No Hagas Soñar A Tu Maestro. Stephen Goldin
suspiró, una acción involuntaria que llevó sus pensamientos hasta el presente. Janet había permanecido fuera de la habitación, posiblemente para buscarlo. “¡Ei!” gritó Wayne “No se tú, pero yo estoy hambriento. ¿Porqué no bajamos y vemos si queda algo para comer?
Janet se detuvo y lo miró. Le proporcionó una de sus miradas más extrañas, como si estuviera intentando leer un mensaje escondido en sus palabras. “Ah, gracias, Wayne” dijo finalmente “pero ahora no tengo mucha hambre. Quizás en otro momento.”
“Es lo que siempre dices”. Aquellas palabras salieron de él antes de que pudiera hacer nada para evitarlas.
Janet sonrió. “Lo sé. Lo siento. Te agradezco el ofrecimiento, de verdad, pero... pero...”
Se miró los pies, evitando mirarlo a los ojos. “No creo en realidad que la empresa sea un buen lugar para nadie. Tengo muchas cosas que arreglar por mi mismo, y no quiero que te afecten”.
Wayne permaneció de pie, sin saber como responder. No había nada que deseara más que decir algo. “Por favor, me gustaría llorar en tus hombros, desearía que me confiaras tus problemas” pero no supo muy bien como salvar esa brecha en su privacidad. Y si intentaba decir que sus problemas no le importaban, parecería que él no creyera que fueran lo suficientemente importantes para preocuparse por ellos.
Mientras permanecía inmóvil por su indecisión, Bill DeLong hizo acto de presencia en la habitación. El coordinador de programa era un hombre alto de unos cincuenta y pico años. Toda señal de edad en su pelo era contrarrestado por la juventud de sus ojos. La mayor parte del día vestía casual con un suéter y unos pantalones, pero su carácter amigable no hacía buenas migas con su afilada mente que dormía dentro de él.
“Coordinador de programa” era un buen título que atraía a una multitud de almas. DeLong era el escritor jefe, principal censor, quien administraba el programa, y el consultor para todo del estudio. Mientras Schulberg llevaba el tema financiero del negocio, DeLong era la cabeza pensante de lo creativo. DeLong no era un Soñador en si mismo, pero si era amigo de todos los Soñadores del equipo. También tenía las funciones, cuando era necesario, de confesor para cualquiera que necesitara un amigo. Si Schulberg era la cabeza de los Sueños Dramáticos, DeLong era su alma.
“Janet, estoy contento de haberte encontrado” dijo DeLong. Tenía un acento de Texas y Oklahoma. “Tengo listo para ti el siguiente guión” dijo dándole una montaña de hojas.
“No lo creo. ¿Un guión a tiempo por primera vez? Sé que no es mi regalo de cumpleaños, porque fue hace tres meses. ¿Me lo merezco?”
“Claro que sí. Helen lo terminó esta tarde y me dijo que al final encontró la inspiración para terminarlo tan rápido. Y eso es bueno. Siempre tendría que haber alguien que inspirara a esa mujer más a menudo. Es una buena escritora cuando se lo propone.”
“Bien. Le echaré un vistazo. Gracias.” Dijo Janet a DeLong con una sonrisa, para luego salir de la habitación rompiendo el ambiente enrarecido que había entre ella y Wayne.
“Jack me prometió que tendría el tuyo listo para mañana por la tarde” dijo DeLong a Wayne “Es un Western, según me comentó.”
“No, otro no” se quejó Wayne.
“Bueno, no podemos hacer Hamlet todo el rato. Al menos, los Westerns son rápidos y apolíticos.”
“Lo sé. Tan sólo es que noto como pierdo el tiempo. Me gustaría tener la oportunidad de mostrar mis cualidades, y no gastar toda mi energía en esos papeles.”
“Palabras de alguien que si sabe” dijo DeLong “En cualquier profesión creativa, los mejores son los que empiezan haciendo cosas sencillas y van a más. Shakespeare, Dumas, Dickens, Michelangelo y da Vinci lo hicieron. Necesitas una base sólida antes de poder construir cosas mayores sobre ella. He visto multitud de súper estrellas brillando de la nada y dejando alucinados a todo el mundo durante una temporada; normalmente terminan apagándose tan rápido como aparecieron. Este camino puede ser el más lento, pero también es el más seguro.”
