Las Investigaciones De Juan Marcos, Ciudadano Romano. Guido Pagliarino
hecho flagelar al prisionero horriblemente y luego le habÃa condenado a la muerte en la cruz en el lugar de las ejecuciones, la pequeña colina cerca del exterior de las murallas llamada Calvario.
En la mañana del tercer dÃa después de la muerte del maestro nazareno, algunas seguidoras que habÃan participado en su sepultura y conocÃan la ubicación de su sepulcro se habÃan acercado para rendir los honores fúnebres al cadáver, ungiéndolo, algo que no habÃa sido posible cuando estaba colgado en la cruz, antes de la puesta de sol del viernes y por tanto poco antes del sábado, dÃa del sagrado reposo de los hebreos. De forma completamente inesperada, las valientes mujeres habÃan encontrado abierta la tumba y, como testimoniarÃan luego, sin ser creÃdas, habÃan visto a un hombre joven vestido de blanco, sentado sobre la piedra sepulcral, que se habÃa vuelto hacia ellas afirmando que el crucificado habÃa resucitado y pidiendo que dieran a los once la orden del maestro de volver a Galilea, donde le volverÃan a ver. HabÃan quedado estupefactas y en lugar de obedecer habÃan vagado sin rumbo por Jerusalén. Finalmente, una de ellas, una tal MarÃa originaria de Magdala, al pasar por delante de la casa de MarÃa la viuda, su amiga, se habÃa decidido a entrar para contar lo acaecido. La madre de Marcos le habÃa llevado hasta los once, a quienes finalmente la mujer magdalena habÃa referido los últimos hechos extraordinarios. Todos, salvo el joven discÃpulo Juan, habÃan permanecido incrédulos y se habÃan dicho unos a otros algo asÃ: ¿Cómo se podÃa confiar en las mujeres? Ni siquiera tienen derecho a dar testimonio en un juicio salvo sobre cosas banales, imaginaos si es posible creer esa noticia. ¿Un mensajero del cielo? Histeria femenina. También Marcos se habÃa mostrado escéptico, aunque guardando en su mente las palabras de la mujer. Juan sin embargo habÃa querido ir al sepulcro y Pedro, movido por la curiosidad, se habÃa armado de valor y le habÃa seguido. Les habÃa guiado MarÃa de Magdala, porque, al no haber participado en la sepultura, no conocÃan la tumba. La habÃan encontrado realmente abierta y vacÃa, salvo por las telas sepulcrales.
â¿Un robo del cadáver por parte del sanedrÃn? âhabÃa propuesto Pedro a Juan.
Después de haber reflexionado, habÃan concluido que los jefes de Israel no habrÃan conseguido ninguna ventaja con la desaparición del cuerpo: por el contrario, no habrÃan querido que se diera crédito a voces de prodigio. Los dos habÃan razonado también que habrÃa sido mucho más cómodo para los ladrones, y completamente natural, llevarse el cuerpo envuelto en la sábana, no desenvolverlo primero y luego transportarlo. Y además, habÃan advertido que el tejido fúnebre de lino en el que se habÃa envuelto el cadáver no yacÃa en desorden, sino sencillamente arrugado, como si el cuerpo se hubiera desvanecido en su interior. HabÃan concluido que, a menos que algunos desconocidos hubieran organizado una puesta en escena por motivos misteriosos, el crucificado debÃa haber resucitado de verdad.
âHay suficiente oscuridad como para no creerlo, querido Juan, pero hay claridad bastante como para creerlo âhabÃa dicho Pedro, más para sà que para su compañero.
Al dÃa siguiente los once habÃan partido hacia Galilea, no solo por la posibilidad de que su maestro se les apareciera realmente, sino para evitar finalmente los peligros.
En cuanto a Judas Iscariote, habÃa corrido la voz en Jerusalén de que se habÃa suicidado después de haber devuelto el precio del vendido y haber pedido en vano ser juzgado por el sanedrÃn como mentiroso acusador de un hombre justo. Marcos, al oÃr estos rumores y habiendo sabido por Juan que el traidor se habÃa unido al entorno de los zelotes revolucionarios, habÃa supuesto que habrÃa denunciado al nazareno pensando que el arresto habrÃa causado una sublevación popular que habrÃa puesto al maestro en el trono de Israel y Judas se habrÃa reafirmado en su idea cuando el propio rabino no solo le habÃa dicho que conocÃa sus intenciones, sino que, además, le habÃa exhortado a no entretenerse. A la vista de lo opuesto del resultado, el traidor se habrÃa sentido culpable según las leyes de Moisés por haber denunciado a un inocente y, como el sanedrÃn no le habÃa querido procesar y condenar, se habrÃa ajusticiado a sà mismo. Marcos tenÃa un buen corazón, pero el juicio moral de muchos sobre Judas habrÃa sido de condena absoluta.
