Sra. Rondel, lo último que Wayne necesitaba era otra dosis de religión.

      Entonces llegó a las cadenas porno. A medida que bajaba la lista, Wayne se dio cuenta que era lo que estaba buscando. Los sentimientos por el amor frustrado por Janet, el de soledad, el de vacío, aquellas sensaciones estaban construidas tras traspasar el punto de aguante. Tenía que aliviarse de alguna manera. A pesar de conocer de sobra sobre la industria del porno en los Sueños, y que todo no era más que una enorme burla, necesitaba la forma de aliviar toda la tensión en su cuerpo.

      Echó un vistazo rápido a la lista. Había escenas eróticas para cualquier gusto, heterosexual, gay o fetichista. Wayne había sido considerado siempre alguien “anticuado” en la cadena por su fracaso para realizar fantasías fetichistas. Era capaz de hacer un buen trabajo en algo típico erótico, pero dejaba lo demás a los otros. Tan sólo era su manera de mostrar sus gustos, aunque en más de una ocasión tuvo que pedir perdón.

      Aquella fue una de las razones de su descontento, y de su aceptación a la oferta de Sueños Dramáticos, aunque eso le supuso un ligero descenso en su sueldo. Al menos no se sentiría avergonzado nunca más por lo que hacía, y siempre quedaría la oportunidad para cambiar a mejores cosas.

      Había una gran oferta de B&D en las redes aquella noche. “La Señora Esclava”, “La Dama de Cuero”, “Látigos en la Noche” no tenía ni que leer las sinopsis, todo lo quería saber estaba en los títulos. Nunca dejaba de sorprenderse de lo sumisos que era el público. Hubiera adivinado que los sádicos, gente que les gustaba el dolor, sobrepasaban en número a los masoquistas que les gustaba recibirlo. En su lugar, la situación era exactamente la contraria. Las fantasías masoquistas siempre obtenían grandes audiencias, mientras las sádicas siempre terminaban mendigando por público. Debe ser cosa de la educación recibida, supuso. Viviendo en un Sueño donde eran castigados y suprimidos los sentimientos de culpabilidad para así poder volver al mundo sin problema. Conocía a Soñadores que realmente sentían como ayudaban a su audiencia a mantener un nivel sano usando esa válvula de seguridad —y quizás estaban en lo cierto. Pero aquello no era el tipo de cosas que Wayne necesitaba aquella noche.

      De manera similar, dejó pasar dos listados, obviamente, para hombres gay, “Chicos Musculosos” y “Blues por la Puerta Trasera”. La elección de Sueños para hombres heterosexuales era sorprendentemente escasa aquella noche —y en aquella hora solamente había una, “Deseos de Harem”, ofrecida por Producciones Panegyric, su antiguo estudio.

      Buscó a ver quien era el Soñador, y frunció el ceño. El nombre que apareció era “Richard Long”, el cual era un seudónimo. Se preguntó si se trataba de uno de sus amigos con gran talento. “Richard Long” podría ser cualquiera de los que estuvieran trabajando aquella noche, para bien o para mal. Wayne no tenía otra forma para saberlo que empezar el Sueño, pero de hacerlo, quizás resultaría demasiado tarde para dar marcha atrás.

      Este era uno de los temas críticos con los que los telespectadores les gustaba dar la vara, el hecho de que una persona dormida era un sujeto al cual nada podía hacerle el Soñador. Las regulaciones de seguridad exigían la presencia de un detector de humo dentro de los cascos, los cuales despertaban al sujeto en caso de incendio. La persona no lograba despertarse por si misma si no le gustaba el Sueño. Literalmente, era un prisionero hasta que la cadena hacía desaparecer el Sueño en su mente. Es por esto que FCC era tan estricto, y porque el asunto Spiegelman fue tan importante: el público tenía que saber que sus mentes estaban protegidas contra cualquier interferencia injustificada. Si la frágil seguridad desaparecía, la industria de entretenimiento del Sueño podía desaparecer de la noche a la mañana. Los miembros de la industria sabían eso, y solían esforzarse mucho más que el gobierno.

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