“Pero mientras tanto, es jodidamente frustrante” dijo Wayne.
“Sí, lo sé. ¿No te he oído decir algo sobre comer cuando entré? No soy tan guapo como Janet, pero tengo tiempo si necesitas compañía.”
Wayne se lo pensó. “Por supuesto. ¿Por qué no? Vamos.”
Los dos hombres abandonaron el estudio y se dirigieron al hall. El edificio en el que Sueños Dramáticos estaba no era ni nuevo ni muy viejo. El paso del tiempo había ennegrecido el suelo marrón y el tejado blanco, pero todavía no necesitaban una reforma. Las blancas paredes estaban llenas de agujeros, pero era algo que cualquiera se acostumbraría rápidamente y ya no le importaba. Los paneles de luces sobre sus cabezas estaban llenos de grietas, y un tercio de los fluorescentes que estaban en el pasillo hacia el ascensor parpadeaban. Aquellos detalles ya no permanecían en la mente de Wayne tras un mes estando allí. Tan sólo era un lugar donde trabajar, mucho mejor que cualquier en el que tuvo que hacerlo.
Lo único que realmente le afectaba era el silencio. La mayoría de las compañías con oficinas en aquel edificio seguían un horario normal, y sus empleados ya se habían ido. Sueños Dramáticos, en el sexto piso, era una excepción. Ya que no había ninguna manera para grabar los Sueños para emitirlos posteriormente, tenían que hacerlo en directo. La gente que vivía de la industria de los Sueños, a excepción de los escritores, que podrían decidir cuantas horas trabajaban, se sentían vivir en una vida diferente. Cualquier Soñador podía adaptar su trabajo nocturno.
Wayne todavía odiaba aquel silencio. Había una gran cortina entre él mismo y el resto de la humanidad. Proporcionaba Sueños para pasar las horas de sueño a grandes multitudes en la ciudad, aunque con el paso del tiempo, cada vez tenía menos contacto con ella.
A medida que el sonido de las pisadas de los dos hombres resonaban por el corredor, DeLong dijo, “¿Quieres escuchar un pequeño consejo aunque no lo hayas pedido?”
“¿Eh? ¿Sobre qué?”
“Sobre Janet. Ahora está pasando un momento malo. No la presiones. Amos sois jóvenes, y tenéis mucho tiempo para hacer cosas”. Llegaron al ascensor y DeLong pulsó el botón.
Wayne se sonrojó. “No me había dado cuenta que era algo tan obvio.”
El ascensor llegó rápidamente, y ambos entraron dentro. “Quizás alguien tan ciego como yo lo hubiera visto” dijo DeLong “pero tengo que estar informado de todo lo que ocurre a mi alrededor. No puedo tener a unos de mis Soñadores —y uno de los más prometedores— estando en la luna por uno de los otros. Es malo para el alma, y te distrae del trabajo. Sin mencionar el hecho de que lo haces mal, la perderás, algo que no quiero. Ambos sois buenos.”
“No creo que se pueda decir 'estar en la luna'” replicó Wayne.
“Bueno, llámalo como quieras, el efecto es el mismo. Cuando mi hijo tenía quince años e intentaba tener su primera cita, mostró tener más don de gentes que tú. No eres ningún adolescente intentando dar la nota. ¿Qué sucede?”
Wayne se encogió de hombros. “No lo sé. Ella es mejor Soñador que yo. Quizás tengo miedo que ella piense que estoy por debajo de ella. O quizás ella se siente peor que yo por lo que hice antes de venir a aquí.”
DeLong resopló. “Janet es una profesional, amigo. Ella sabe lo que tienes que hacer para sobrevivir cuando estás empezando. En verdad no creo piense eso de ti.”
“Seguro que hay algo.”
“Sí” admitió DeLong, “pero no tiene nada que ver contigo.”
El ascensor los llevó hasta el primer piso, y atravesaron el oscuro hall hacia las máquinas de comida. La cafetería consistía principalmente en unas máquinas de comida en una gran habitación, con tan sólo unas pocas luces. Mesas de plástico estaban esparcidas por el suelo como si fueran setas, cuyas patas las sujetaban como