Un dÃa los hechos recogidos por Marcos en esos dÃas y otras noticias sobre el maestro nazareno que habrÃa obtenido de Pedro se reunirÃan en su librito Evangelio de Jesucristo, hijo de Dios: serÃa el propio Marcos el que inventarÃa el género literario del evangelio, es decir, la buena nueva. Pero eso ocurrirÃa muchos años después, más allá de nuestra historia.
Dos semanas después de haber dejado Jerusalén, los once habÃan vuelto y habÃan llamado a la casa de Marcos y su madre. Les habÃan contado que Jesús de Nazaret se les habÃa aparecido realmente en Galilea, ordenándoles volver a Jerusalén a predicar la buena nueva de su resurrección y de la salvación eterna para los seres humanos, y de extenderla a continuación a todas las naciones.
Marcos se habÃa mostrado incrédulo. HabÃa sugerido a Pedro:
â⦠¿Y si pura y sencillamente habéis sufrido alucinaciones?
âEstamos seguros de que no âhabÃa respondido el jefe de los discÃpulosâ. Todos tenemos ahora luz más que suficiente para creer, aunque comprendo que para ti y para cualquiera que no haya visto al maestro resucitado haya oscuridad bastante como para no creer. ¿Sabes? Creo que siempre será asÃ: luz y sombra, confianza y desconfianza en nuestro testimonio sobre Jesús resucitado nos acompañarán hasta el fin del mundo.
A diferencia de Marcos, MarÃa habÃa glorificado al maestro, completamente convencida de que habÃa resucitado de verdad, aunque no le hubiera visto. Los apóstoles, es decir, los enviados como, como ya se definÃan los once, le habÃan pedido que rogara al hijo que consintiera tenerlos como huéspedes. El joven, a pesar de su escepticismo personal, habÃa aceptado por amor a su madre. Asà que su casa se habÃa convertido en la sede de la dirección de la recién nacida Iglesia.
Sin estas oportunidades y contactos, Marcos nunca se habrÃa encontrado en disposición de poder investigar sobre el asesino de su padre.
CapÃtulo V
Cumplidos los veinte años, el joven se habÃa casado con la única hija de Pedro, Ester, de catorce años. El matrimonio habÃa sido acordado por los respectivos padres, como entonces era habitual en Israel. Se trataba de una buena chica que, sometida al marido como era normal entre las esposas judÃas en aquel tiempo, se veÃa parcialmente recompensada, como todas ellas, ejercitando una autoridad férrea sobre los hijos menores de edad y, a veces, tratando de influir sobre ellos posteriormente, igual que trataba de hacer MarÃa con Marcos, aunque con poco éxito. Ester habÃa aceptado las enseñanzas religiosas de su padre y creÃa en Jesucristo resucitado. A diferencia de su suegra, su cultura era casi nula, pero, en ese entorno antiguo, eso se consideraba normalmente como un mérito más que un defecto en una mujer. Iba a dar hijos a Marcos y, a causa de los muchos viajes que el marido emprenderÃa años después, estarÃa a menudo sin él, en la sombra de su casa de Jerusalén. Ahora mismo podemos hacerla salir de nuestra historia.
Cinco años después del matrimonio, era el año 793,10 Marcos habÃa cumplido finalmente la mayorÃa de edad y habÃa pasado a ocuparse directamente de sus negocios. SeguÃa siendo escéptico acerca de la resurrección de Jesús: era el único del grupo que no habÃa pedido el bautismo cristiano.
Entretanto la Iglesia, compuesta al inicio por cerca de ciento veinte personas, habÃa aumentado y ya sobrepasaba, solo en Jerusalén, el número de treinta mil, a pesar de la hostilidad del sanedrÃn, lo que llevaba a persecuciones que causaban arrestos y a homicidios. Parte de los cristianos habÃan por tanto abandonado la ciudad, iniciando la evangelización de SamarÃa y otras regiones. Se habÃan fundado