Una Vez Atado . Блейк Пирс

Una Vez Atado  - Блейк Пирс


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iba a ser mucho más difícil de lo que se había imaginado.

      CAPÍTULO SIETE

      Riley se quedó mirando la puerta con inquietud luego de que Jenn salió de la sala. Mientras Bill les seguía haciendo preguntas al conductor y su auxiliar, se encontró preocupada por cómo Jenn lidiaría con el ingeniero.

      Estaba segura de que el ingeniero estaba muy mal. No le gustaba la idea de esperar mucho más tiempo por un psicólogo ferroviario, posiblemente algún funcionario esbirro que quizá estaría más preocupado por el bienestar de la empresa que por el del ingeniero. Pero ¿qué más se suponía que debían hacer?

      ¿Y la joven agente terminaría empeorando las cosas para el hombre? Riley nunca había visto ningún indicio que indicara que Jenn era especialmente hábil tratando con la gente.

      Si Jenn terminaba alterando aún más al hombre, ¿cómo afectaría eso su propia moral? Ya había estado contemplando dejar el FBI debido a las presiones de su ex madre de acogida delictiva.

      Pese a sus preocupaciones, Riley se las arregló para prestar atención a lo que se decía en la sala.

      Bill le dijo al Stine: —Usted dijo que ha visto este tipo de cosas antes. ¿Se refiere a asesinatos en vías férreas?

      —Oh, no —dijo Stine—. Los asesinatos como ese son bastante raros. Pero gente perdiendo la vida en las pistas, eso es mucho más común de lo que te imaginas. Hay varios cientos de víctimas al año, algunas de ellas amantes de la adrenalina muy estúpidas, muchas más por suicidios. En el negocio, los llamamos ‘intrusos’.

      El joven se retorció en su silla y dijo: —Les aseguro que más nunca quiero volver a ver algo como eso. Pero por lo que me dice Arlo… Bueno, supongo que es parte del trabajo.

      Bill le dijo al conductor: —¿Está seguro de que no había nada que el ingeniero pudo haber hecho?

      Arlo Stine negó con la cabeza y respondió: —Muy seguro. Ya había desacelerado el tren a cincuenta y seis kilómetros por hora por la curva en la que estábamos. Aun así, no había forma de detener una locomotora diésel con diez vagones de carga detrás de ella lo suficientemente rápido como para salvar a esa mujer. No se puede romper las leyes de la física y detener a varios miles de toneladas de acero en movimiento en un instante. Déjame explicártelo...

      El conductor empezó a hablar de los mecanismos del frenado. Fue una charla muy técnica, y de ningún interés o utilidad para Riley o Bill. Pero Riley sabía que lo mejor era dejar que Stine siguiera hablando, por su propio bien.

      Mientras tanto, Riley todavía se encontraba mirando hacia la puerta, preguntándose cómo le estaba yendo a Jenn con el ingeniero.

      *

      Jenn estaba de pie junto a la cama mirando ansiosamente la espalda de Brock Putnam mientras miraba la pared en silencio.

      Ahora que estaba con el hombre, descubrió que no tenía idea de qué hacer o decir ahora.

      Pero, por lo que había investigado en el avión, entendía por qué era incapaz de mirarla a ella o a cualquier otra persona en este momento. Estaba traumatizado por un solo detalle que a menudo atormentaba a los «maquinistas» que habían vivido lo que él acababa de vivir.

      Hace unos momentos, el conductor había dicho que él y su auxiliar solo le habían echado un vistazo fugaz a la víctima antes de morir.

      Pero este hombre había obtenido mucho más que un vistazo fugaz.

      Había visto algo horroroso desde la ventanilla de su cabina, algo que ningún ser humano inocente merecía ver.

      ¿Lo ayudaría decirlo en voz alta?

      «No soy psiquiatra», se recordó a sí misma.

      Aun así, se sentía cada vez más ansiosa de comunicarse con él.

      Lentamente y con precaución, Jenn dijo: —Creo que sé lo que vio. Puede hablar conmigo de eso si desea. —Después de una pausa, agregó—: Pero no si usted no quiere.

      Cayó un silencio.

      «Supongo que no quiere», pensó Jenn.

      Cuando estaba a punto de irse, el hombre dijo en un susurro casi inaudible: —Yo me morí allí.

      Las palabras calaron a Jenn hasta los huesos.

      Se volvió a preguntar si siquiera debería estar haciendo esto.

      Ella no dijo nada. Supuso que lo mejor era esperar a ver si él quería decir algo más. Esperó durante muchos segundos, albergando una pequeña esperanza de que el hombre se mantendría en silencio y que pudiera irse sin decir más.

      Luego dijo:

      —Lo vi suceder. Yo estaba mirándome… en un espejo. —Hizo una breve pausa y luego agregó—: Me vi a mí mismo morir. Entonces ¿por qué… por qué estoy aquí?

      Jenn tragó grueso.

      Sí, lo que le había sucedido era exactamente de lo que había leído en el avión. Cientos de personas morían en vías férreas cada año. Y con demasiada frecuencia, los ingenieros vivían un momento increíblemente horrible.

      Hacían contacto visual con la persona que estaba a punto de morir.

      Exactamente lo mismo le había pasado a Brock Putman. La razón por la que no podía hacer contacto visual con nadie más era porque lo hacía revivir ese momento. Y eso lo estaba carcomiendo. Estaba tratando de lidiar con eso negando que nadie más había muerto. Con culpa, estaba tratando de convencerse a sí mismo que él, y solo él, había muerto.

      Jenn habló con aún más cautela que antes.

      —Usted no murió. Usted no se estaba mirando en un espejo. Otra persona murió. Y no fue su culpa. No hubo forma de que pudiera evitar que sucediera. Usted sabe eso, incluso si le está costando aceptarlo. No fue su culpa.

      El hombre seguía mirando la pared, pero soltó un sollozo.

      Jenn se alarmó momentáneamente. ¿Acababa de llevarlo al límite?

      «No», pensó.

      Tenía un presentimiento de que esto era bueno, que era necesario.

      Los hombros del hombre temblaron un poco mientras sollozaba.

      Jenn le tocó el hombro y le dijo: —Brock, ¿podría hacer algo por mí? Solo quiero que me mire.

      Sus hombros dejaron de temblar y dejó de sollozar.

      Entonces, muy lentamente, se dio la vuelta en la cama y miró a Jenn.

      Sus ojos azules brillantes estaban bien abiertos y llenos de lágrimas, y estaban mirando directamente a los ojos de Jenn.

      Jenn tuvo que luchar para contener sus propias lágrimas.

      Aunque normalmente era cortante, brusca e insensible, cayó en cuenta de que nunca había tenido este tipo de interacción con nadie, al menos no profesionalmente.

      Ella tragó saliva y luego dijo: —Usted no se está mirando en un espejo en este momento. Usted me está mirando a mí. Está mirándome a los ojos. Y está vivo. Usted tiene todo el derecho a vivir.

      Brock Putnam abrió la boca para hablar, pero no salió ninguna palabra.

      En su lugar, asintió con la cabeza.

      Jenn casi que jadeó del alivio.

      «Lo logré —pensó—. Lo hice hablar.»

      Luego dijo: —Pero usted se merece más que eso. Se merece averiguar quién hizo esta cosa tan terrible, no solo a esa pobre mujer, sino también a usted. Y se merece justicia. Usted se merece saber que el asesino nunca volverá a atacar. Le prometo que obtendrá justicia. Me aseguraré de ello.

      Él volvió a


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