Capricho De Un Fantasma. Arlene Sabaris
saldrás finalmente con Andrés?»
La tomó por sorpresa; no era algo que ella hubiera pensado responderle a él y solo le dijo: « ¿Cómo puedo responderte a ti lo que no me han preguntado ni siquiera a mÃ? ¿Qué te hace pensar que Andrés quiere salir conmigo?». Su amigo sonrió y dijo para sÃ, aunque ella pudo perfectamente: «no sé cuál de los dos está más despistado» y siguió caminando con el grupo. Eso la dejó pensando el resto de la noche y no volvió a mirar a Andrés con los mismos ojos. HabÃan salido muchas veces juntos, pero la multitud que siempre los acompañaba era la protagonista principal de todos sus encuentros, y no ellos. Sin embargo, esa noche comenzó a pensar seriamente si el comentario de Osvaldo habÃa tenido algo de sentido. Esa noche las cosas comenzaron a cambiar, y por primera vez en los meses que llevaban conociéndose, pensó en Andrés con la curiosidad de quien investiga un misterio digno de Agatha Christie.
La bandeja de quesos llegó antes que el vino y el maître abordó la mesa apresuradamente pidiendo disculpas en nombre del camarero y se llevó al pobre chico que, con rostro de confusión indescriptible, sostenÃa tembloroso la bandeja, mientras intentaba pedir disculpas también, aunque no sabÃa exactamente el motivo. Virginia no contuvo la risa y Andrés la contempló divertido, a la vez que recibÃa nuevamente al maître que estaba de regreso con el vino, que descorchó ceremoniosamente. Hicieron el primer brindis y unos minutos después el mundo a su alrededor parecÃa haber desaparecido. Ya no se escuchaba el bullicio de los jovencitos de la mesa del fondo. La bandeja de quesos de repente ya estaba en la mesa y ninguno notó cuándo la habÃan traÃdo, la botella de vino llegaba a sus últimos instantes de vida y ni siquiera habÃan recordado ordenar la cena, estaban ensimismados el uno en el otro, hablando tan bajo que apenas entre ellos podÃan escucharse. En algún momento pidieron otra botella de vino y una bandeja de antipastos, siguieron hablando, riendo y brindando hasta que el camarero despistado interrumpió con la voz agónica de aquel que espera un regaño para avisarles que la cocina iba a cerrar y que si iban a ordenar algo de cenar debÃa ser en aquel momento. Virginia se extrañó por el comentario y levantó la vista para notar que la suya era la única mesa ocupada del restaurante y que casi todas las luces estaban apagadas. Por alguna razón habÃan pasado más de tres horas y no habÃan ordenado ni siquiera la cena. No tenÃan hambre y coincidieron en pedir la cuenta, mirándose con complicidad y a punto de estallar en risas, salieron minutos después del restaurante a punto de alcanzar la medianoche.
âSonia está aquà en el puerto, ¿la quieres ver? âdijo Andrés con tono galante mientras caminaban por La Marina en dirección al carrito de golf.
â ¿Sonia? ¿Y por qué querrÃa yo verla? âdijo Virginia en tono sarcástico, intentando disimular un repentino ataque de celos.
â ¿No te gustan los yates? âdijo él sonriente y percibiendo, feliz, que habÃa logrado molestarla.
â ¡A veces puedes ser tanâ¦! Argghhh! âle dijo ella, molesta cuando entendió que se referÃa al yate de sus padres, que se llamaba igual que su mamá: Sonia.
â ¡Ja, ja! ¿Estabas celosa? âle dijo mientras la tomaba del brazo y la conducÃa de vuelta a La Marina, de camino al bote.
La noche de solsticio definitivamente serÃa larga. La luna susurraba en el cielo un poema de amor, la música de un grupo de jazz emergÃa entusiasta desde uno de los yates vecinos y Andrés y Virginia caminaron juntos como tantas veces, pero solos por primera vez.
CapÃtulo 6
Aquel sueño la habÃa despertado otra vez. Sudorosa y respirando afanosamente se puso de pie y quiso correr a la cocina pero recordó que no era su casa. «Hay agua en la jarra del escritorio», pensó, y fue a buscarla, tomó un sorbo y recuperó el aliento. Eran las tres de la madrugada.
Recapituló la noche poco a poco y pensó que apenas harÃa media hora de su regreso de La Marina con Andrés. Se separaron en la puerta de su cuarto, no porque ella quisiera, pensó en ese instante, sino porque probablemente ninguno de los dos se atrevió a proponer un arreglo distinto para dormir. La habÃan pasado fenomenal en el yate, donde encontraron una botella de vino más y siguieron hablando de los viejos tiempos hasta que la música de jazz de la fiesta vecina se apagó y pensaron que era hora de volver. La corta distancia de La Marina a la casa hizo más fácil conducir el carrito, pero a la hora de encontrar la llave para abrir la puerta, las risas no se hicieron esperar y ambos parecÃan chiquillos traviesos burlándose de la situación. Virginia recordó que alguno de los dos sugirió ir a la piscina, quizás⦠¡TraÃa puesto el traje de baño y no la pijama! Y entonces recordó que por eso se habÃan separado en la puerta, porque se reunirÃan en unos minutos en el jacuzzi. ¿Cuánto tiempo habÃa pasado? Solo sabÃa que habÃa tenido aquel sueño, por tanto, se habÃa quedado dormida al menos unos minutos. Tomó otro sorbo de agua y aún aturdida por el vino decidió lanzar una mirada al patio para saber si él estaba allà esperándola. El traje de baño negro y de una sola pieza cruzaba en tirantes su espalda y dejaba al descubierto un escote discreto, pero escote al fin. Tomó un chal del mismo color que descansaba en la silla del escritorio, se envolvió en él y atravesó el pasillo. Lo vio saliendo de la cocina con un gran vaso de agua en la mano, su bañador azul y una toalla blanca colgada al cuello, estaba mojado, por ende habÃa estado en el agua. Ãl la miró con cara de sorpresa y le dijo:
âYa iba de vuelta a la habitación, ¡pensé que te habÃas arrepentido de ir a la piscina!
âPues la verdad es que me quedé dormida unos minutos, pero sà que me hace falta entrar al jacuzzi y con agua muy caliente, asà que vamos âdijo Virginia pensando en olvidar la desagradable sensación que le dejaba tener aquel sueño, justo cuando todo parecÃa haber sido olvidado.
â ¿Más vino? âpreguntó Andrés riendo a sabiendas de que ya habÃan tomado demasiado.
âNo es de princesas tomar de más⦠âle respondió Virginia guiñándole un ojo y quitándole el vaso de agua para bebérselo ella.
Andrés se dio vuelta entornando los ojos mientras pensaba en lo mucho que le gustaba la idea de quedarse con ella en la casa. « ¡Qué importa!», pensó⦠¡Quizá le gustarÃa quedarse con ella para siempre!
Virginia se deshizo del chal y entró al jacuzzi que burbujeaba incesante. El olor a lavanda impregnaba el ambiente y el agua tibia acariciaba con ternura su cuerpo. Se sumergió por unos agradables segundos que quiso hacer eternos y, cuando salió a la superficie, Andrés ya estaba entrando al agua. No pudo evitar el sobresalto y el grito ahogado que llegó con él, provocando las burlas de Andrés por su «valentÃa».
âNo esperaba verte de repente. ¡Me asustaste! ¡Tú también hubieras gritado! âdijo ella en tono defensivo. Y agregó, cambiando drásticamente el temaâ ¿Por qué el agua huele a lavanda?
âMi mamá insiste en poner sales aromáticas cuando viene a meditar. Han de haberse quedado por allà âmintió Andrés; era él quien las usaba para meditar.
âPues el gusto de tu mamá es impecable. ¡Amo la lavanda! âdijo ella, mientras se sumergÃa otra vez.
Andrés se sumergió también y tomó un largo y profundo respiro mientras se decÃa a sà mismo que habÃa llegado el momento que por tantos años ambos habÃan procrastinado.
Virginia lo sintió moverse a sus espaldas y rodear con sus manos su cintura, no sabÃa si quedarse sumergida o salir, en pocos segundos ya no tendrÃa que decidirlo y, aunque no estaba segura de si ella habÃa emergido